La infidelidad y la traición masculina parece un tema recurrente, y muchas veces, inevitable en la historia del ballet romántico del siglo XIX. Quizás, no solo en el ballet. Pero quizás, más allá de la anécdota, lo que trasciende es la entereza y la fortaleza de la figura femenina que opta por su propia muerte al ver que se quiebra la promesa moral del amor. “La Bayadera” sigue siendo una de esas joyas del pasado que renacen en cada función, y se reafirman como gemas incomparables.
El Mariinsky Ballet, heredero de esos tesoros gestados por MariusPetipa en el seno de su escuela, trajo por segunda vez al Opera House del Kennedy Center, desde el 17 al 22 de octubre, la versión completa de esta obra que, en 2008 fue protagonizada por Diana Vishnieva en la misma sala.
Esta vez, ViktoriaTereshkinka, quien años atrás interpretó a Gamzatti, se convirtió en Nikiya. La bailarina creció en intensidad y magnetismo y hace una composición atractiva, que transita por diferentes perfiles. Tereshinka logra internarse en el rol con delicadeza y al mismo tiempo pone el dramatismo adecuado a ese maravilloso personaje que se arriesga al amor, enfrenta a su rival, y al ver la debilidad de su amado, prefiere morir por amor. Precisión y calidad se dan cita en esta intérprete.
La historia de “La Bayadera” es una verdadera trama de intrigas y pasiones donde se mezclan el amor, la venganza, el arrepentimiento. Nikiya, enamorada del guerrero Solor debe enfrentar la traición de su amado, obligado a casarse con Gamzatti, por un arreglo hecho en la infancia.
En el primero de los tres actos, Solor llega hasta el templo y se encuentra con Nikiya, la bayadera a quien ama. El gran Brahman los descubre y jura venganza. Solor decide romper con los votos de matrimonio que tenía con Gamzatti, pero no puede.
En el segundo acto, la boda, en los jardines del palacio del Rajá. Y el desenlace: Nikiya debe bailar para los novios hasta que una esclava de Gamzatti le ofrece una canasta de flores con una serpiente venenosa. Nikiya, mortalmente herida, advierte que Solor no podrá romper su compromiso y rechaza el antídoto que le ofrece el gran Brahman.
Kimin Kim, como Solor, es un excelente partenaire y un bailarín con una asombrosa calidad técnica. Magníficos saltos, y una batería de battements, grand jetes y giros deslumbrantes. Kim realza los bellos pas de deux con Gamzatti y Nikiya
Gamzatti, interpretada con solvencia por Anastasia Matvienko, bailarina de calidad, gran musicalidad, buena línea y delicados equilibrios, y una interesante veta actoral que se hace evidente en el apasionado duelo con Nikiya, en el primer acto, y en su impertérrita frialdad en el momento de la muerte de la bailarina del templo.
Yaroslav Baibordin, por su parte, hizo un gran trabajo como el Ídolo de Bronce. Sus saltos precisos y sus elevaciones destacadas, mostraron un bailarín sólido.
Con gran influencia de la cultura oriental, esta obra que se estrenó en el Teatro Bolshoi en 1877, tuvo su premiere por el Mariinsky Ballet en 1941. Y, sin duda, tiene su punto fuerte en el tercer acto cuando Solor, atormentado por la culpa y el arrepentimiento ante la muerte de Nikiya, huye de la realidad a través de los efectos del opio. En su alucinación, entra en el Reino de las Sombras, una de las más bellas y magnificentes escenas del ballet de todos los tiempos.
En medio de un maravilloso cuadro en el que 32 bayaderas aparecen en distintos planos y van avanzando sobre el escenario en arabesque, Solor se encuentra con Nikiya. En esta escena del Reino de las sombras, las bailarinas del cuerpo de baile del Mariinsky lograron la perfección más absoluta. Si bien en otras secuencias las filas se vieron desiguales, sin esa línea perfecta que siempre caracterizó a las dos compañías rusas más importantes, el Mariinslky y el Bolshoi. No obstante, la belleza del acto blanco superó cualquier mínima imperfección y dio lugar a otro de los más conmovedores pas de deux de la historia del ballet, cuando Nikiya, transformada en una sombra, se reconcilia con su amado, lo perdona, y lo transporta a su mundo. Sublime.