El reconocido coreógrafo británico Ben Stevenson (1936), ha retornado a La Habana por tercera ocasión de índole artística: en 1978 estuvo invitado por la eximia Alicia Alonso al VI Festival internacional de ballet y, en 2019 invitado por su eminente discípulo cubano Carlos Acosta. Ahora, motivado por su admiración hacia los bailarines cubanos y por los deseos de entregarle a la compañía cubana de ballet “una parte de su legado coreográfico”, según apuntó a la prensa Viengsay Valdés, su directora general y bailarina.
Esta vez se incorporan, por primera vez, al repertorio del Ballet Nacional de Cuba (BNC) tres piezas de Stevenson; una de ellas en estreno absoluto: “Los corceles de la reina”, con motivo de los 70 años de Isabel II en el trono del Reino Unido, “Mozart Requiem”, una grandiosa producción creada en 2006, para el Texas Ballet Theater del cual asume su dirección en Estados Unidos actualmente, por lo tanto el BNC será la segunda agrupación que lo podrá interpretar in extenso.
También tuvimos se presentaron dos de sus coreografías: “Tres preludios”, su primera y más famosa, estrenada en 1969 con el magnífico soporte musical pianístico de Sergei Rachmaninov, y el virtuoso pas de deux “Esmeralda”, que el BNC incorporó en 1980, y que ahora fue rescatado por su propio creador. Un segundo programa se enriqueció con “Imago”, una miniatura coreográfica visualmente impactante para un apolíneo dúo, concebida por la joven bailarina y coreógrafa Ely Regina, sobre música electroacústica y una iluminación psicodélica.
No sería justo eludir la participación primordial del gobierno británico en la realización de este evento, mediante las acciones eficaces de la misión diplomática en La Habana. En pro de la precisión, el embajador del Reino Unido e Irlanda del Norte, Sir George Hollingbery, KCMG manifestó: “Los dos acontecimientos que recordamos con esta Gala no podrían celebrarse de mejor manera; la Reina es patrocinadora del Royal Ballet, la compañía del Royal Ballet de Birmingham tiene como director al coreógrafo y bailarín cubano Carlos Acosta, y esta noche bailarines cubanos presentarán un espectáculo creado por un coreógrafo británico que incluye una obra exclusiva en honor a la Reina” (de gran afición hacia la hípica).
Repertorio e intépretes
Las cortinas de la vasta Sala Avellaneda se descorrieron bajo las fanfarrias de la conocida pieza de Edward Elgar, “Pompa y circunstancias”, para iniciar la sobria y emotiva edición de un audiovidual sobre la vida y exitosa carrera de Ben Stevenson, lo cual provocó una cerrada ovación, agradecida con saludos en pie desde su butaca en la platea baja. En un distinguido y enriquecedor diseño del programa de mano ad hoc del Departamento de prensa del BNC, aparecen interesantes textos que vale la pena destacar. En especial, la transcripción de una “conversación locuaz y jovial” sostenida por Viengsay Valdés con el coreógrafo británico homenajeado, quien desveló algunos secretos de su larga y fecunda labor creativa.
Las esperadas entregas interpretativas comenzaron finalmente, tras los discursos de rigor, con una de sus primeras obras maestras, “Tres Preludios”, con música para piano solo de Rachmaninov, ejecutadas en vivo -con pericia- por la joven pianista Daniela Rivero. Una pareja de enamorados en un estudio de danza desarrollan sus íntimos afectos mediante la inspiración fecunda del autor, al estructurar su pieza en forma sonata con el inteligente empleo de la barra en el primero, tal si fuera un “pas de trois”. En los siguientes, para pasar a los ejercicios de centro aplicó magistralmente los silencios, con el objetivo de enfatizar los cambios de matices emocionales y de ritmo. Los intérpretes fueron elección del propio coreógrafo, y la entrega de Daniela Gómez y Darío Hernández resultó gratificante tanto técnicamente como en expresividad, acentuada con un sincero lirismo.
