La nueva temporada primaveral habanera de Acosta Danza, la jovial agrupación fundada y dirigida por el encumbrado bailarín cubano Carlos Acosta, se presentó tres noches sucesivas a teatro lleno, del 6 al 8 de abril, en la sala García Lorca del Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso bajo la etiqueta de “Encuentros”. Y realmente lo fue doblemente. Al confrontarse los aficionados locales con tres obras provenientes de dos culturas -artísticas y coreográficas- de lejanas regiones como Japón y Suecia, representados por sus creadores: Saburo Teshigawara y Pontus Lidberg, respectivamente.
El primero, despertó curiosidad con una obra menos reciente empero icónica y referencial, “Lost in Dance”, 26 min, interpretada por el propio Teshigawara junto a su alter ego, la intrigante, intensa y virtuosa bailarina Rihoko Sato, desde 1996 su asistente artística para su labor creativa, laureada con el premio Positano “Léonide Massine per l’Arte della Danza (2012), y recientemente con el nuevo premio Japan Dance Critical Award (2016).
Teshigawara (1953) nació en Tokio, donde estudió artes visuales antes de comenzar ballet con 20 años cumplidos. En 1981, aunque admirador de la técnica clásica, comenzó a experimentar con proyectos más interdisciplinarios, trabajando con realizadores de vídeos y con artistas de artes escénicas, en busca de lo que denominó “a new form of beauty”. Este creador se ha distinguido por su poderoso sentido de la “composición, del dominio del espacio y los fluidos movimientos de baile”, con el objetivo de crear un estilo único y personal.
En cierta ocasión dijo: “I don´t live to make dance”. Luego ha explicado que “cuando hay algo que quiero expresar cojo un lápiz para convertirlo en poesía; si tengo un lienzo frente a mí será una pintura y si hay un espacio alrededor de mí, éste se transformará en una danza”. Para un mejor entendimiento de su danza hay que remitirse a la tradicional caligrafía japonesa, donde su brocha o pincel casi nunca se levanta del papel. Sus movimientos son como espirales en el espacio que se aceleran o desaceleran, como los movimientos en cámara lenta de un mimo. Hasta sus caderas y brazos se agitan enérgicamente con círculos. Todo parece igual o casi igual. Aunque, prestando más atención, se puede descubrir la variedad y hasta mínimas sorpresas, aunque la impresión acumulativa pueda parecer una monotonía… sin duda es de una inventiva a veces impenetrable.
Vale señalar, por ejemplo, su repetida secuencia con la bailarina, ambos de riguroso negro, para indicar las transferencias de los cuerpos dentro de la danza, con los recíprocos traspasos ad infinitum de un amplio y sedoso kimono negro. El inteligente soporte musical de la Sonata de Schubert (tempo moderato cantabile) ejecutada preciosamente en la grabación por el gran Sviatoslav Richter, fue una contribución mayor al carácter hipnótico de la pieza: ahí está su tendencia a enfatizar los símbolos y no lo narrativo.
Después de un prolongado pero necesario intermedio, para el montaje escenográfico de la obra siguiente, comenzó la pieza grupal de corta duración concebida por el sueco Pontus Lidberg para once notables bailarines de Acosta Danza, bajo el título en francés “Paysage, soudain, la Nuit” (Un paisaje, súbitamente, la noche). Lidberg ha establecido su reputación en pocos años como coreógrafo, cineasta y bailarín. Su creatividad quedó internacionalmente reconocida con su film “The Rain”. Ulteriormente, en 2012, su filme creado para el grupo californiano Morphoses, “Labyrinth Within”, le permitió ganar el trofeo como Mejor Película en el Festival Dance in Camera, del neoyorquino Lincoln Center.
Lidberg nació en Estocolmo hace 40 años y posee una mirada intensa, propia de una personalidad controlada, intelectual y reflexiva. Su formación artística es muy peculiar. Desde los 6 años inició su inusual carrera luego de asistir a un espectáculo de ballet. A los 10 años, después de una audición, este hijo de un siquiatra y una sicóloga, ingresó en la Escuela del Real Ballet de Suecia; luego recibió una maestría en Artes Escénicas Contemporáneas de la Universidad de Gothenburg, posteriormente intercaló cuatro años de estudios de medicina entre los cursos de ballet, actuaciones en escena y la dirección de filmes.
Para su estreno mundial en La Habana, “Paisaje…”, Lidberg tuvo un doble acierto al elegir como soporte sonoro una notable obra del afamado compositor cubano Leo Brouwer (Paisaje cubano con rumba) y otra pieza corta minimalista del sueco Stefan Levin (Cuban Landscape), así como la escogencia para la escenografía de la talentosa artista Elizabet Cerviño: una instalación lineal lumínica que muestra una franja de trigo antes de la cosecha.
Además, la coreografía para un grupo mixto de bailarines -que incluyó al propio autor y su joven compatriota David Lagerqvist, como bailarín invitado-, está cargada puntualmente de un marcado atletismo, sazonado con instantes joviales teñidos de gran sentido del humor, que provocaron la espontánea risa del auditorio. Aquí destacaremos la labor interpretativa de Marta Ortega, Laura Treto y Alejandro Silva, entre otros.
Después de otra pausa, la danza siempre intensa, dinámica y subliminal en su creatividad y estilo particular de Saburo Teshigawara. Esta vez aplicada sobre ocho brillantes bailarines ambos sexos de Acosta Danza, con notables intervenciones de Javier Rojas (en el “opening” y el cierre), Carlos Luis Blanco y la escultural Zeleidy Crespo. Se trata de otra obra hipnótica (o casi) de unos 27 minutos, “Mil años después”, estreno mundial regalo a Carlos Acosta, con coreografía, dirección, diseño de luces y vestuario por el multifacético creador japonés asistido por la eficaz bailarina Sato.
En esta entrega hubo atisbos de elementos provenientes de la técnica académica y del butoh, pero no hubo cambrés, cargadas, ni el “contact”; sin embargo, los afiatados cuerpos del conjunto cubano vestidos de blanco con sus piernas y pies desnudos, asimilaron aproximativamente -en escasos ensayos- una filosofía y poética bien ajena a ellos hasta entonces. En cambio, evolucionaron con precisión las dinámicas tímbricas de la exquisita Suite Lírica del vienés Alban Berg, con notables dúos por Raúl Barroso y Mario Sergio Elías… Hasta que irrumpe la soberbia música de cámara creada por Mozart – un cambio de giro rupturista-, sobre la cual los bailarines “se desmayan” sucesivamente como castillos de naipes. ¿Será, acaso, una imagen evocativa del maltrato indiscriminado infringido a la “casa común”?