El festival bienal La Huella de España, en su vigésimo sexta edición, estuvo dedicado por segunda vez a la cultura de las Islas Canarias. La dirección artística recayó, esta vez, en Irene Rodríguez, quien concibió varios programas presentados en el Teatro Mella y otras instalaciones del Centro Histórico, que se realizaron desde el 2 al 9 de abril. Se destacó la Gala compartida por la Compañía de Irene Rodríguez y el Ballet Nacional de Cuba (BNC), este último, con una suite del ballet Don Quijote, interpretado en sus roles protagonistas por los primeros bailarines Anette Delgado y Dani Hernández.
Siempre bajo la égida de su creadora, Alicia Alonso, apoyada por un esforzado equipo de producción del BNC, el Festival contó con el patrocinio fundamental de la Embajada de España en La Habana, la Federación de Asociaciones Españolas en Cuba, en particular la Canaria, y el Ministerio cubano de cultura.
Para festejar el primer lustro del nacimiento de su propia agrupación, la joven bailarina y coreógrafa Irene Rodríguez concibió un atractivo espectáculo de toda una noche durante la gala del sábado 8. Bajo el título de “Amaranto” (en botánica, sería “una planta que dicen nunca se marchita”), y mediante diversas breves piezas, repasa varios tradicionales palos del flamenco, en una sucesión de estrenos y reposiciones.
Rodríguez, en pocos años, ha cosechado importantes reconocimientos en su desempeño como bailarina, a partir de los éxitos alcanzados en los principales escenarios locales, y en el extranjero. En esta oportunidad, se apropia nuevamente de la Sala García Lorca del Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso, donde alcanzó la respuesta delirante del público que colmó el aforo de este flamante coliseo habanero.
Esto ocurrió, particularmente, al concluir la pieza de apertura “El Mito”, por el original montaje de la coreografía de Rodríguez, sobre música de Noel Gutiérrez (líder de la banda que acompaña en vivo todo el programa). Inteligentemente, todo el baile aflamencado pudo ser apreciado a partir del trabajo de piernas y pies calzados en negro de una docena de bailarinas, ya que sus cuerpos literalmente desaparecían detrás de un telón negro: evolucionaban, taconeaban, se entrelazaban, se agrupaban y disgregaban, en un “jaleo” que es interrumpido por un virtuoso par de zapatos blancos, los cuales después del mutis del resto, luego vuelan al espacio invisible y…los zapatos blancos caen a escena antes del “blackout”.
La directora artística ha permitido que otros bailarines del conjunto muestren su experiencia coreográfica. De ellos, “Aforía”, de Karla Paz, solista que lo bailará con dos bisoños bailarines sobre música original de Juan Parrilla, arreglada por Gutiérrez. Igualmente, disfrutamos del sugerente dúo masculino “Encontra2”, creado por Hansel Correa y Víctor Basilio Pérez, interpretado por Emilio Batista y Marlon Fernández (aún sin alcanzar la garra necesaria), con apoyo musical de Reynier Llorente.
En tanto que seguidores de la fulgurante carrera de Rodríguez, sorprendió el ejercicio corográfico novedoso en “Fever”, sobre el conocido tema original de Eddie Cooley y Otis Blackwell (John Davenport), apoyado por el eficaz arreglo de Gutiérrez, lo cual permitió una entrega apasionada por toda la compañía. Aquí desvela su incursión en el llamado género fusión, aunque asume el reto sin temor a la contaminación del flamenco en la línea artística para ulteriores proyectos. También, en la pieza “Tifoeo”, ella exhibió -más tímidamente- su tendencia a emprender una renovación del flamenco tradicional, una ruta que en la península están mostrando homólogos cultivadores con un flamenco contemporáneo, tales como Israel Galván o Carlos Chamorro, por solo citar a los más mediáticos en estos tiempos.
Finalmente, la pieza de Rodríguez que da nombre a todo el espectáculo: “Amaranto”. Se trata de un solo elaborado como un vestido de alta costura, para permitir a la bailaora el máximo lucimiento de su virtuosismo técnico y gestual, apoyada eficazmente por la música de Gutiérrez y de Juan Parrilla. Desde su entrada, la bailaora encandila, enfundada en un vestido ceñido rojo punzó que enfatiza su juncal silueta, armada con un intimidante mantón de manila y un taconeo de rompe y rasga, sazonado con los ataques efectistas de sus puntas cual estiletes hiriendo las tablas de la escena. El estallido de los aplausos aprobatorios fue consecuente.
La primera parte del programa sabiamente concluyó con la reposición de una obra favorita del repertorio de la compañía: El último gaitero de La Habana. Una coreografía de Rodríguez para toda la compañía que ha demostrado siempre la buena acogida de público, por tratarse también de un meritorio homenaje al inmigrante español Eduardo Lorenzo, realmente el último gaitero de la capital cubana, quien no sólo echó raíces en la isla, sino que también se dio a la tarea de perpetuar este icono de la cultura española con la enseñanza y fabricación de dicho instrumento. Si bien aquí está presente el melodrama, está tratado con respeto y contención.
Buenas
Estuve leyendo tu redacción y hay demasiadas cosas que
no sabía que me has enseñado, esta espectacular.. te quería agradecer
el espacio que dedicaste, con unas infinitas gracias,
por preparar a gente como yo jijiji.
Saludos