Le siguió la novedad de la gala, es decir la pieza de ocasión creada como un estreno exclusivo para la celebración y el BNC. Se trata de “Los corceles de la Reina”; donde la bailarina solista Alianed Moreno tuvo que encarnar el personaje con majestuosidad y rigor académico dentro del estilo que distingue a la escuela inglesa de ballet, que tiene como epígono a la célebre Margot Fonteyn. La augusta personalidad fue manipulada con pericia por los dos atléticos “corceles”, artistas invitados de la compañía tejana de Stevenson, con el ajustado soporte musical proporcionado por La Gioconda de Amilcare Ponchielli (la archiconocida danza de las horas), así resultó un efímero tributo al amor que concede Isabel II a los equinos de pura sangre.
Acto seguido un impasse con blackout, entonces irrumpe en la escena una pieza rompedora, “Imago”, concebida por la creadora y bailarina cubana Ely Regina, inspirada en los textos filosóficos de José Lezama Lima, una de las figuras más importantes de la literatura contemporánea de la isla. Las formulaciones poéticas suis generis de Lezama Lima son trasladadas en este dúo, cual un “ersatz” de luz, energía y movimiento ejecutado con apolínea despliegue físico y química corporal. Los apenas siete minutos de danza entregados por Estefanía Hernández y Marcel Gutiérrez deslumbraron en su empeño de visualizar los conceptos lezamianos de la mimesis de la imagen (imago), como un recurso retórico que “funda una temporalidad en potencia y rompe el tiempo histórico”. Es el momento más eficaz para que el movimiento (imagen-danza) pueda ser captado sin ser detenido.
Un cambio radical significó pasar de inmediato a la siguiente obra, de gran rigor académico como “Esmeralda pas de deux”, una ejemplar muestra de la creatividad de Stevenson, cuya música de Cesare Pugni, arreglada por Drigo y Romualdo Marenco, sin vinculación aparente con el ballet homónimo de Pugni. Sin embargo aquí “apela a la caracterización de la gitana danzarina callejera” salida de la novela Notre Dame de Paris, de Víctor Hugo. El montaje de Stevenson fue creado originalmente en 1982, para participar en el Concurso de ballet de Jackson ese año. En 1984, pudo verse en Cuba, durante el IX Festival de Ballet de La Habana, y en 2001 su estreno en el American Ballet Theatre estuvo a cargo de afamado bailarín cubano José Manuel Carreño, junto a Nina Ananiashvili. Esta vez correspondió su brillante interpretación a tres talentosos solistas del BNC: María Luisa Márquez, Diego Tápanes o Yankiel Vázquez. Cada noche las ovaciones fueron largas en pie.
Después de una breve pausa, vino la conclusión grandiosa del “Mozart Requiem”, en su estreno cubano. Su creador ha revelado -para descartar conjeturas y motivar nuevas lecturas- que esta obra escénica mozartiana “es un ballet sobre las esperanzas y los sueños de los hombres en tiempos de crisis y de guerra”. Nada más ajustado con la actualidad.
Este ballet fue concebido (en 2006) para once bailarines, como vigorosos jóvenes soldados enfrentados a los nefastos y letales momentos de una guerra, con coreografía, vestuario y luces del propio Stevenson. Él ha confesado que después de admirar al cuerpo de baile masculino del BNC, no había otra producción suya mejor que ésta, y eso fue posible constatarlo en 55 minutos intensos, con el apoyo de las masas corales mixtas y los cuatro solistas -con voces apropiadas- en vivo sobre escena, y una orquesta sinfónica en el foso. Un detalle es importante para el resultado perfecto: contar con un director de orquesta experimentado que pueda mantener el ritmo de su masa orquestal con el de los bailarines en escena, los cuales “deben combinar la técnica con el sentimiento”. Y esta, tuvieron el histrionismo necesario, aunque en algunos momentos se observaron sobreactuaciones. En fin, el más contundente alegato en favor de la paz y la armonía global.