Danza Contemporánea de Cuba, la mayor e internacionalmente más reconocida compañía cubana de su género, retornó a su sede habitual de la Sala García Lorca del Gran Teatro de la Habana Alicia Alonso para ofrecer dos estrenos mundiales, creados por sus destacados coreógrafos residentes George Céspedes y Julio César Iglesias: “R=V(El criterio del camello)” y “Coil”, respectivamente. Piezas con escrituras corográficas divergentes, aunque con enfoques convergentes en sus discursos conceptuales.
Céspedes sorprende siempre con inquietantes títulos para sus nuevas piezas, y esta vez se remonta a figuras sacadas de tradiciones históricas de la antigüedad que, traducida la ecuación algebraica R=V, sería metafóricamente resistir es vivir. Y la figura del camello se le antoja como símbolo de supervivencia, a partir de un relato antiguo, donde un pastor le pregunta a un camello si prefiere viajar pendiente arriba o abajo, y el animal responde que no importa la inclinación, sino el peso de la carga que lleva encima.
El coreógrafo, en base a esa historia étnica de la tradición oral, logra transpolarla escénicamente con 24 bailarines bien afiatados. Algunos de ellos, portentosos en su capacidad comunicativa, al lograr trasladar sus vivencias personales y “la tesis universal de que el ser humano piensa como vive”, con el apoyo eficaz del soporte musical a partir de métodos electro–acústicos, realizados por sus habituales colaboradores Alexis de la O y el estudio Nacional Electrónica.
Antes de que los críticos especializados lo fustiguen con los lógicos reproches de que “se repite nuevamente”, en cuanto a la manipulación de los diseños coreográficos de los bailarines en forma de coros marciales, Céspedes “pone el parche antes de que salga el grano”, con sus revelaciones a la publicación local “Entretelones”. Allí expresa que “técnicamente todas las coreografías que creo se parecen, pero en lo personal no es algo que me preocupe. Me enfoco en utilizar lo que tengo y expresar lo que deseo. Más que tratar de ser original y novedoso, trato de ser honesto conmigo mismo. (…)No tengo el oficio para crear sobre cualquier tema, por eso necesito enroscarme en la idea… y a veces soy demasiado anárquico”.
“En cambio –continúa–, siempre dependo mucho de los bailarines. Soy un gran manipulador con ellos, me gusta trabajar con lo que me puedan aportar. Les doy ideas y herramientas, y luego los voy guiando hasta que armamos la coreografía”.
Lo observado en una primera visión, corrobora la advertencia emitida arriba por el autor, aunque también la producción de la puesta en escena –todavía por finar– reveló ciertas torpezas, tanto en el diseño de luces como en los figurines.
Por su parte Julio César Iglesias, esta vez, eligió el término inglés “Coil” para denominar su nueva pieza, también desconcertante en principio, al obligar a buscar la interpretación en castellano más ajustada a su discurso conceptual en esta danza–cine–teatro, pletórica de símbolos, y recursos lúdicos, así como de imágenes rituales intrigantes y referenciales de remotas culturas.
El vocablo “coil”, en inglés, define el nudo infinito de los habitantes nórdicos. Y el coreógrafo explicó a la prensa que “tiene que ver con los ciclos: terminar y empezar, y con los ritos y supersticiones. Hacer un ritual es una acción repetitiva que provoca un cambio (…) No tiene nada que ver con la religión, sino con el propósito de la danza más allá del hecho de bailar…”
Es evidente que Iglesias ha re-inventado sus propios rituales con 19 virtuosos bailarines, todos de blanco con ligeras telas de algodón en escenas minimalistas, coloreadas por inteligentes diseños de luces, que conducen a una impactante secuencia final, cuando emplea la real arena/polvo (el pulvis es), que desciende como chorros verticales a partir de cenitales sobre cuatro bailarines solistas, para convertirla en una pieza “visceral y muy física”. Sus intenciones cinéticas en la escena se interconectan con las de hacer una película, según expresa: “usar los mecanismos de la danza, las acciones físicas…algo que tenga la profundidad del cine”.
Julio César, hijo del siempre director artístico de DCC, Miguel Iglesias, se mantiene afincado en Alemania como coreógrafo freelance, porque, dice, “no me interesa trabajar con una compañía fija…te pasas mucho tiempo organizando, y poco creando…ahora disfruto más el proceso”. Ahora, como residente del Tanzhaus de Dusseldorf, consigue montar una o dos piezas por año. A acaba de crear una obra para la compañía de Susanne Linke, con el concurso de su compatriota bailarín Alexis Fernández (Macarela) , que lleva por título “Imagine a…in the Middle” (claras referencias a John Lennon y William Forsythe).
Muy interesante resultó en Coil su empleo de los soportes musicales, ya que utiliza o desecha algunos “samples” suyos y músicas de otros autores, aunque no trabaja con algo preconcebido, sino que parte de una idea (también Céspedes), para ir armando la banda sonora.
Danza Contemporánea de Cuba anuncia sus próximas presentaciones en el exterior.
Para el 24 y 25 de septiembre está programada para clausurar en el International Contemporary Dance Festival “DanceInversion–2017, en el Stanislavsky and Nemirovich–Danchenko Music Theatre, de Moscú, Rusia.
En octubre, el 13 y el 14, DCC debe clausurar la edición XIV del Festival de Danza de Otoño del New York City Center. Y en noviembre, anuncia el estreno mundial de “Equinox”, de la coreógrafa escocesa Fleur Darkin, como consecuencia del Proyecto del British Council y Danza Contemporánea de Cuba.