Como todos los años y, a partir de la semana de Acción de Gracias, “El Cascanueces” se convierte en protagonista absoluto en cada rincón del país. Y sin dudas, el escenario del Kennedy Center for the Preforming Arts de Washington DC, es partícipe de esa “fiesta” de Navidad. Esta vez, El Kansas City Ballet (KCB) trajo al Opera House del Kennedy Center, desde el 22 al 26 de noviembre, su nueva producción estrenada hace casi dos años, con coreografía de su director artístico, Devon Carney.
La puesta utiliza interesantes y variados recursos escénicos, bellos, ocurrentes y hasta deslumbrantes. Títeres de varilla, títeres de mano, marionetas pequeñas, globos aerostáticos, magia, y hasta un Drosselmeyer que vuela por el aire como un pájaro o un demiurgo que todo lo ve y lo transforma, son los elementos que forman parte del especial atractivo de esta producción.
La obra comienza con un prólogo en la juguetería de Drosselmeyer, y allí aparecen los primeros guiños de humor, cuando los muñecos mecánicos fabricados por el gran “mago”, y hasta los muebles, se rebelan a sus mandatos. Holly Hines diseñó un vestuario atractivo, con una inteligente combinación de colores y detalles para esta historia cuyo argumento no varía del de otros cascanueces. La obra fluye con naturalidad a través del hilo narrativo marcado por Drosselmeyer, interpretado por Ryan Jolicoeur-Nye. Carney. En esta versión de Carney, no sólo las damas que asisten a la fiesta de Navidad bailan en zapatillas de punta –habitualmente usan zapatos de taco–, sino que también incluye un oso mecánico que se acopla a los arlequines que Drosselmeyer lleva a la fiesta de Nochebuena. Quizás, un secreto homenaje al creador del “Cascanueces” en los Estados Unidos, Willam Christensen, alma mater de esta primera versión realizada para el San Francisco Ballet en 1944.
El encanto particular de Clara, Maggie Crist, adquiere peso propio en cada una de sus escenas, dándole a su personaje una frescura particular, especialmente en el primer acto, donde el humor gana protagonismo en la batalla entre soldados y ratones. Así, el rey de los ratones aparece en una lata de sardinas, y el resto de su ejército se dispone a pelear contra los soldados del Cascanueces con cucharas, cuchillos, tenedores y lapiceras. Mientras, los pequeños ratoncitos, interpretados por niños de escuelas del área de DC, se divierten en los sillones gigantes con un queso, también gigante.
A los 36 integrantes de esta compañía del centro oeste del país, se sumaron aprendices y miembros del elenco joven, KCB II, quienes cumplen roles múltiples en cada una de las funciones. Y más allá de las exigencias de cubrir varios personajes, el resultado fue magnífico. Especialmente en el Reino de las Nieves, cuyo diseño coreográfico se funde con bellos efectos visuales y escénicos a cargo del pintor francés Alain Vaes, y un interesante trabajo de la pareja principal protagonizada por Danielle Bausinger y James Kirby Rogers.
En el segundo acto, Clara y el príncipe Cascanueces llegan al Reino de las Golosinas en un globo aerostático con un unicornio en uno de sus extremos –quizás, una vaga reminiscencia a los diseños de Marc Chagall–, para encontrarse con el Hada de Azúcar y su Caballero, roles interpretados con calidad y profesionalismo por la cubana Amaya Rodríguez y el brasileño Lamin Pereira dos Santos.
Para cada una de las danzas que desfilan ante Clara y el príncipe Cascanueces, Carney optó por darle un toque original, al igual que a la infaltable Mother Ginger, un estupendo títere de varillas de donde salen deliciosos polichinelas. O en el vals de las flores, en el que la Gota de Rocío se transforma en una rosa, papel a cargo de Taryn Mejía, quien puso un toque “casi balanchiniano” a su personaje.
Una propuesta bella, prolija, cuidada, que atrapa con sus guiños de humor, con la calidad de los bailarines, y por sobre todo, con la forma en que lograron fusionar el trabajo y la preparación entre los participantes locales con los miembros de la compañía. Un “Cascanueces” delicioso, que despierta un entusiasmo particular por su frescura y esa maravillosa e incomparable música de Tchaikovsky.