Inspirado en el cuento popular árabe “Aladino y su lámpara maravillosa”, de la colección de “Las mil y una noches”, y en la película de 1949 “El ladrón de Bagdad”, “Aladino”, que primero fue un filme animado y luego se convirtió en un musical de Broadway, se quedará hasta el 7 de septiembre en el Opera House del Kennedy Center con todos sus oropeles, su majestuosidad y sus efectos especiales. Y viene con su genio, las alfombras voladoras, su princesa, una cueva mágica en la que el oro resplandece, y su lámpara maravillosa. Esa lámpara que chicos y grandes quisieran tener para convertir los sueños en realidad.
“Aladino” cuenta la historia de un joven de la calle que un día encuentra una lámpara mágica con un genio en su interior. El genio, que solo puede conceder tres deseos, convierte al joven ladronzuelo en un bello príncipe capaz de enamorar a la rebelde princesa Jasmín encaprichada en desobedecer los mandatos de su padre. Revolucionaria al fin, sólo pretende casarse por amor, sin tener en cuenta las conveniencias del reino.
El director y coreógrafo Casey Nicholaw, con varias nominaciones a los premios Tony y con espectáculos en la cartelera de Broadway ha logrado un ensamble perfecto en esta pieza, en la que la danza tiene un papel preponderante. Mientras, la música de Alan Menken, logra un atractivo equilibrio de estilos y ritmos, y deja lucir los grandes hits de este musical como “A Whole New World” y “Friend Like Me”. Con bailarines capaces de hacer las más increíbles acrobacias, y con una interesante propuesta lumínica de Natasha Katz, unida a la imponente escenografía de Bob Crowley, la puesta recobra imágenes y colores del filme de Disney.
Si bien cada una de las escenas adquiere encanto propio, la cueva del genio, que parece un “reino” construido en oro, con joyas de oro desbordando los innumerables cofres, también de oro, es la que se lleva las palmas. Allí, ante un desfile alucinante de trajes diseñados por Greg Barnes y una diversidad coreográfica incomparables, el musical recobra el espíritu y el concepto de los años gloriosos de Broadway, con ingeniosos despliegues de trajes y movimientos.
Y es allí donde Aladino encuentra su lámpara y su genio, protagonizado por Major Attaway, quien logra seducir al público con su encanto, su humor y su picardía. No obstante, la narrativa de este musical aborda casi superficialmente los conflictos centrales del cuento y solo deja entrever la disputa entre el villano y los “buenos”; la autodeterminación de la princesa Jasmin, y la transformación de Aladino. Todo transcurre de una manera muy lineal. Quizás no hay tiempo para profundidades.
Kaenaonalani Kekoa, como Jasmin, aborda con acierto su personaje, y por momentos logra seducir a la audiencia con su personaje. Aladino, en cambio, interpretado por Clinton Greenspan, pone frescura y dinamismo a ese “chico de la calle” que se enamora perdidamente de la princesa al pundo que se anima a confesar su verdadera identidad aún a riesgo de perderlo todo.
Y para el final, el genio se libera de la lámpara en donde estuvo prisionero, y llega el amor. Y la esperada alfombra mágica que vuela con Aladino y Jasmin hacia una inmensa luna redonda plantada en un cielo azul, pleno estrellas.