El notable y laureado bailarín Carlos Acosta sigue fiel a su vocación fundacional: crear una agrupación cubana de danza dúctil y versátil, dispuesta y afiatada para acometer todos los desafíos coreográficos y conceptuales que les sean propuestos, en aras de enriquecer sus saberes. Y por ende, los del público cubano, amén del foráneo interesado como han manifestado desde su debut, en este mismo escenario de la sala García Lorca del Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso.
Sin duda, esto se consigue por la labor entregada de un equipo experimentado de ensayadores y técnicos de probada profesionalidad. En consecuencia con ello, en este tercer mes de 2017 la compañía llevó a escena un programa de seis títulos, que incluyó tres novedades y tres reposiciones.
Dos de los estrenos mundiales, “Avium” y “Nosotros”, fueron creados y bailados por miembros solistas de la compañía, y el tercero, “Twelve”, es un nuevo e interesante trabajo coral propuesto por el coreógrafo ibérico invitado, Jorge Crecis. Por supuesto, las reposiciones fueron elecciones acertadas –esta vez con nuevos elencos-, tales como el dúo “End of Time”, y las dos piezas corales, “Alrededor no hay nada” y “Babbel 2.0”.
Con “Avium”, la joven coreógrafa y bailarina Ely Regina Hernández ratifica, con esta breve pieza, sus talentos para desarrollar con eficaces movimientos corporales imágenes metafóricas evidenciadas en la manipulación intencional de un pequeño grupo de bailarines. Literalmente emplumados y sin “rostros” (ocultos por capuchas de tela grises), como figuras antropomorfas inspiradas en conocidos pasajes de “El carnaval de los animales” del compositor francés Camille Saint-Saens, orquestados eficazmente por el joven músico Jose V. Gavilondo, los bailarines apoyan con precisión las entradas y salidas de los solos, dúos o del quinteto de los danzantes. La ejecución diferenciada por los solistas alternantes, al enfatizar los matices contrastantes de sus personalidades, en los casos de Mario Sergio Elías y Carlos Luis Blanco.
El elemento sorpresa viene al cierre, en una original apropiación del célebre solo creado por Mikhail Fokine para Ana Pavlova, “La muerte del cisne”, esta vez bailado con desbordado lirismo por la pareja solista, efectivo disparador de las ovaciones que le siguieron.
La segunda premier , “Nosotros”, resultó un hermoso dúo creado a cuatro manos por la pareja de bailarines formada por Beatriz García y Raúl Reinoso; donde logran meterse en la piel de una sencilla pero emotiva escritura coral, para comunicar los sentimientos amorosos de una idílica dupla, en la cual aparecen los “desencuentros, coincidencias, frustraciones y trascendencias” de un amor sincero. En particular, deseo señalar los valores añadidos que insufla la música original del joven Gavilondo Peón, con las adecuaciones armónicas y tímbricas como factor decisivo para el éxito de esta neoclásica miniatura coreográfica.
Como tercer estreno llega “Twelve”, en esta ocasión debido al talento de un creador foráneo, apoyado aquí por un esquipo multidisciplinario y pluricultural. El propio Crecis se califica en el programa de mano como autor del concepto y de la dirección. Se trata de una pieza que pudiera calificarse dentro del movimiento controvertido de la non-danse, o deportiva. “Un universo”, explica, “regulado por complejas permutaciones matemáticas y gráficas”.
Es un desafío para los doce bailarines involucrados en este “peligroso juego”, donde ponen a prueba su resistencia física y mental. Allí Crecis propone un discurso tipo rompecabezas, cuando utiliza botellas transparentes iluminadas en su interior, lanzadas por los propios bailarines como infalibles proyectiles; donde se “juega” con los conceptos del “éxito y el fracaso”, o del “riesgo y el pragmatismo”.
“Twelve” ha sido una re-creación exclusiva, para Acosta Danza, a partir de la pieza denominada “36”, creada originalmente para la compañía inglesa Edge, y presentada en 2012 en el escenario de la Royal Opera House de Londres, con la música de Vincenzo Lamagna, los figurines de Eva Esribano y las excelentes iluminaciones diseñadas por Michael Mannion y Warren Letton, sin duda un tanto a favor para Acosta.
Después de una breve pausa comenzó la segunda parte, igualmente marcada por el eclecticismo de las obras presentadas. Tres reposiciones de títulos bailados en temporadas precedentes, tales como “Alrededor no hay nada” de Goyo Montero. La escena, con aforo y ciclorama negros, se va poblando de bailarines sobriamente vestidos, con una iluminación concebida con elemento enfático de los procesos melódico-poéticos apoyados por la “música” emergente de la declamación en “off” de una selección inteligente de versos debidos a Joaquín Sabina y Vinicius de Moraes. La segunda versión de “El día de la creación” de Montero, estrenada por el Ballet Nacional de Cuba en 2006, y laureada entonces con el Premio Iberoamericano de coreografía). Con los danzantes de esta juvenil agrupación, la danza se transforma en imagen poética, particularmente con la calidad de movimiento exhibida por los solistas Marta Ortega, Liliana Menéndez, Alejandro Silva o Esnel Ramos (en las funciones que pudimos asistir).
Como catalizador de la excesiva carga emocional producida por esta pieza de Montero, con justeza colocó de seguido un neorromántico dúo: “End of Time”, del prestigioso coreógrafo británico Ben Stevenson –creado y laureado en Tokio en 1984, e inspirado en el filme de Stanley Kramer “On the Beach”. La fuerza expresiva y el virtuosismo técnico de las parejas solistas formadas por Deborah Sánchez y Enrique Corrales, o la de Laura Rodríguez y Javier Rojas, dejó ver el intenso drama interior del dúo, según las claras intenciones de Stevenson al optar por un elegíaco soporte musical de Sergei Rachmaninof, sin caer en un patetismo a ultranza.
La obra coral de cierre fue “Babbel 2.0” de la catalana María Rovira, una reposición beneficiada, ahora, con algunos ajustes en su “timing”, que constituye una positiva adquisición para el repertorio activo de Acosta Danza, en sus primeras andaduras nacionales e internacionales. Sin duda, la entrega del conjunto fue un elemento primordial para una mejor recepción, aunque sería imposible obviar la mención a los recursos extra-dancísticos empleados para una mejor comunicación del concepto planteado por Rovira, desde su título mismo: “la sobreexposición de comunicación comienza a incomunicarnos. Una torre se va alzando, desde la realidad a la utopía”. Para entender ese 2.0 de las autopistas de la navegación cibernética de “este mundo confuso”, vienen en su ayuda la música de Salvador Niebla; los figurines de Vladimir Cuenca ; la iluminación de Pedro Benítez, y no por último menos importante, las imágenes en “backprojections” diseñadas por el cineasta Doñas.