La más joven compañía de danza contemporánea del archipiélago cubano, Malpaso -fundada hace solamente un lustro en la capital cubana por tres osados, testarudos e indomables jóvenes lugareños-, sigue mostrando en cada representación la solvencia de las potencialidades físicas y técnicas de sus bailarines, empero están renuentes a menoscabar sus “estándares coreográficos”, que han sido los objetivos fundacionales de esta agrupación.
Para sustentar este objetivo confesado de la constante “renovación”, preferimos citar una nota en el programa de mano firmada por Fernando Sáez, director general y co-fundador de Malpaso, donde expresa: “no es (por tanto) obra del azar, de la pereza o el descuido, que el programa que presentamos (ahora en el habanero teatro Martí) incluya junto a las obras de coreógrafos célebres (o consagrados), las de (bailarines) debutantes en el oficio”.
La primera parte nos permitió valorar, “Ser”, una miniatura (10 min) firmada por la solista Beatriz García Díaz, escrita para dos parejas mixtas sobre la sugestiva música de Ezio Bossio (compositor mediático en Europa), apoyado por inteligentes diseños de luces y vestuario de la propia coreógrafa y danzante de la pieza. De su coreografía reprochamos la ausencia aparente de un asidero conceptual que justifique las articulaciones atléticas, con la consiguiente disminución comunicacional con el auditorio. Esto será superado con la madurez de su talento.
Después de una breve pausa, subió a escena la creación de la coreógrafa canadiense Aszure Barton, “Vals Indomable” (27 min). Nos presentó una obra coral para diez bailarines mixtos co-comisionada por Dancecleveland y la Cleveland Foundation, producida merced al mecenazgo de la New England Foundation for the Arts´ National Dance Project y el apoyo de otras instituciones con sede en los Estados Unidos. Malpaso es una compañía asociada al Joyce Theatre Productions.
Aszure Barton, asistida por Jonathan Emanuel Alsberry, elaboró una pieza atrayente y dinámica donde hecha mano de la técnica del contact y de unos pocos elementos de ballet, para así aprovechar las posibilidades rítmicas y tímbricas que le proporcionan las diversas músicas elegidas de compositores tales como Alexander Balanescu, Michael Nyman y Nils Frahm, así como la producción escénica de Nicole Pearce, en las luces, y de Fritz Masten en los figurines. La solvencia ejecutoria de los danzantes quedó probada con creces, particularmente en las intervenciones de Daile Carrazana, Osnel Delgado y Fernando Benet.
Tras otra breve pausa, las cortinas abrieron para mostrar bambalinas negras y por iluminación, una luz cenital al centro (según diseño de Guido Gali) donde podemos distinguir a medias un atlético bailarín todo de negro sobre una losa blanca: Abel Rojo, el solista y coreógrafo del solo “El Piso a Cuestas” (10 min intensos e hipnóticos). Sobre ese piso desmontable se desarrollan las acciones de este carismático bailarín de especial proyección escénica. Su desempeño se vio mermado, según pudimos conocer, por una lesión muscular en el ensayo precedente, no obstante, las ovaciones no se hicieron esperar al final. Señalemos que un elemento a su favor fue su elección de Les Gymnopédies, de Erik Satie, como soporte musical, aunque la originalidad de la pieza de Rojo está por verse.
Finalmente, luego de un prolongado intermedio, llegó el plato fuerte de esta temporada: el estreno en Cuba de “Tabula rasa” (1986), del afamado coreógrafo israelita Ohad Naharin (residente director de Batsheva Dance Company y creador de un nuevo método de improvisación denominado GAGA con vocabulario propio), nacido en 1952 en el seno de una familia de artistas con formación musical, que comenzó en la danza con 22 años cumplidos . “Tabula…”, una de sus tres primeras creaciones, fue la pieza elegida en común acuerdo por los codirectores Malpaso y el creador, teniendo en cuenta varios aspectos logísticos y estéticos, para ser interpretada por diez de los más solventes danzantes de la joven agrupación.
Para lograr esto, viajaron previamente a La Habana dos de sus asistentes: Matan David y Bret Easterling, que se entregaron día y noche al montaje de la obra, hasta la llegada de Naharin, quien trabajó intensas jornadas con todo el equipo para revisar, pulir y precisar matices y detalles actualizados en los movimientos requeridos para conseguir claridad en las complejas imbricaciones de sus bien estructurados 27 minutos de duración, apoyados por una perturbadora música de Arvo Part.
La entrega artística del cuerpo de baile mixto -implicado a fondo en la profunda dramaturgia de “Tabula rasa” -, logró apresar y comunicar su intensa carga dramática: angustias, desesperanza, dolor espiritual y físico. Son algunos de los elementos referenciales y autobiográficos en la vida del autor que transpira la pieza en su discurso coreográfico: un accidente óseo que detuvo su carrera de bailarín clásico (estudió primero con Martha Graham y luego en la School of American Ballet) o la trágica muerte en 2001 de su primera esposa y asistente. El éxito quedó sellado con largas ovaciones en pie.
Igualmente, esta obra fue posible gracias al director ejecutivo del Joyce Theatre Foundation; Jerome L. Green Foundation en honor a Karen Brooks Hopkins, así como el apoyo de Susan Dickler y Sig Van Raan.