“Noche clásica y contemporánea” ofrece dos programas y el primero se estrenó el 15 de octubre con coreografías de Clark Tippet, Nacho Duato y George Balanchine. Los bailarines del Ballet Estable del Teatro Colón, dirigidos por Paloma Herrera, pudieron demostrar su fortaleza técnica, virtuosismo y despliegue de estilos. El director musical de la orquesta fue el invitado Javier Logioia Orbe. Además de las obras de Tippet y Balanchine en el segundo programa (20, 21 y 24 de octubre) subirán a escena “Adagietto”, de Oscar Araiz con música de Gustav Mahler y el pas de deux del segundo acto de “Lago de los cisnes”, de Mario Galizzi, basado en la versión de Marius Petipa y Lev Ivanov.
La función abrió con “Concierto para violín n° 1” de Clark Tippet con reposición coreográfica de David Richardson, discípulo de Tippet, obra bailada antes de su presentación en el primer coliseo, en una gira por el interior del país. La música es de Max Bruch; el violinista, Freddie Varela Montero. La pieza está pensada para cuatro parejas de primeros bailarines: el coreógrafo trabaja con cada primera bailarina y su relación con el divismo. El hombro del varón es el otro gran protagonista. El coreógrafo investiga y experimenta las posibles variaciones hasta agotarlas entre el cuerpo de un hombre, una bailarina y el hombro como elemento de apoyo. El cuerpo de baile, conformado por ocho parejas -no son un adorno de los primeros bailarines-, cada una tiene variaciones de gran trabajo técnico. El diseño de vestuario es de Dain Marcus y la iluminación de Rubén Conde.
La pareja de Georgina Giovannoni y Edgardo Trabalón fue la primera en aparecer: la llamada pareja turquesa porque la bailarina tenía un tutú estilo francés de color turquesa. Giovannoni se lució por su muy buen eje y gracia. En seguida fue el turno de Natalia Pelayo y Maximiliano Iglesias como la pareja roja. Iglesias demostró su solvencia técnica en los jeté manèges y los brisé en arrière. El cuerpo de baile: los varones se desplegaron con gracia eterna junto a sus parejas al unísono del violín. De repente, hizo su aparición la pareja azul, Nadia Muzyca y Alejandro Parente que despertaron con su canto hecho cuerpos como pareja enamorada. Muzyca se destacó por sus fluidos pas de bourrée en arrière y su grand développé à la seconde. Al final salieron a escena Karina Olmedo y Juan Pablo Ledo como la pareja rosa: la primera bailarina brilló por su fuerza de espíritu y elegancia que transcendía el escenario con su sonrisa imperante y su excelente técnica, que remató con un temps de flèche a gran altura. Ledo, por su parte, subrayó sus jetés en l’air en tournant saliendo airoso. Las parejas bailaron junto a otras ocho parejas.
Duato y su marca registrada
“Por vos muero” de Nacho Duato fue la segunda obra presentada. La música es de Jordi Savall y se escucha un audio con Miguel Bosé como relator de los textos poéticos de Garcilaso de la Vega. La intención de Duato, bien lograda, fue la de homenajear el papel preponderante que tenía la danza como forma de expresión del pueblo en los siglos XV y XVI. El vestuario es del propio Duato e Ismael Aznar.
Risas, cantos, máscaras, interrelaciones alegres y complaciente entre los bailarines se destacan. Los encuentros entre los bailarines que bailan en media punta son sutiles con movimientos que se mueven eternos. Los torsos aparecen en un primer momento semi desnudos y se desplazan como si fuera una cámara lenta. Luego la alegría comienza al son de una música barroca que presenta una puesta en escena en la gama de los verdes y azules. La obra que fue montada para seis parejas estuvo bailada por Candela Rodríguez Echenique, Magdalena Cortés, Emilia Peredo Aguirre, Iara Fassi, Manuela Rodríguez Echenique, Clara Sisti Ripoll, Jiva Velázquez, Facundo Luqui, Anotnio Luppi, Alejo Cano Maldonado, Emiliano Falcone y Edgardo Trabalón.
Infaltable Balanchine
La velada finalizó con “Tema y variaciones” de George Balanchine a 70 años de su estreno, con una espléndida Camila Bocca y Maximiliano Iglesias como bailarines principales. El objetivo de Balanchine era el de evocar la época dorada de los grandes ballets del siglo XIX en Rusia, la música elegida seguiría siendo la de Tchaikovski (Suite n° 3 para Orquesta in G mayor, Op. 55) pero en contraposición a las obras de Petipa, no habría una historia que contar, sino que ¡lo que primaría sería la técnica! Ni el argumento, ni el vestuario, ni la escenografía debían distraer la atención.
Bocca compuso unos brillantes pirouettes y fouettés en perfecto eje que junto a su partenaire se lució en sus fluidos developpés en croix. Iglesias se destacó por su gracia y sus tours en l´air en altura y precisión.
Balanchine quería así concentrar y guiar la energía visual del público en sus variaciones de gran brillo. La técnica era la diva. La obra fue creada para Alicia Alonso e Igor Youskevitch como primeros bailarines del Ballet Theater en 1947 (luego American Ballet Theatre): Alonso comentó en una entrevista que Balanchine comenzó a agregar variaciones, mismo durante el montaje, cada vez más demandantes; por ejemplo se marcaba una variación en cuatro compases pero había que bailarlo en cinco.
Una competencia comenzó entre los primeros bailarines y Balanchine. Alonso y Youskevitch trabajaron duro, ellos nunca dijeron que no a ninguna variación propuesta. La bailarina más tarde relató cómo sus amigas, primeras bailarinas que nailaron esta pieza después, como María Tallchief, le reclamaron a Alonso diciendo: “Pero, Alicia, ¿cómo permitiste que pusiera esto o aquello, ¿cómo vamos a hacer nosotras?, y yo les respondía: Bueno querida, eso lo puso Balanchine, eso es idea de él”. Balanchine quería llegar a los límites de Alonso y Youskevitch. Al final, el primer bailarín le expresó a Balanchine sonriente: “¡Gracias por matarme!” De esto resultó que la presente pieza que se vuelve a presentar en el Teatro Colón fuera la más difícil del repertorio balanchineano, y la de mayor virtuosismo técnico.