Inevitable. Cómo no emocionarse, cómo no sentir que la vida se vuelve de colores cuando apenas empiezan a sonar los compases de “Hello Dolly”, ese musical que en 1964 se llevó casi todos los premios Tony y que cinco años después recorrió los cines del mundo con Barbra Streisand y Walter Matthau en los protagónicos.
Cómo no volver a emocionarse cuando Dolly llega nuevamente al restaurante a hacer su debut estelar con su vestido rojo y su deslumbrante tiara de plumas y brillantes, tratando de reencontrarse con el amor. Ella, que con su ojo clínico y su intuición, había logrado descubrir el amor escondido en otros, pero no dentro de sí misma. Un descubrimiento progresivo que va develándose a medida que se permite una mirada introspectiva.
En esta reposición que llegó a partir del 4 de junio al Opera House del Kennedy Center y que permanecerá en cartel hasta el 7 de julio, ese personaje entrañable, tramposo, sensible, pícaro y lleno de vitalidad está en manos de la célebre Betty Buckley. La misma que logró cautivar con su memorable versión de “Memory”, uno de los temas clave de “Cats”, rol con el que se llevó un premio Tony en 1983.
Buckley encarna a una Dolly Gallagher Levi cálida y simpática, perspicaz y disimuladamente atenta que logra conectarse con la audiencia de la misma manera que lo hace con los personajes que la rodean. Su emoción y su alegría son tan genuinas que no caben dudas de que el personaje es justo para ella. Tanto desde lo corporal, con sus bailes y desplazamientos como desde su gestualidad, sus guiños con el público y la composición del personaje.
“Hello Dolly”, basada en la obra “The Merchant of Yonkers”, de Thornton Wilder, que luego se tituló, en 1955, “The Matchmaker” (La casamentera), es una de las producciones musicales de Broadway más representadas. Su primera protagonista en 1964 fue Carol Channing, quien volvió a ser Dolly en la reposición de 1995. La actual producción, que se estrenó en Broadway en 2017, abrió con Bette Midler en el protagónico.
Con dirección de Jerry Zaks, coreografía de Warren Carlyle, y escenografía y vestuario de Santo Loquasto, la puesta apunta a una armonía de colores donde predominan los tonos pastel para el conjunto y los colores brillantes para la protagonista. El libro de Michael Stewart y la música de Jerry Herman son, sin discusión, un elemento clave en esta obra donde el texto, la música y las actuaciones son la clave del éxito y la vigencia de una propuesta que podría resultar riesgosa en estos tiempos de efectos especiales.
El reparto incluye a Lewis J. Stadlen como el gruñón maduro Horace Vandergelder que recurre a Dolly en busca de una esposa joven; Nic Rouleau como Cornelius; Analisa Leaming como Irene Molloy, Sean Burns como el atlético y prudente Barnaby, y Kristen Hahn como Minnie Fay. Cada uno de ellos, en una composición tierna y encantadora de sus personajes.
En ese Manhattan del siglo XIX Carlyle hace un derroche de talento a través de una coreografía desafiante, energética, estructurada, concisa y organizada, que permite descubrir los talentos individuales y los de conjunto. Magnífica y al mismo tiempo intrincada la escena en el restaurante Harmonia Gardens, donde los mozos hacen un despliegue asombroso, deslizándose con fuentes, mesas, copas, bandejas, en medio de acrobacias inimaginables.
Pero, sin duda, Dolly, a través de Buckley, hace más vívida la sensación de que siempre hay otra chance, una esperanza de reparación, o quizás, una nueva oportunidad para intentar, una nueva puerta que se abre para demostrar que la vida todavía tiene sentido.