Quizás porque la vida está hecha de cambios. Quizás porque es necesario partir para después volver. Quizás porque partir es crecer, y crecer no solo significa convertirse en un profesional exitoso, sino también, en un nuevo ser humano. Estos bailarines de la diáspora debieron pasar el dolor del exilio para convertirse en lo que son hoy. Exitosos, reconocidos, sólidos.
“Evolution”, que subió a escena en el Teatro Coliseo el 28 y 29 de julio, y que llega el 1 de agosto al Teatro Círculo de Rosario, es un espectáculo que congregó una diversidad de bailarines argentinos radicados en el exterior. Talentosos, brillantes, transitaron desde el clásico al neoclásico, y del neoclásico al contemporáneo. Una gala dividida por un intervalo y una sucesión de obras cortas y fragmentos de reconocidos ballets, abrió las puertas a estos jóvenes que han sabido encontrar un espacio distinguido en las compañías internacionales. Una realidad que llena de orgullo y que, de alguna manera, reafirma que vale la pena el esfuerzo y la pasión.
Si bien la campaña publicitaria anunciaba a la “etoile” de la Opera de París, Ludmila Pagliero, una lesión impidió que integrara esta gala, pero su ausencia no impidió la calidad. La primera parte comenzó con “Pulsos”, interpretado Los Ballets de Araiz, que se lanzaron con una pieza fresca, dinámica, que recupera elementos del folclore tradicional, los estiliza, los reedita, y explora sonidos, ritmos y formas. El mismo grupo abrió la segunda parte de esta gala con “Canto Jondo”, una coreografía de Oscar Araiz sobre una partitura de Carlos Surinach. Una estilización de diferentes palos del flamenco, reminiscencias ibéricas y moriscas, y un grupo de bailarines absolutamente involucrados con la propuesta artística.
“Remanso”, interpretado por Compañía en Movimiento, pone a un trío de dos bailarines en una disputa de amores contrariados sobre una realización de Analía González. Siguieron luego, Carolina Agüero y Thomas Bieszka, con el Adagio del segundo acto de “Lago de los Cisnes”. Un pas de deux al que le faltó la emoción y la intensidad que requiere este clásico. Si bien ambos bailarines tuvieron un correcto desempeño técnico. Agüero, con bellos brazos, logró momentos interesantes y potentes. Pero fue en la propuesta neoclásica de la segunda parte, “Invisible Grace”, de Yaroslav Ivanenko, donde alcanzaron una mayor comunicación.
“Las Euménides”, otra de las obras que es una suerte de ballet contemporáneo con puntas, que roza el neoclásico, convocó a tres bailarinas argentinas de diferentes compañías: Paula Cassano del Ballet del Teatro Colón, Julieta Paul del Teatro Argentino de La Plata, y del Ballet del Sur, Carolina Basualdo. Un excelente trabajo de coordinación de este trío que se arriesgó a ritmos mediterráneos con frescura y solidez.
Pero dos de las grandes las estrellas de esta gala fueron Florencia Chinellato y Matías Oberlin, solistas del Ballet de Hamburgo, dirigido por John Neumeier. Intensos y profundos en “Adagietto”, esa bella y conmovedora partitura de Gustav Mahler realizada por Neumeier, y magníficosy apasionados en “La dama de las camelias”, también de Neumeier, con música de Chopin. Tanto en la primera como en la segunda obra, Chinellato hizo gala de su magnífica y delicada técnica. Una bailarina capaz de descubrir sutilezas y de encontrar el refinamiento justo como si tejiera una delicada filigrana, de sólidas piernas y asombrosos brazos. Una absoluta delicia.
Con acierto, los dos arrolladores solos de Lucas Segovia quedaron para el final. Deslumbrante por su velocidad, su atletismo, su fuerza interpretativa, Segovia es de esos bailarines que puede cubrir con solvencia desde lo clásico a lo contemporáneo. Su enriquecimiento en el Joffrey Ballet mostraron un desborde de talento deslumbrante. El estreno de “Vendetta”, de una de las más renombradas coreógrafa contemporáneas, Annabelle López-Ochoa, trajo una mezcla de danza-jazz, teatro, algunos elementos estilizados del Hip-Hop y danza callejera. Impecable. Y para el cierre, “Percussion 4”, de Bob Fosse. Una obra de una potencia arrasadora, y un bailarín indiscutible, casi imposible de describir con palabras.
Fuera de los convencionales pas de deux tradicionales y obligados de todas las galas, ésta dejó el magnífico sabor de una mirada diferente, pero por sobre todo, marcó el regreso de los hijos pródigos.
La direccion del Ballet Nacional de Cuba debiera hacer lo mismo con tantos bailarines cubanos que triunfan a nivel internacional pero que no viven en la Isla.