A fines de noviembre, justo en la semana de Acción de Gracias, Lara Asch debutó como uno de los ratoncitos de “Cascanueces”, con el Kansas City Ballet en el Kennedy Center de Washington DC, y en otras funciones, también fue uno delos polichinelas escapados de la gran falda de Mother Ginger. Casi una semana después, Sofía Bentolila, en Lansdowne Resort, Leesburg, Virginia, hizo su primer “Cascanueces”, con el Ravel Dance Studio.
Lara y Sofía, compañeras de cuarto grado en la Escuela Argentina de Washington, durante varios meses dividieron su tiempo entre la danza, algo que las apasiona; la escuela “americana”, como suelen llamarla, y el aprendizaje del español durante cuatro horas los sábados por la mañana. Para las dos, al igual que para muchos otros niños que año tras año participan de esta obra tradicional de la Navidad, es una experiencia especial, y hasta inolvidable. Y quizás sea la semilla para una elección de vida en el mundo del arte.
Más de cien producciones invaden cada año los teatros más famosos y los más recónditos de los Estados Unidos. Las propuestas, que varían en estilos, formas y estéticas, no solo se limitan a contar una mágica historia para toda la familia, sino que también se convierten en un fenómeno singular que combina estrategias de marketing, calidad artística y participación comunitaria.
Noviembre es, por excelencia, el mes de lanzamiento en los Estados Unidos, y las funciones continúan hasta el 31 de diciembre, como ocurre, entre otros, con el New York City Ballet en el David H. Koch Theater en Nueva York. Algunas compañías hacen un par de funciones y otras, como el American Ballet Theatre, salen de gira.
Uno de los clásicos infaltables y, quizás, el más simbólico de la Capital del país, es el “Cascanueces” del Washington Ballet (TWB), con coreografía de su antiguo director, Septime Webre. Esta puesta narra la trama de Clara y el príncipe Cascanueces a partir de personajes de la historia fundacional de los Estados Unidos y elementos simbólicos de la lucha por la independencia. TWB hizo sus primeras presentaciones este año el 25 y 26 de noviembre en el Town Hall Education, Arts and Recreation Campus (THEARC), en el sudeste del Distrito de Columbia, para luego pasar, desde el 30 de noviembre al 24 de diciembre al Warner Theatre de DC, un lugar ya tradicional para la compañía dirigida por Julie Kent.
La producción tiene un promedio de 350 bailarines y niños reclutados de las tres sucursales de la Washington Ballet School de Maryland, el Distrito de Columbia y Virginia. Y así como hay producciones netamente locales, hay otras itinerantes que reclutan niños de las escuelas de ballet del área. Lara, comenzó a hacer ballet porque muchas de sus amigas tomaban clases, y cuando llegó la convocatoria para formar parte del elenco del Kansas City Ballet en el Kennedy Center, quedó seleccionada. “Lo que más me gusta de ‘Cascanueces’ –dijo–, es que es difícil pero divertido a la vez”. Su primer debut en este clásico fue años atrás en el Warner Theater. Y aseguró que lo que más le gustaría, es personificar a Clara. “Los ensayos eran todos los fines de semana –relató la niña–, comenzaron en septiembre, pero al principio eran muy cortos, y cuando se acercaba la fecha del primer show, eran de ocho horas”.
En muchos casos, las recaudaciones totales, entre entradas y mercadotecnia, alcanzan a cubrir el 25 por ciento del presupuesto anual de una compañía de ballet. Y en los Estados Unidos, se ha convertido en furor desde hace más de 50 años.
Cuando Sofía tenía 4 años, sus padres la anotaron en ballet para ver si le interesaba, y no solo le gustó, sino que desde ese momento nunca dejó de ir a las clases, y a los 5 años empezó en el Ravel Dance Studio, “lugar que adora”, confirmó su mamá. “Lo que más me atrae de ‘Cascanueces’ es la música, en especial, la de la escena de la fiesta –comentó –. Y me gustaría mucho ser Clara”. Sofía debutó por primera vez en “Cascanueces” el 2 de diciembre de este año, y quedó fascinada. Y desde luego, toda la familia dio el “presente” en el teatro.
“Cascanueces”, es una de esas piezas donde se combinan varios elementos que la convierten en una especie de poción mágica: el cuento escrito por E. T. A. Hoffmann en 1819, “El cascanueces y el rey de los ratones”; la fantástica música escrita por Piotr I. Tchaikovsky, y la coreografía, con versiones diversas, basada en la original de dos de los grandes genios del ballet clásico, Marius Petipa y Lev Ivanov. No obstante, la primera versión en los Estados Unidos fue creada por Willam Christensen en 1944 para el San Francisco Ballet (SFB), compañía que había fundado con sus hermanos Lew y Harold en 1933. Esa misma versión subió hace un par de años al escenario del Kennedy Center de Washington DC, a través de Ballet West.
Christensen se inspiró en el relato del entonces joven George Balanchine y de Alexandra Danilova. Y el estreno fue precisamente en la Nochebuena de 1944. Cuando en 1951 Willam se radicó en Salt Lake City, en Utah, para fundar Ballet West en 1963, montó su “Cascanueces”, y desde entonces, lleva más de 60 temporadas con la compañía dirigida por Adam Sklute, ex bailarín y director asistente del Joffrey Ballet.
Valentina Kozlova Dance Conservatory, presentó el 2 de diciembre “Nutcracker Winter Suite”, protagonizada por los medallistas del Valentina Kozlova International Ballet Competition 2016, Nikita Boris y Justin Valentine, y los becarios de Vaganova Ballet Academy en San Petersburgo, Russia, como una forma de incentivar a las jóvenes generaciones.
Desde el norte hacia el sur y desde el este hacia el oeste del país, “Cascanueces”, estrenada en 1892 en el Teatro Mariinsky de San Petersburgo, tiene la particularidad de convocar a los estudiantes de ballet, y de convertirlos en protagonistas. Los primeros que la hicieron: Antonietta Dell’Era, como el Hada de azúcar, Pavel Gerdt, como el príncipe Coqueluche, Stanislava Belinskaya como Clara, Sergei legat como el Príncipe Cascanueces y Timofey Stukolkin como Drosselmeyer.
Más allá del virtuosismo de los bailarines principales, la obra adquiere un carácter integrador con la presencia de los niños del área, sea cual sea la ciudad, quienes descubren el encanto particular de este ballet, y empiezan a formar parte del grupo de “futuros espectadores”.