La compañía cubana de danza que fundó y dirige la bailarina y coreógrafa Rosario Cárdenas, premio nacional de danza y laureada recién con la medalla de la Orden de las Artes y Letras por el gobierno de Francia, es la protagonista de “Comala”. En esta coproducción participan, colegiadamente sus bailarines con otras ocho agrupaciones de danza locales y una colombiana.
El bailarín, coreógrafo y pedagogo colombiano Alexei Marimón es el autor de esta puesta en escena y de su escritura coreográfica. Según el creador, la obra está concebida como una inspiración aleatoria y posmoderna de la conocida novela “Pedro Páramo” (1955), del notable escritor mexicano Juan Rulfo. Estamos ante el fruto escénico del intercambio cultural franco-cubano-colombiano, dentro de las acciones programadas en el denominado Mes de la Cultura Francesa en Cuba, de acuerdo con el programa de mano.
Marimón ha concebido “su” “Comala” como un “pueblo coreográfico” en el Caribe, donde el “realismo mágico” carpenteriano expone “la fuerza y poesía” de los bailarines de otras zonas geográficas de la Mayor de las Antillas y de Colombia. Los intérpretes, actores-bailarines viajan al “adentro de los adentros”, para sentir un paisaje compartido desde la esencia misma. “Esto permite descubrir el universo vital del texto de Rulfo, para dar a luz, -o a la danza-, una nueva versión de “Pedro Páramo”, concluye Marimón.
Actualmente, el coreógrafo invitado ejerce como director de la Compañía Plataformas Híbridos Francia-Colombia y, recientemente, fue merecedor del Diploma de Estado Francés de profesor de danza contemporánea.
Focalizada en la región mexicana de Comala por el novelista Juan Rulfo en 1955, su novela “Pedro Páramo”, se ha convertido en un clásico de la literatura, enmarcada en un tópico literario universal. Ella encarna igualmente una realidad propia del mundo latinoamericano del siglo XX: el papel de caciquismo y la violencia en la conformación social, según los estudiosos de la obra. Ambos aspectos no se contradicen, sino que se implican para resumir un imaginario patriarcal.
El relato pudiera resumirse, desde su inicio, cuando el protagonista llega al pueblo de “Comala”. Este viaje representaba el cumplimiento de la promesa hecha a su madre, Dolores Preciado, en su lecho de muerte: cuando llega allí descubre que su padre está muerto y, junto a él, también casi todo el pueblo. Mediante las narraciones de los difuntos, Juan reconstruye la historia de su padre. Una lectura más acuciosa permite descubrir que Pedro Páramo murió viejo, solo y deshecho, “como piedras que se desploman”. Los murmullos de las almas penitentes de Comala agobian a Juan Preciado de tal manera, que muere de pavor en el medio de la calle. Desde la fosa donde fue enterrado, Juan cuenta su historia.
El coreógrafo es quien interpreta a Juan Preciado. Y en el desarrollo de su obra se extraña de la narrativa lineal y se apropia de las imágenes poéticas y dramáticas, a partir de un discurso de múltiples voces que se entrelazan en un universo donde pareciera que las acciones se superponen unas a otras “en un tiempo circular y mítico”. En su coreografía aplica dos procesos: con los rituales y con las culturas de los pueblos originarios que nos han llegado con sus variantes sucesivas, para renacer en nuestro imaginario contemporáneo: los saltos brutales; la gestualidad explosiva; la “fisicalidad” morfológica diversa en contraste con el lirismo conclusivo. Todo apoyado por un estupendo soporte musical, los elementos decorativos escénicos de las máscaras blancas, los cirios iluminados o la arenas invasivas.
El trabajo coral de los diseños coreográficos por este equipo de atléticos danzantes, se nos entrega con eficacia y coherencia estética, con la intervención excepcional de Alex Quin cuando interpreta “Coca por coco”, de Herencia de Timbiquí.
Nuestra valoración general del espectáculo se ha visto lastrada por el intempestivo cambio de la instalación teatral, prevista para el hermosamente restaurado Teatro Martí, seriamente dañado como consecuencia de la explosión de gas que destruyó el inmueble colindante, el lujoso hotel Saratoga, y la transferencia in extremis de las representaciones al teatro Miramar (arquitectura para cine de los 50s), sin el equipamiento técnico para esta producción.
No obstante, el resultado artístico ha sido más que loable, por lo que merece una nueva oportunidad en otra instalación teatral en la capital o provincias. Ello depende del interés que manifiesten los copatrocinadores foráneos (principalmente franceses) y los nacionales (en prioridad el Ministerio cubano de cultura).