En la oscuridad de la noche, bajo la luz de una inmensa luna llena, los jélicos se reúnen en su celebración nocturna con la convicción de renacer más allá del Edén sideral. Sus ojos se encienden, destellan, buscan, envuelven y explotan en una diversidad de colores y voces. Los gatos invaden la escena y los pasillos del Opera House del Kennedy Center de DC y con hechicero misterio “Cats” vuelve a renacer con la misma intensidad con la que conquistó el mundo hace más de 40 años, y seguirá su ritual, allí, frente al río Potomac, hasta el 6 de octubre.
Cuando se estrenó por primera vez, en 1981, era casi impensable que un musical sin argumento y basado en poemas pudiera tener éxito. Pero “Cats”, esa creación de Andrew Lloyd Webber, basada en los textos de “El libro del viejo Possum sobre los gatos prácticos” de Thomas Stern Eliot que tanto lo fascinaron en su infancia, rompió todas las predicciones posibles y se convirtió en un clásico insoslayable.
Más allá del paso del tiempo, “Cats” es un inimputable. Los poemas de T.S. Eliot son una recopilación de las cartas que el “viejo Possum -así llamaban a Eliot- enviaba a sus amigos y nietos. Cada poema hace referencia a un tipo de gato y es a su vez una sátira sobre los dueños de los gatos y de la sociedad en la que viven. No obstante, “Memory” y “The Moments of Happiness”, se insertaron en la trama a través de Trevor Nunn, director del musical. La primera, a partir de otro poema de Eliot, “Rhapsody on a Windy Night”, y la segunda, pertenece a un poema extraído del libro “Four Quartets”, también de Eliot.
Este musical, que dispara directamente al corazón, que conmueve, que trasciende lo convencional, fue el primero en el que Lloyd Webber compuso su música sobre un texto ya escrito. Por su parte, Nunn, debió encontrar una línea narrativa que convirtiera la obra en un entramado particular que gira en torno a la tribu de los gatos jélicos -nombre inventado por Eliot- que se reúnen y deciden cuál de ellos renacerá en una nueva existencia.
Con una coreografía de alta exigencia técnica y una clara visión grupal, Andy Blankenbuehler, sobre la base de la coreografía original creada por Gillian Lynne, hizo un delicado trabajo con los bailarines-cantantes utilizando elementos de danza-jazz y contemporánea. Impecable despliegue corporal y gestual en el que cuesta mucho pensar que se trata de “humanos” y no de verdaderos gatos.
La gata blanca, Victoria, asumida por Caitlin Bond, muestra en sus solos un sobrado dominio clásico con sus giros y desplazamientos. Mientras, Dan Hoy aporta los matices de su voz al protagonizar al líder de los jélicos, Munkustrap. Pero sin duda, el personaje clave de este musical, Grizabella, compuesto de una manera conmovedora por Keri René Fuller, llega a su punto de mayor emoción en “Memory”. Casi de una manera indescriptible, su voz se interna en lo más profundo del alma y estalla.
“Cats” debutó en el West End en Londres, y un año después llegó a Broadway. La producción original se representó durante veintiún años seguidos, y la neoyorquina, permaneció en cartel dieciocho, un récord entre los musicales. Desde 2016, “Cats” volvió a Broadway, y salió de gira por distintas ciudades de los Estados Unidos, con algunas escenas reestructuradas y ligeros cambios de la puesta original.
El magnífico diseño escénico y de vestuario de John Napier, con una opuesta de luces espectacular, realizada por Natasha Katz, y una banda de sonido impecable, reafirman a este musical como uno de los mejores de todos los tiempos, por sus sutilezas, por su filosofía subyacente, y por su composición.
En esta fusión de géneros musicales, de actores, de bailarines, de cantantes, “Cats” se convierte en una suerte de obra maestra del musical donde converge la poesía, la pasión, la destreza y la enorme belleza de la puesta. Esos gatos vagabundos que aspiran a renacer, que se reúnen noche a noche en un basural lleno de chatarras, hacen un pacto secreto con la magia.