Diferente y misterioso, el diamante negro tiene también su significado esotérico y transita entre la maldición y la codicia como emblema de la buena suerte. Su color puede variar desde el negro más oscuro a los grises ahumados, y su dureza es casi incomparable. Tim Rushton, director artístico de Danish Dance Theatre (DDT), encontró en esta piedra preciosa el camino para describir facetas pensadas e impensadas del movimiento y de las sutilezas humanas a través de una propuesta de danza moderna que oscila entre lo tradicional y lo vanguardista.
La compañía, con sede en Copenhague, Dinamarca, llevó al Kennedy Center de Washington, DC, “Black Diamond”, una obra de larga duración, en dos actos, dividida en 13 estadios o secuencias entrelazadas unas con otras. Con algo de ritual, sacrificio y entrega, esta realización formó parte del Nordic Cool Festival.
Creada en 2014, “Black Diamond”, ha recorrido diversos escenarios de Europa y Asia. La pieza navega por estas facetas impensadas y angulosas del “diamante” y se sumerge en un leguaje abstracto que, al mismo tiempo, insinúa un extraño pacto fetichista. Apoyada en la iluminación de Jacob Bjerregaard, y en un diseño de vestuario, de Charlotte Ostergaard, decididamente nórdico, la obra solo cuenta con un telón de fondo que expresa la superficie facetada de los diamantes que cambia de colores dentro de las gamas del negro y el gris.
Por momentos, los bailarines, con sus caras tapadas, cual monjes despiadados, condenan y son condenados, mientras se suceden escenas de conjunto que se entremezclan con elementos de contact, danza-teatro y contemporánea. Pas de deux, pas de trois, se entrelazan con la música instrumental y techno, para culminar con el “Violin Concerto N° 2″ de Philip Glass, en una propuesta absolutamente minimalista en la que, quizás la mujer elegida o sacrificada, queda completamente desnuda en la escena mientras baja el telón.
En el segundo acto, un dúo de bailarines con el rostro cubierto se convierte en el elemento de algún “demiurgo” terrenal que los mueve como marionetas rebeldes. Y en esta sucesión de secuencias engarzadas, los bailarines hacen un despliegue de alto nivel técnico, pero al mismo tiempo, logran interpretar la intención del coreógrafo como finos instrumentos del movimiento.
Interesante propuesta en la que el espectador puede encontrar la libertad de interpretar los códigos y símbolos desde un punto de vista absolutamente subjetivo y personal. No obstante, entre lo sórdido y lo brillante, este “Black Diamond” hace una apuesta a la belleza y finalmente, recupera la condición humana en su entera desnudez.