Desde su exilio en 2005, el cubano Rolando Sarabia ha recorrido un camino ecléctico y al mismo tiempo, signado por su constante búsqueda dentro del ámbito de la danza clásica, un lenguaje que le fue familiar desde su infancia y que también ha sido su sello indiscutible. Su primera y gloriosa presentación en los Estados Unidos, luego de su exilio, fue en el Festival Internacional de Ballet de Miami de 2006, apenas recuperado de una de sus tantas operaciones en la rodilla. Luego pasó por el Houston Ballet, el Miami City Ballet, el Ballet Clásico Cubano de Miami, y también fue bailarín independiente. Premiado y multipremiado, Sarabia, recibió el Benois de la danza en 2011, y otros tantos reconocimientos que obtuvo cuando apenas tenía 20 años y era primera figura del Ballet Nacional de Cuba (BNC).
En septiembre de 2016, cuando Julie Kent asumió la dirección de The Washington Ballet (TWB), Sarabia pasó a integrar la compañía que durante 17 años había dirigido Septime Webre. Y este jueves 2 de marzo será protagonista en el estreno de “Giselle”, su primer rol en un clásico completo como bailarín de esta compañía. Las funciones, que se realizarán desde el 1 hasta el 5 de marzo en el Eisenhower Theatre del Kennedy Center, contarán con orquesta en vivo y diferentes elencos.
Siguiendo los pasos de su esposa, la bailarina cubana Venus Villa, también bailarina de TWB, Sarabia decidió quedarse en Washington. “Cuando me enteré que Julie (Kent) y Xiomara Reyes estaban en la compañía, tomé la decisión de hacer una audición”, comentó a pocos días del estreno en Washington.
DANZAHOY: ¿Cómo fue tu primer acercamiento con la dirección de TWB?
Rolando Sarabia: Había compartido galas internacionales con Julie, pero tenerla como directora es otro ámbito. Creo que tanto con Julie, como con Victor Barbee, su esposo y director artístico asociado, y de larga trayectoria en el American Ballet Theatre, la compañía va a cambiar. Los cambios siempre hacen bien. Estamos trabajando muchísimo en un repertorio variado que va desde Frederic Ashton a Alexei Ratmansky. Con la perspectiva de utilizar orquesta en vivo, de recuperar los grandes clásicos y de hacer tours no solo por los Estados Unidos sino también por el resto del mundo, se abre un nuevo panorama.
D: ¿Cómo fue trabajar “Giselle”?
RS: Es uno de los clásicos más grandes. La producción es de Julie, mezclada con toda su experiencia en este ballet. “Giselle” es uno de mis favoritos, aunque “Don Quijote” está en el primer lugar de mis preferencias. Pero la historia de “Giselle” me encanta, especialmente cuando la haces tuya. Julie ha hecho un trabajo estupendo con todas las parejas y sus consejos son increíbles. La visión que tienen, tanto Victo como ella, de los personajes, ayuda a seguir mejorando, y cuando nos hacen una crítica es para enfatizar en lo que uno tiene que rectificar para hacerte mejor bailarín. Julie llena a las bailarinas de detalles asombrosos. Y yo, hacía mucho tiempo que no tenía un coach como Victor, un coach que ayude a interpretar el personaje. Porque en estos roles, si no tienes ángel, presencia y emoción no existe el bailarín. El ballet no es solo técnica, es arte, y hay que dar prioridad a la calidad más que a la cantidad. Muchas veces la gente no se da cuenta de que no se trata de hacer trucos o piruetas sino de encontrar la interpretación. En la época de Mikhail Baryshnikov y de Rudolph Nureyev, ninguno de los dos exageraron los saltos o los giros, ni se fueron de estilo para llamar la atención.
D: Después de estos cinco meses de experiencia, ¿qué es lo que remarcarías de TWB?
RS: Hay mucho talento joven y mucha diversidad. Por otra parte, esta intención de recuperar los clásicos me parece interesante. Después de todo, ¿por qué esperar que venga el Bolshoi para ver ballet clásico? Esta compañía es perfecta para mí, y me interesa volver a la experiencia de ser bailarín “full time”.
D: ¿Cuáles son las diferencias que encuentras entre ser bailarín invitado y pertenecer a un ensamble?
RS: La diferencia es que el “full time” te mantiene entrenado y te permite alcanzar nuevas metas todos los días. A su vez, perteneciendo a una compañía, en los períodos de receso se puede ser también invitado en galas. En cambio el ser un bailarín “free lance” limita mucho, es muy duro mantenerse en forma, no solo porque no hay incentivo sino también porque pesan otros factores como los lugares de ensayo, las clases, y la constancia en el trabajo. Las compañías, en cambio, te dan la posibilidad de hacer muchos ballets diferentes, y eso alimenta la cultura del cuerpo y de la mente, algo que se pierde mucho como invitado porque el bailarín no se entrena de la manera adecuada. Por eso los bailarines con carrera satisfactoria han estado en una compañía en forma permanente.
D: ¿Y si tuvieras que elegir entre alguna de las dos formas?
RS: En lo personal, necesito mucho el reto del día a día. Me interesa saber que hay bailarines mejores porque me incentiva a sobrepasar mis propias metas. Eso es lo importante, porque mantienen el entusiasmo vivo. Cuando uno es el único grande en una compañía, cae en la rutina inevitablemente. Me inspira y me ayuda a mejorar saber que hay otros de los que se puedo aprende para mantener la competencia sana.
D: ¿Cuál fue tu motivación para salir de Cuba?
RS: Cuando me fui, salí con la mente preparada y tenía decidido lo que iba a hacer. Me fui no porque vivía mal, en absoluto. De hecho viajaba por el mundo con el BNC, mi papá, Rolando Sarabia, y mi hermano Daniel Sarabia, los dos bailarines, también viajaban. Nuestra familia tuvo la fortuna de no pasar esos grandes trabajos que otros dicen. Pero me fui porque quería mostrarle al mundo lo que me enseñó mi escuela cubana. Mi carrera es una de las cosas más importantes de la vida y me propuse crecer. Llegué a Miami, me recibió mi tía Marisol, que me dio comida y techo; estuve tomando clases con Magaly Suárez, quien me ayudó a recuperarme de mi rodilla y aprendí mucho de ella.
D: ¿Y cómo llegó el amor? ¿Amor entre bailarines?
RS: Con Venus (Villa) nos conocimos en el Festival Internacional de Miami, dirigido por Pedro Pablo Peña, un hombre que revolucionó la cultura en Miami. Por entonces, ella estaba en el English National Ballet, y nos fuimos encontrando en festivales. Bailamos juntos en algunas galas, si bien al principio éramos amigos. Pero después de un tiempo nos dimos cuenta de que estábamos enamorados y decidimos casarnos. Y ahora tenemos una niña de 3 años que me llena la vida con su sonrisa.