Una historia de amor, traición y redención que, a pesar del paso del tiempo y de las infinitas veces que ha subido a escena a lo largo de tres siglos, “Giselle” es uno de esos clásicos que no se agota. Una obra de belleza y perfección indiscutibles que habla de conflictos morales de hoy y de siempre, con una cuota de mito y de leyenda.
Julie Kent, la nueva directora de The Washington Ballet (TWB) puso su sello propio en este ballet que la compañía estrenó en 2004 y que marca en el comienzo de su temporada de primavera en el Eisenhower Theater del Kennedy Center de Washington DC, abre una nueva perspectiva.
Kent logró refinar ciertos detalles de técnica clásica, enfatizar el trabajo de interpretación de los bailarines, ajustar el cuerpo de baile y forjar una producción que apunta hacia el futuro. Con un toque adicional: volver a la orquesta en vivo. Esta vez, la agrupación de TWB estuvo dirigida por Charles Barker, quien desde 1987 es director principal en el American Ballet Theatre.
Este ballet en dos actos, con música de Adolph Adam, coreografía de Jean Coralli y Jules Perrot, con libreto de Teophile Gautier, Vernoy de Saint Georges y Coralli, basado en una antigua leyenda alemana rescatada por Heinrich Heine, fue estrenado el 28 de junio de 1841 en la Académie Royale de Musique de Paris. Sus intérpretes principales fueron Carlota Grisi y Lucien Petipa. Casi cuarenta años más tarde Marius Petipá la estrenó en 1884 en el Teatro Imperial de San Petersburgo, versión que ha permanecido hasta hoy. Kent y Victor Barbee, director artístico adjunto de TWB, quienes estuvieron a cargo de la puesta en escena de esta “Giselle”, lograron desvelar ese mágico encantamiento de la obra.
La historia se sitúa en una aldea de la Renania medieval, donde Hilarion, un cazador que ama a Giselle, descubre que su rival, vestido como un campesino, esconde al duque Albrecht. Así comienza esta trama en la que el componente mágico llega en el segundo acto, donde la antigua leyenda de las Willis -jóvenes que murieron vírgenes por la traición de sus enamorados-, surge con un magnetismo inexplicable.
Kent y Barbee, eligieron tres elencos para protagonizar este clásico. En la noche del estreno, Maki Onuki asumió el rol de Giselle junto al cubano Rolando Sarabia -una reciente incorporación de la compañía- como Albrecht, quien tuvo como contrafigura a otro cubano, también salido de las filas del Ballet Nacional de Cuba, Gian Carlo Pérez. No obstante, el trío entre Giselle, Albrecht e Hillarion en el primer acto, no alcanzó a generar la tensión suficiente que anticipa el drama final.
Onuki, una bailarina con larga historia en TWB, adquirió presencia en la escena de la locura, mientras que en el comienzo de la obra no mostró una real conexión con su personaje. En el segundo acto, ya convertida en Willis, dejó ver su transformación y su refinada técnica. Y en el pas de deux final con Albrecht, quien llega a su tumba en busca de perdón y redención, Onuki parece acercarse un poco más a su partenaire.
Sarabia, en cambio, como Albrecht, hizo una búsqueda más profunda de su Albrecht, fue un excelente partenaire, contenedor y cuidadoso, y sacó su personajes desde su interior. Con una técnica indiscutible y un cuidado estilo, fue absolutamente convincente en las contradicciones morales de su Albrecht.
El cuerpo de baile, quizás, es el que ha evidenciado el mayor impacto, y especialmente se advierte en el acto blanco del la segunda parte, donde las filas mostraron una notable mejora, y el port de bras de las bailarinas tuvo cambios sustanciales. Impecable, el despliegue de las Willis en “arabesque penche” cruzando a través del escenario. Kateryna Derechyna compuso una excelente Myrta, la reina de las Willis, al igual que Ashley Murphy y Ayano Kimura, como Moyna y Zulma.
Sin duda, el segundo acto de “Giselle” fue lo más logrado de esta producción que, en apenas cinco meses, ha logrado una notoria transformación, y ha abierto una puerta hacia la pureza del clásico, sin alejarse de las propuestas contemporáneas.