Con el patrocinio del Ministerio cubano de Cultura, el buque insignia de la danza contemporánea en la mayor de las Antillas, Danza Contemporánea de Cuba (DCC), tuvo la responsabilidad de producir un rotundo espectáculo con dos de sus obras más recientes. Siempre bajo la dirección general de Miguel Iglesias, ambas piezas realizadas por reconocidos creadores de su elenco se presentaron en la Sala Avellaneda del Teatro Nacional para servir de artístico oropel a la entrega del Premio Nacional de Danza 2022. Esta distinción fue para el estelar diseñador teatral Eduardo Arrocha Fernández (1940), quien ostenta otros dos reconocimientos de igual envergadura, de Teatro 2007 y de Diseño 2013.
La dirección artística de la agrupación tuvo de hacer un “arqueo” entre las huestes en activo, en busca de los bailarines que quedaron indemnes de algún ataque viral, en un momento en el que muchas agrupaciones han quedado diezmadas por la segunda amenaza perniciosa que afecta a más de un conjunto. A eso se suma el éxodo de jóvenes talentos (algunos ya no tan bisoños) en busca de otros prósperos horizontes.
Ante este panorama, la compañía optó por presentar “Coil”, con coreografía de Julio César Iglesias Ungo, (residente en el extranjero), reconstruida al detalle por el bailarín Yoerlis Brunet. En la segunda parte, una pieza de George Céspedes, “La tribulación de Anaximandro”, estrenada en 2019 por su grupo Los hijos del director. Y en esta ocasión tuvo su ingreso en DCC merced a la reposición por Brunet y Aymara Vila.
Otra pertinente decisión ministerial y del Consejo de las Artes Escénicas (CNAE) fue la de utilizar la obligada pausa entre los títulos mencionados para realizar la ceremonia oficial de entrega del Premio Nacional de Danza. Desde 1961, el maestro Arrocha Fernández ha desarrollado una destacada carrera por más de 50 años, en la hoy Danza Contemporánea de Cuba, donde se inició como jefe de escena. Su trabajo abarcó los ámbitos del cine, la televisión, el cabaret y los “musicales” (revistas musicales).
Un jurado de prestigiosas figuras, entre ellas la también Premio Nacional Laura Alonso, reunido el 29 de abril, Día Internacional de la Danza, después de evaluar las 23 propuestas recibidas de 53 instituciones y personalidades de la cultura cubana decidió nominar a cinco notables creadores. “Amparándose en la trayectoria, méritos y creaciones distintivas para la danza cubana”, el jurado aprobó por unanimidad conceder el Premio de 2022 a Eduardo Arrocha Fernández.
Previamente, Arrocha ha sido distinguido con el Grand Prix de la Ville de París por “Giselle” del Ballet Nacional de Cuba, en el IV Festival International de la Danse del Teatro de los Campos Elíseos, como obra integral; las medallas Alejo Carpentier y la Orden Félix Varela, la máxima condecoración del Consejo de Estado de Cuba. En 2019, publicó su libro “Palabra a los Diseñadores”. El discurso de elogio al galardonado correspondió esta noche a la teatróloga y profesora de la Universidad de las Artes, Marilyn Garbey.
Espectáculo de DCC
El programa comenzó con “Coil” (término anglófono que identifica al símbolo de infinito), de Julio César Iglesias, una coreografía coral mixta, con algunas intervenciones de gran virtuosismo atlético por algunos de los miembros masculinos del reparto, como es de destacar el solo de Idian Yosnier, en la impactante escena poética final.
El asistente del coreógrafo, en este caso Yoerlis Brunet y su ensayadora Xenia Cruz Monzón, trabajaron a brazo partido con los bailarines de reciente ingreso en el conjunto, egresados de la Escuela Nacional de danza, como proyecto estimulante de inserción y así evitar, en lo posible, sensibles deserciones. La mayoría de los catorce integrantes no conocía esta producción de Iglesias Ungo. Las evoluciones y contaminaciones de la llamada “street dance” o los delirios giratorios de los derviches turcos son realizados con apasionada entrega; los desplazamientos se realizan como reflejos de un conglomerado social distópico, donde aparecen pinceladas de escenas de “bullying” entre sexos.
El vestuario monocromático en tela cruda blanca –pantalones y blazer para torsos desnudos en los chicos y blusas para ellas-, produce efector ópticos de liquidez y reflujos según los diseños de luces creados por Fernando Alonso para la producción actual. Otro diseño fue realizado para el escenario de la sala García Lorca en ocasión de su estreno. La banda magnetofónica, por su variedad sonora inclusiva merece una mención particular: con intervenciones dramáticas sinegéticas como la de Nina Simone, provocadoras desconcertantes en el espectador.
La segunda parte del espectáculo le correspondió a la integral de la obra de George Céspedes, también de 35 minutos de duración, “La tribulación de Anaximandro” con un subtitulado: Hombre, Arché, Ápeiron, para orientar al espectador ignaro con ciertas pistas de las teorías filosóficas griegas del inventor del reloj de sol y de los mapas cósmicos de la Grecia A.C. Esta coreografía está estructurada y desarrollada matemáticamente siempre atenida a un canon arbitrario: marchas y artes marciales se imbrican con movimientos coloidales ejecutados por bailarines-partículas del cosmos. Un texto que se atribuye al propio Anaximandro nos dice: “El principio (Arché) de todas las cosas es lo indeterminado (ápeiron)- Ahora bien, allí donde hay generación para las cosas allí también se produce la destrucción. La injusticia se presenta según el orden del tiempo. Todo lo que sale del ápeiron: la individualidad, es considerado por otras religiones como pecado. …El mundo como un proceso lleno de injusticia: lo que el sol le roba a la luna, la luna se lo roba al sol”.
Céspedes demuestra su pericia para ejecutar movimientos corales mixtos apoyado con músicas marciales y tímbricas creadas para esta obra por Alexis de la O, que provoca alusiones a una lucha de géneros, una búsqueda por el poder de unos y el dominio del otro. El diseño de luces fue concebido por un equipo de jóvenes con intervención del propio Céspedes (también en los diseños unisex del vestuario) que incitan al público a disfrutar de momentos inesperados ejecutados por los bailarines con los port des bras hacia arriba como una imagen poética de seres humanos que reclaman libertad y paz. La ovación en pie del nutrido auditorio estalló como un resorte.