XXV Festival Internacional de Ballet

Lo que queda en la memoria

Considerado el encuentro de danza más antiguo de su tipo, celebrado por primera vez en 1961, presentó en solo diez días 25 funciones, se hicieron 67 obras y reunió 21 compañías nacionales e internacionales. Hubo tres estrenos mundiales, uno de ellos, del Ballet Nacional de Cuba.

Deja un comentario Por () | 24/11/2016

-, las dos únicas presentaciones aquí de la Martha Graham Dance Company constituyeron una revelación. Foto Nancy Reyes. Gentileza NR.

Las dos únicas presentaciones de Martha Graham Dance Company constituyeron una revelación en el XXV Festival internacional de ballet de La Haban. Foto Nancy Reyes. Gentileza NR.

El Festival internacional de ballet de La Habana, considerado el más antiguo de su tipo en el mundo –el primero se celebró en 1961-, confirmó en esta vigesimoquinta edición su calificativo de “mega” festival. Especialmente si tenemos en cuenta algunas cifras acontecidas en solo diez días: 25 funciones, 67 obras por unas 21 compañías representadas, 4 salas teatrales de tres coliseos capitalinos, tres estrenos mundiales (uno de ellos por el Ballet Nacional de Cuba) y poco más de una docena de estrenos en Cuba; sin soslayar las reposiciones de la producciones integrales de tres de los conocidos grandes clásicos del repertorio del BNC: Giselle, Don Quijote y Lago de los cisnes.

Paralelamente, pudimos ver los programas importados por compañías foráneas, tales como “Danza Americana” de Justin Peck; Martha Graham Dance Company (con la rigurosa Janet Eilber al frente; el Buenos Aires Ballet (con miembros de los teatros Colón y La Plata); Les Grands Ballets Canadiens, de Montreal o el Ballet West (Utah, EE UU).

La víspera de la clausura, las cuatro salas ofrecían un programa interesante, sin contar los eventos colaterales diversos: aperturas de exposiciones de artes visuales, muestras de filmes o conferencias de prensa. Debo entonces recurrir al concepto acuñado por la icónica crítica de danza neoyorkina Arlene Croce: priorizar lo que denomina “afterimages”. Es decir, enfocarme en aquellos fenómenos artísticos que más impresionaron, y algunos quedarán ignorados involuntariamente.

Los visitantes
Para las nuevas generaciones de amantes de la danza, tanto los miembros del gremio danzante como del público –algunos de ellos mis vecinos en el palco de butacas-, las dos únicas presentaciones aquí de la Martha Graham Dance Company constituyeron una revelación, al constatar la real vigencia de la inmensa obra creativa de la fundadora de la llamada “danza moderna”.

Todas las piezas sabiamente elegidas fueron entregadas con brillantez e intensidad interpretativa. Ciertos grupos juveniles “snob”, felizmente una minoría, menospreciaban lo visto por las fechas de creación consignadas en el programa de mano. El desmentido apareció publicado en el diario de mayor circulación de la isla, en unas esclarecedoras declaraciones del nonagenario maestro Ramiro Guerra –bailarín y coreógrafo, fundador de la danza moderna cubana y premio nacional de danza-, quien fuera discípulo de la Graham en su estudio neoyorkino: este deslumbramiento acontece 75 años después de su debut en La Habana, con “Lamentations” (1930); “Diversion of Angels” (1948), entre otras.

del joven bailarín del NYCity Ballet Justin Peck, especialmente en sus recientes piezas: “In Creases” y “Furiant”. Foto Nancy Reyes. Gentileza NR.

El joven bailarín del NYCB, Justin Peck, se destacó en sus recientes piezas: “In Creases” y “Furiant”. Foto Nancy Reyes. Gentileza NR.

