En las vísperas de la Pascua, en Alemania, llegó a su camarín, se vistió con su traje negro, pensó en el amor, en la pasión y en esa mujer que estaba esperándolo para morir en sus brazos. De golpe, ese joven que nació en Paraná, Entre Ríos, en el litoral de la Argentina, se había convertido en Armand Duval, el protagonista de “La dama de las camelias”, ese clásico indiscutible de John Neumeier, y uno de los títulos emblemáticos del Sttutgart Ballet.
Con sus 25 años a cuestas, y con apenas pocos meses en la compañía dirigida por Tamas Dietrich, el bailarín hizo su debut como Armando, rol que volverá a bailar el 27 de abril en el Opera House de Sttutgart. Durante este periplo en el que tuvo que sumergirse en una historia profunda y dolorosa, Mansilla estuvo acompañado no sólo por el coreógrafo, sino también por su musa inspiradora, la inolvidable Marcia Haydee y por Edgon Madssen, protagonista del primer Armand de esta versión.
Casi como un sueño, Mansilla se entregó en cuerpo y alma a esta ardua tarea de interpretar un personaje complejo, contradictorio, apasionado. También casi como en un sueño fue su llegada a esta compañía considerada una de las más importantes de Europa.
Apenas acababa de firmar contrato, lo eligieron como Solor en “La Bayadera”, y en apenas 32 días, lo nombraron solista. Hasta entonces, había hecho un largo recorrido: a los 8 años empezó a estudiar danza, en Paraná; a los 15 ganó una beca de la Asociación Arte y Cultura para estudiar con Cecilia Kerche. De allí, pasó por el Ballet de Iñaki Urlezaga, por el Ballet Metropolitano de Buenos Aires, y luego se fue al SODRE de Montevideo. Fue Don José, en “Carmen”, Conrad en “El Corsario”, y Stan Kowalsky en “Un tranvía llamado deseo”.
Danzahoy: ¿Cómo fue el salto de Uruguay a Europa?
Ciro Mansilla: Siempre soñé con Europa, con el Royal Ballet de Londres, y en un momento me llegó un email de la Opera de Munich diciendo que fuera a una audición porque necesitaban gente. Era una sola audición, un solo día, y justo coincidía con nuestra semana de vacaciones en el SODRE. Pero no tenía el dinero. No sabía si ir o no y a medida que fueron pasando los días fue creciendo la sensación de que “tenía que ir”. Finalmente, Juan Lavanga, de la Asociación Arte y Cultura, me pagó el pasaje, y allá fui. Pero cuando llegué, todo era un caos. No sabían que había llegado, y estaban todos de vacaciones. Me habían pedido que llevara música, y nunca me tomaron esa variación porque la mujer de Igor Zelensky, el director del ballet, nunca apareció. Después me dijeron que no estaban interesados.
D: ¿Y qué hiciste en un lugar donde no sabías el idioma y no conocías a nadie?
CM: Me sentí muy triste. Me había fallado la audición, estaba del otro lado del mundo, endeudado, perdido, solo… Me sentí insultado. Fue una desorganización tremenda. Y encima, Juan (Lavanga) me había dicho, en broma, por supuesto: “si no volvés con un contrato te mato”. Al otro día dije: “me vuelvo, pero antes voy a Sttutgart”. Al menos quería tomar clases en la compañía y volver con esa experiencia. Al segundo día de clases, el actual director fue a observarme por sugerencia de Marcia Haydée, y me propuso ser parte de la compañía. ¡Me quedé helado! En ese momento sentí que por alguna razón algo adentro de mí me había dicho que tenía que venir…
D: ¿También fue por intuición tu llegada a Buenos Aires, o lo tenías planeado?
CM: Mi maestra, Susana Gómez, se enteró de una audición en el teatro 3 de Febrero de Paraná organizada por la Asociación Arte y Cultura, y nos presentamos. Sólo iban a elegir dos chicos para los cursos de verano de Kerche en Buenos Aires y me becaron por todo el año. Siempre digo que mi formación en Buenos Aires fue en Arte y Cultura y en el Ballet Metropolitano con la gira a Rusia. Así fue como a los 14 años me fui solo a Buenos Aires porque mi mamá, que fue la que siempre nos mantuvo, tenía que seguir trabajando. Viví en una suerte de pensión internacional, y mi mamá me mandaba dinero para mantenerme.
D: ¿Y cómo surgió tu interés por la danza desde tan chiquito, siendo varón y con todos los prejuicios que aún existen?
CM: Mi mamá es profesora de danzas orientales, pero nunca me incentivó a ser bailarín, si bien mi hermano y yo siempre bailábamos con mi mamá. Pero ella me llevaba a hacer deportes y yo me aburría mucho. En el club ciclista fue donde peor la pasé, a pesar de haber ganado premios. A ese club iba gente de mucho dinero y fue duro para mí porque era el pobre del grupo y me lo hacían sentir. Y los chicos son muy crueles con esas cosas.
D: Tal vez por envidia o recelo…
CM: Nunca pensé en la envidia, siempre me concentré a disfrutar de lo que hago. Y el tema del ballet fue casualidad. Había dejado de hacer gimnasia artística porque me cargaban, y un amigo de mamá dijo que era muy inquieto y le propuso que me entretuviera con danza clásica. Mi mamá pensó que iba a dejar a los dos meses, pero hice mi primera clase y me enamoré perdidamente de la danza. Recuerdo que salí de allí y le dije a mi mamá: “quiero hacer esto”.
D: ¿Y ahora qué dice tu mamá?
CM: Llora. Dice que le tengo que comprar tres entradas, la primera porque cuando entra se pone a llorar y no ve nada porque llora; la segunda porque cuando me ve llora, y la tercera, porque recién ahí puede ver el ballet tranquila y puede verme bailar. Estoy tratando de ahorrar para que venga.
D: ¿Cómo vas haciendo tu inserción en Alemania?
CM: Nunca pensé que iba a estar ahí. El idioma es muy difícil, pero por suerte tengo un buen manejo del inglés porque todo el mundo habla inglés aquí. También hay mucha gente que habla español, muchos italianos que hablan español, y tengo una amiga argentina acá. Estamos en una época de cambios en la compañía y hay muchos bailarines nuevos y jóvenes. Me siento muy cómodo acá, y si bien soy muy tímido, me gusta relacionarme con la gente. Hice varios amigos con los que nos reunimos a charlar y vamos a pasear. Al fin y al cabo, si bien cambia la cultura, todos somos seres humanos. Nunca senté cabeza en ningún lugar, ni siquiera donde nací. Siento que donde pueda bailar y hacer lo que amo, ese es mi lugar.