Una de las grandes virtudes de Suzanne Farrell como directora de su propia compañía, Suzanne Farrell Ballet, es haber recuperado piezas desconocidas u olvidadas en la historia del valle del siglo XX. Obras creadas especialmente por George Balanchine que se han convertido en esas joyas poco frecuentadas. Farrell ha logrado concretar, con esfuerzos, esa misión secreta y obligatoria que tiene todo artista de las artes escénicas, un arte tan fugaz que solo queda guardado en la retina y en el corazón. Si bien es cierto que hoy la tecnología se convierte en un aliado interesante, pero quizá, incapaz de transmitir emociones vívidas.
En su temporada anual en el Kennedy Center, y tras haber anunciado que el próximo año será el último de esta compañía que celebra sus 15 años, Farrell, volvió a mostrar lo valioso de su trabajo. Ese trabajo casi testimonial y arqueológico, que logra poner cada pieza en su lugar. Y casi como una paradoja, este año, aunque con reservas, la compañía se vio más compacta que nunca, a pesar de no ser un ensamble permanente. Más admirable aun es la labor de Farrell, al tratar de montar en pocas semanas, y con un grupo creado ad-hoc, lo que en otras compañías lleva meses.
En este programa, Farrell optó por una de esas entrañables obras de la dupla Balanchine-Stravinsky, “Danses Concertantes”, cuya premier en 1944 tuvo a Alexandra Danilova y a Frederic Franklin como pareja central. Dos “super stars” de la época. La pieza, cargada de efervescencia, con una coreografía estructurada casi matemáticamente por el genio indiscutible de Balanchine, propone una atractiva dinámica entre los bailarines. Una puesta fresca, cuidada, en la que cuerpo de baile y solistas mostraron calidad, más allá de ciertos fallos que no hacen demasiada mella en el resultado final.
La segunda obra que subió a escena en la noche del viernes 21 fue ”Gounod Symphony”, una obra “perdida” en el repertorio, estrenada en 1958 por Maria Tallchief y Jacques d’Amboise del New York City Ballet. Esta es la primera vez que Farrell presenta esta joya indiscutible del repertorio Balanchine. Bella composición coreográfica que reúne 32 bailarines en escena, con un cuerpo de baile integrado por 20 bailarinas y 10 bailarines, y una pareja central.
Natalia Magnicaballi y Michael Cook cubrieron los roles principales y lograron descubrir esas sutilezas que hacen que una pareja se convierta en estelar. Casi etérea, casi terrenal, Magnicaballi, dueña de una técnica pura, delicados brazos y sólidas piernas, marcó un punto de inflexión importante en esta obra. Cook, excelente partenaire y exquisito bailarín, logra ensamblarse magníficamente con Magnicaballi. Ambos se convierten, indiscutiblemente, en el centro absoluto de la pieza.
Y para el final, Farrell reservó “Stars and Stripes”, un ballet en cinco actos con atractivo vestuario de Barbara Karinska, que en el momento de su astreno en 1958, tuvo como protagonistas a Allegra Kent, Robert Barnett, Melissa Hayden, Jacques d’Amboise y Diana Adams. Una obra que exalta el espíritu americano y deja que los bailarines muestren su histrionismo y una atractiva dinámica.
Quizás los vientos cambien para 2017, y Farrell logre encontrar la herramienta justa para sostener esta joya que ha creado con devoción, y con el compromiso de recuperar las obras escondidas del repertorio de Balanchine.