Rusia, 1906. Palacios, esplendor, magnificencia. Tras la Revolución Rusa de 1917 y tras el fusilamiento del Zar Nicholas II y toda su familia, comenzó a entretejerse una leyenda que luego llegó a la literatura, al cine, a la animación, y también a Broadway. Una leyenda que deja el interrogante, y que al mismo tiempo, se convierte en una suerte de cuento de hadas que narra la aventura de la hija pequeña de los Romanov, Anastasia, la única de la familia que supuestamente quedó viva luego de aquella masacre.
“Anastasia”, tuvo su estreno mundial en Nueva York, en el Broadhurst Theatre, en marzo de 2017, año en el que se cumplió el centenario de la revolución bolchevique. Un mes más tarde, se había convertido en uno de los musicales más exitosos de Broadway y acumuló varios premios Tony.
El 30 de octubre, “Anastasia” se instaló en el Kennedy Center de Washington DC, para quedarse hasta el 24 de noviembre con su relato basado en la película de animación de Disney de 1997, con libreto de Terrence McNally, música de Stephen Flaherty y letras de Lynn Ahrens. El periplo es simple, una fórmula ya probada para la generalidad de los musicales: bailes, canciones, y un gran despliegue que no escatima elementos de primera generación tecnológica. Imágenes que se proyectan sobre la escenografía de Alexander Dodge, deslumbrante vestuario de Linda Cho, y temas musicales que siempre son hits, tal como ocurre con dos de los insoslayables de la película animada, “Journey to the Past” y “Once Upon a December”.
La trama, al igual que en el film, muestra en el comienzo el esplendor y la caída del imperio ruso, y años después, en 1927, presenta a una Anastasia huérfana, amnésica, cuyo nombre es Anya. La joven, intentando recuperar su familia y su pasado, encuentra dos “cazadores de fortuna”, Dimitri y Vlad, que pretenden aprovecharse de su parecido con la Gran Duquesa, y cobrar la recompensa por haber encontrado a la hija perdida de los Romanov.
Con un final anunciado, y semejante al de cualquier cuento de hadas, la protagonista recorre un camino en el que se transformará en una princesa cuando finalmente su abuela, exiliada en París desde la Revolución del 17, la reconozca por su parecido, o por una pequeña cajita de música que le había regalado cuando Anya/Anastasia era una niña. Y, como era de esperar, la historia de amor para el cierre. Esta vez, la princesa se enamora del joven que la llevó hasta los brazos de su abuela.
Y en este entorno de marchas y contramarchas, de huídas, de marginaciones, de dudas, también aparece el “Mal”, el que trata de impedir que Anastasia encuentre a su abuela y su identidad. El malo aquí es el ejército rojo y su representante más directo, Gleb, interpretado por Jason Michael Evans, en una magnífica composición de su personaje. Quizás, la más lograda, la más veraz y la más intensa de este elenco.
Bajo este patrón que no escapa a la versión animada, el director Darko Tresnjak se apoya en los recursos visuales y cinematográficos creados por Aaron Rhyne para convertir el relato en magia y transformar la escena con un gran toque de sofisticación. De Moscú a París, la protagonista transita por los más bellos paisajes, recuerdos y sueños recurrentes.
Lila Coogan, Anya/Anastasia canta con voz clara y consistente, pero las emociones quedan postergadas. Voces potentes, atractivas en los personajes de Stephen Brower como Dmitry, el joven que finalmente gana el corazón de la princesa, y Edward Staudenmayer, como el rufián Vlad. El resto del elenco, no se escapa de la fórmula. Un final feliz, donde Anastasia no solo encuentra su identidad, también encuentra el amor.