En marzo de 1958, Alvin Ailey presentó por primera vez su grupo de danza en Nueva York. La troup llevaba su nombre, Alvin Ailey American Dance Theater (AAADT), y ya empezaba a formar parte de aquella generación histórica que forjó la danza moderna en los Estados Unidos. Aquel hombre nacido en Rogers, Texas, trasplantado a Nueva York, donde estudió y se formó con Martha Graham, Charles Weidman, Doris Humphrey y Hanya Holm, sabía que la danza tenía una función social y estética. Y se lanzó con ferocidad a la conquista de ese mundo negado por las persecuciones raciales de aquellos años, y rompió con prejuicios y crueles segregaciones.
Ailey murió en 1989, y aún después de su muerte, bajo la batuta de una de sus más cercanas colaboradoras y bailarinas, Judith Jamison, la compañía siguió su curso incontenible. Sesenta años después, dirigida desde hace ocho años por Robert Battle, es una de las más reconocidas del mundo.
Desde el 5 al 10 de febrero, y como todos los años, la AAADT llegó al Kennedy Center de Washington, DC, para cumplir su rito. Esta vez, con tres programas diferentes. Uno en particular, dedicado a su fundador, “Timeless Ailey”. En él desfilaron fragmentos de once obras creadas por Alvin Ailey en diferentes épocas. Un lujo que permite valorizar aún más el aporte del coreógrafo al lenguaje de la danza. Solidez en la estructura, movimientos sutiles y refinados que resaltan la calidad de los bailarines, teatralidad, exigencia de interpretación, compromiso social, intensidad y belleza, y por sobre todo, claridad en el mensaje coreográfico. Todos esos elementos se reúnen en este “Timeless Ailey” que recupera el placer de ver la danza en estado puro con movimientos y propuestas estéticas que no pierden vigencia y que apuntan a las emociones más profundas, más íntimas.
Como celebración de este aniversario, la AAADT presentó en la noche de apertura tres nuevas obras, “Lazarus”, de Rennie Harris, “Kairos”, de Wayne Mcgregor, y “The Call”, de Ronald R. Brown. Y la infaltable “Revelations”, no sólo convertida en un clásico, sino en una obra maestra de la danza contemporánea donde se conjugan belleza suprema, contenido social, y la historia personal del coreógrafo contada desde un lenguaje poético incomparable.
“Lazarus”, que lleva el sello de Harris cuyo estilo, basado en el hip-hop, narra una historia simbólica en dos actos, que reconstruye el periplo de un hombre negro en la década de los años 60 y 70 en los Estados Unidos. La pieza esboza la visión de Alvin Ailey en relación al sufrimiento y la marginación. Esta resurrección de la que habla el título de la obra en cierta forma se refiere a la figura de Ailey, pero al mismo tiempo propone una visión filosófica desde la cultura del hip-hop sobre la experiencia de ser y vivir como un afroamericano en los Estados Unidos, y la carga política y social que esto representa.
Casi como una costumbre “Revelations”, este clásico de Ailey de 1960, con música de “negro spiritual” quedó como cierre de los tres programas. Un rito, una costumbre, un legado, un mandato casi divino que reafirma la omnipresente figura del coreógrafo. Como una recapitulación de su niñez en Texas, como una narrativa personal y universal al mismo tiempo, Ailey fusiona realidad y abstracción de una manera majestuosa. Esta sucesión de imágenes y escenas, de secuencias, de colores, de historias sugeridas quedan grabadas en la retina y en el alma.