En los umbrales de las celebraciones por el quinto centenario de La Habana –noviembre de 2019-, como parte del festín de eventos culturales que al efecto se cocinan ya, Danza Contemporánea de Cuba, liderada hace 33 años por el premio nacional de danza Miguel Iglesias, no podía quedarse a la zaga. Casi un año antes, aprovecha la coincidencia de otra importante efeméride: las dos décadas del quehacer en el archipiélago cubano del British Council, con el cual mantienen estrechos y fructíferos vínculos con el proyecto Islas Creativas, para incluir un nuevo título a su repertorio, deudor esta vez a una invitada del Reino Unido, la reconocida coreógrafa inglesa Lea Anderson (MBE), junto con su equipo creativo.
Anderson ha sido valorada en su país como creadora de un lenguaje coreográfico “suis generis” que es, al mismo tiempo, “desafiante e individual como reconocible”. Fue cofundadora de dos compañías de danza, una en 1984 denominada The Cholmondeleys (todos femeninos) y la otra de todos masculinos en 1988, la Featherstonehaughs; las cuales sorprendieron por su originalidad a los públicos y la crítica de Gran Bretaña y del extranjero en sus numerosas giras.
Graduada en el Centro Laban, Anderson quiso asistir como estudiante de artes visuales en el St. Martins College of Arts and Design, empero, finalmente decidió enfocarse en la danza. Es así que en su primera visita al Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso en 2017 quedó entusiasmada con su hermosa arquitectura ecléctica, tanto por su fachada como por el interior, particularmente la suntuosa sala García Lorca del principal coliseo de la capital cubana, proyectado por el arquitecto belga Paul Belau (1915).
Esto fue el detonante para que propusiera entonces, como guión de su futura obra concebida para DCC, una escritura coreográfica a partir de una pieza escrita en 1717 por John Weaver, “Los amores de Marte y Venus”, con más de 300 años de creada. Ello conduce a reflexionar sobre los postulados emitidos por dos grandes maestros europeos innovadores de la danza de entonces: Georges Noverre, en sus famosas “Cartas…”, y Gasparo Angiolini. Es decir que Weaver, al concentrar su trabajo en el desarrollo narrativo del movimiento con temas de la mitología griega, pudiera considerárselo como un precursor de los mencionados a maestros de Francia e Italia.
“Todos los que han participado en este proyecto (para DCC) son como funámbulos, desafiantes sobre el filo de reglas y libertades desconcertantes a los que ha convidado Lea Anderson. Ella ha respetado cada nota del libreto original, para desarrollar su propuesta escénica dentro del marco de nuestra contemporaneidad”, según expresa Jorge Brooks, miembro de la dirección general de DCC, en el programa de mano. Se ofrecieron funciones tres fines de semana en el GTHAA, donde alternaban obras de estrenos recientes, como “Consagración”, versión de la magistral partitura de Stravinsky por los coreógrafos franceses Christophe Béranger y Jonathan Pranlas-Descours; y dos de Julio César Iglesias, “Coil” y “La segunda piel”.
Danza Contemporánea siempre ha sorprendido, desde su fundación como compañía “de danza moderna” hace 59 años bajo el liderazgo del maestro Ramiro Guerra –septiembre 25 de 1959-, con cada nueva creación ya sea por autores locales o foráneos, mas nunca una danza teatral narrativa. Y ahora sigue asombrando, con la interpretación y ejecución de una pieza narrativa, concebida por una original creadora proveniente de otras lejanas islas. Realizada, a su vez, como parte vital del proyecto Islas Creativas patrocinado por el BC, con el objetivo esencial de lograr la interculturalidad entre países y sus respectivas instituciones, mediante la posibilidad de lograr espacios de creación coreográfica, donde el intercambio se produce con la estimulación de encuentros entre las experiencias coreográficas en Cuba y los modos de hacer en el Reino Unido y otras regiones del mundo”, relaciones que cumplen sus trece años.
“Los amores de Marte y Venus” ha sido calificado por su propia autora como “un Espectáculo Dramático de Danza, etc”; y sus poco más de 33 minutos se han estructurado en seis escenas sin interrupción. En cada una de ellas, los portentosos bailarines de DCC se entregan de lleno a este reto coral, con toda su notable capacidad de improvisación corporal, mediante la cual –en el ámbito de una producción minimalista que incluye una reducción de la maqueta de la sala teatral, realizada por Tim Spooner-, se muestran imágenes (antiguas o contemporánea) de frisos griegos, ánforas romanas; peleas de esgrima; pugilatos boxísticos o de lucha greco-romana; o grabados antiguos de lenguaje de señas.
La impecable puesta en escena es merecedora de los encomios. Ella fue apoyada puntualmente con la música original de Steve Blake, grabada por su equipo de realización técnica en las mezclas bajo la rigurosa vigilancia de Hugo Whitenoise. Los intrigantes y eficaces figurines fueron diseñados por el reconocido artista inglés Simon Vicenzy –realizados por Vladimir Cuenca, Eidelsy Cabrera, Nelson Alarcón y Mayra Rodríguez; los cuales fueron hiper-subrayados con las luces diseñadas por Simon Cordier, que por momentos se impusieron como elementos protagonistas.
Si bien se trata de una pieza coral, como apuntó Anderson, no es posible concluir sin mencionar los nombres de algunos solistas, por su especial entrega, como Stephany Hardy (Venus), Alejandro Miñoso (Marte), Dayron Romero (Vulcano) o Mario J. Varela (Cupido). Por supuesto que contaron con el soporte valioso de las Tres Gracias; los Cíclopes o los otros dioses mitológicos afines, que conformarían la gran danza final triunfante. Interesantes las dos últimas escenas, una serie de impresionantes metáforas poéticas, que involucran al dios Vulcano, sin embargo, en ciertas secuencias, algunos personajes no están caracterizados con definición por su gestualidad, y la narración pierde claridad.
Hubo una reacción tardía del público tan pronto se produjo el blackout de cierre; mas cuando pasó el desconcierto irrumpió con un ruidoso aplauso de aprobación.