Con tres funciones a teatro lleno en la sala Covarrubias del capitalino Teatro Nacional de Cuba, el Ballet Folclórico de Oriente, con sede en la extrema oriental provincia de Santiago de Cuba, ha clausurado su gira nacional de agosto-septiembre, concebida para festejar las seis décadas de su fundación.
Es la agrupación más antigua de la Mayor de las Antillas con una proyección etnográfica. Tuvo su origen en “lo más autóctono, tradicional y humilde” de la ciudad de Santiago de Cuba, una de las primeras villas fundadas por los conquistadores españoles en el siglo XVI.
Desde sus inicios, esta agrupación asumió -según asegura la nota en el programa de mano-, la más raigal y auténtica expresión popular. Además, asimiló la tradición escénica con raíces en la tradición vernácula local: la expresión músico-danzaria de la emigración franco-haitiana al oriente de Cuba, así como la del muy peculiar carnaval santiaguero.
La historia del Ballet Folclórico de Oriente (BFO) se inscribe en los anales de las artes escénicas nacionales, merced al esfuerzo de gestación llevado a cabo por muchas personalidades de la sociedad santiaguera, cuyos nombres deben ser recordados en esta ocasión, tales como Manuel Márquez, Miguel Ángel Botalín, Raúl Pomares y Rebeca Chávez, entre otras figuras nacionales que formaron parte del núcleo fundacional.
En cada una de las representaciones, la dirección artística decidió mostrar una selección de los mejores y más representativos espectáculos de su quehacer actual, teniendo en cuenta los valiosos aportes de los miembros más veteranos del conjunto -tanto los practicantes como los informantes-, así como la dinámica y potencialidades entregadas por los miembros de las generaciones más juveniles, que demostraron una convincente sinceridad artística sin afeites.
La del viernes estuvo enfocada en el nacimiento de la deidad guerrera Oggún Balanyó, sin duda una referencia a la más legítima tradición franco-haitiana. Le siguió, la noche del sábado, una elaborada puesta en escena dedicada a mostrar la relación esotérica entre Yemayá, la poderosa deidad yoruba de los mares y la maternidad, cuyo color distintivo es el azul, con un pescador personificado por un danzante solista. Según se ha señalado aquí, esta pieza vuelve a escena 30 años después, con una renovada versión, “pero con una perspectiva diferente en cuanto a desarrollo (en la dramaturgia) y movimiento escénico”.
La acción transcurre en una imaginaria comunidad de pescadores, sin precisar tiempo, lugar, época y circunstancias. Frente a ellos el mar: inmenso y profundo, ondulante y tempestuoso; representado en la figura de Yemayá Awoyo, la gran madre, la más poderosa, indomable y magnánima, con un azul que asombra –les ofrece sustento y espacio de vida. Para los pescadores se constituye a su vez en fuente de enigma y misterios. Es lo metafórico y alegórico, lo maravilloso frente a lo mezquino y áspero de la vida cotidiana (…) la de los seres humanos.
Como podemos colegir, “Yemayá y el pescador” no es otra cosa que una reflexión desde la danza sobre el ser humano, sus aspiraciones y sus límites. Su coreógrafo, Antonio Pérez, exhibe una danza “para conmover y pensar”.
Finalmente, en la matinée del domingo, asistimos a una demostración coral festiva de gran colorido escénico, por su vestuario y diseño de luces, apoyado por un excelente conjunto de percusión y de voces mixtas. Sin duda, resultó ser una “Oda al tambor”, instrumento cordófono heredado de una tradición músico-danzaria importada en el archipiélago cubano por las oleadas de inmigrantes africanos, utilizados en el trabajo esclavo por los colonizadores. Es un motivo referencial de toda expresión estética-danzaria, y asentada como genuina forma de expresión popular que “está presente en el patrimonio cultural de la nación”.
Es el tambor –con sus variantes sonoras y formales, tumbadoras, los batá, los iyesá, los de yuca o arará-,” el motivo referencial de una agrupación que se encumbra ya a 60 años, como afortunada heredera de una tradición percutida en todo el oriente cubano”, expresa el maestro Juan Arístides Bringuez Grenot, director artístico y general del BFO.
En medio de una puesta minimalista, el cuerpo de baile se apoderó de la escena y sus siete solistas tuvieron un muy destacado desempeñó (con el soporte musical ya comentado) que satisfizo manifiestamente al auditorio, que se mostró participativo y entusiasta, particularmente con el cuadro carnavalesco que cerró el espectáculo, seducidos por la hipnótica sonoridad tímbrica de la trompeta china, elemento imprescindible de las comparsas callejeras en la capital del mejor ron del mundo.