Igualmente, proveniente de la “gran manzana”, pudimos apreciar los talentos del joven bailarín del NYCity Ballet Justin Peck, especialmente en sus recientes piezas: “In Creases” y “Furiant”, con los desempeños estelares de Sarah Mearns con Amar Ramasar, y los soberbios Ashley Bouder y Joaquín de Luz, respectivamente.

Menos impresionantes pero triunfadores con el público cubano, llegaron de la Argentina los representantes de lo mejor del tango. Una agrupación ad hoc con bailarines del Ballet Estable del Teatro Colón y el Ballet de La Plata dirigidos por el primer bailarín Federico Fernández, que nos mostraron sus escrituras apoyadas sobre las melancólicas músicas del emblemático Astor Piazzolla. Luego, vinieron los canadienses de la gran compañía de ballet de Québec con un intrigante ritual masculino ejecutado intensamente por cinco atléticos y expresivos bailarines, en la pieza “Black Milk” del afamado coreógrafo Ohad Naharin, la carta de triunfo para Vladimir Pankov, director artístico de Les Grands Ballets de Montréal.

Finalmente, antes de la función de cierre el 6 de noviembre, proveniente del vecino país norteño, llegó una representación reducida del Ballet West, con “Presto”, una banal coreografía del ítalo-norteamericano Nicolo Fonte, dignamente bailada por tres parejas hetero. En el mismo caso, podemos situar al cuarteto proveniente de lejanos parajes del orbe, el Universal Ballet de Corea del Sur, exquisitos danzantes de su milenaria cultura asiática, ejecutada con particular “fisicalidad” y gran musicalidad, especialmente en el dúo “Shim Chung”.

Artistas invitados y locales
La poliédrica programación propuso una constelación de estrellas de la danza mundial, otros que ya se han convertido en excelentes prospectos y otros con potenciales talentos –tanto en el caso de los foráneos como de los locales–, los cuales se desempeñaban en sus roles con arrojo, desafiantes ante todos los retos coreográficos –algunos de ellos impensables-, confrontándolos a un público exigente en cada una de las salas teatrales del evento.

Hubo exceso de efectos pirotécnicos, casi al borde de la acrobacia atlética, en la mayoría de las veces en detrimento de la corrección en los tempos y fraseos musicales, con el objetico primario de demostrar su bien ganada etiqueta de virtuosos. Entre la élite de estos últimos, aplaudimos las entregas el español Joaquín de Luz (merecedor del premio nacional de danza 2016), así como su pareja estadounidense Ashley Bouder, particularmente con la deslumbrante interpretación de “Tarantella”, de George Balanchine; el cubano Javier Torres (principal del Northern Ballet) en el intenso solo de Michel Descombey “Muerte de un cisne”; Mary Carmen Catoya (del Arts Ballet Teatro de la Florida) de aceradas puntas y línea perfecta, en “Suite Generis” del indestructible Alberto Méndez, secundada estupendamente por dos hermosos bailarines de Acosta Danza.

La espléndida estilista rusa Maria Kochetkova (primera figura del San Francisco Ballet) con el soporte preciso y elegante del cubano Joel Carreño (estrella indiscutible del Ballet de Noruega); el bólido afroamericano Brooklyn Mack (del Washington Ballet) junto a la poderosa y brillante Viengsay Valdés, provocadores de la más tumultuosa respuesta al pas de deux “Diana y Acteón”.

Otra histérica reacción de los balletómanos la provocó otro cubano triunfador en los escenarios europeos, Osiel Gouneo, con sus inigualables saltos y vertiginosos giros en los “manéges”, junto también a Valdés, esta vez en el pas de deux del tercer acto del “Don Quijote”. El retorno a bailar en su país de origen y con su “alma mater”, es decir, la compañía de sus inicios profesionales, es una buena señal indicativa de un cambio positivo en la política artística en el seno de la dirección general del BNC, al invitarlos a exhibir su desarrollo técnico e interpretativo conseguido, ante sus aficionados naturales.

Estrenos y reposiciones
Elogios y sugerencias

 

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