En una noche, y por vez primera, el escenario de la prestigiosa Sala García Lorca del Gran Teatro de La Habana “Alicia Alonso” acoge tal constelación de 12 estrellas del ballet mundial –los festivales internacionales de ballet constituyen un referente obligado en esta urbe –, al tiempo que comparten con el público cubano un derroche de virtuosismo técnico y estilístico.
Fui uno de los pocos afortunados asistentes a la gala ofrecida el 20 de agosto, y pude constatar la demostración excepcional del buen hacer que justificaba con creces el apellido “Royalty” de este espectáculo. Presenciamos la interpretaciones de aquellos bailarines y bailarinas a incluir en lo que pudiéramos llamar “la realeza del ballet” en el siglo XXI.
El programa presentado fue concebido en dos “actos”, por el primer bailarín (de origen cubano) en el Cincinatti Ballet, Rodrigo Almarales, igualmente director artístico y promotor principal del evento, en conjunto con su partenaire Christoher Lingner (del Improvedance), y el ballet master Christopher Stowell. Además de las tres piezas contemporáneas –una de ellas estreno mundial –, hizo desfilar los más emblemáticos “caballos de batalla” del gran repertorio clásico y romántico, habituales en las grandes galas internacionales.
Como preámbulo a lo que pudiera acontecer durante el vigésimo quinto Festival internacional de ballet de La Habana, siempre bajo la égida de la eximia Alicia Alonso, desde el 28 de octubre al 6 de septiembre próximos, los fanáticos insulares del ballet disfrutaron (las resonantes respuestas lo atestiguan), gozaron de las brillantes ejecuciones de esta docena de estrellas provenientes de los primeros rangos de importantes conjuntos de Rusia, Gran Bretaña, Ucrania, Canadá, Japón o los Estados Unidos de Norteamérica, poseedores de múltiples preseas doradas en sus currículos.
No desconocemos cuán costoso, financieramente, resulta lograr esta operación cultural de envergadura global, sostenida por la actitud filantrópica de una variedad de patrocinadores, junto con los aportes sustanciales de la empresa de Cincinatti IMPROVE DANCE, y sus contrapartes locales: el Consejo nacional de las artes escénicas y el propio Gran Teatro de la Habana. Aquí se incluye los gastos que implica la transmisión en directo por la Internet a 16 países, así como la grabación total de la gala, para que sea vista en redifusión por la audiencia nacional mediante los canales de la TV-cubana en su emisión semanal, Bravo. También, teniendo en cuenta la exigua cantidad de privilegiados dentro del coliseo, con aforo para 1,400 personas, se instaló una gran pantalla en la calle aledaña para ser visible la presentación a unas 300 personas bajo un cálido y estrellado cielo caribeño. Horas antes, un público invitado pudo asistir al ensayo general, entre ellos los fotógrafos de los medios de prensa acreditados.
En general, la producción fue “quasi” perfecta, salvo algunos pequeños detalles reprochables, ciertos percances en la música grabada ya que no siempre era HD, y la idea de bajar y subir una pantalla plateada con la proyección de unas breves intervenciones-en inglés- de los artistas que bailaban sucesivamente. Tal vez, debió situarse antes de la apertura del telón de boca, y no rompía la continuidad dramatúrgica de la gala. Deseo reproducir algunos párrafos de Almaguer, quien salió de Cuba a los 10 años junto a sus padres bailarines del BNC, que sirven de prólogo al lujoso programa de mano. Otro detalle incidental que podría afectar una entrega impecable: la mayoría de las parejas bailaron “ad hoc”, por vez primera bailaban juntos en público (y un público conocedor), y cada uno se deba el caso, conocer una versión diferente en las variaciones de la misma pieza. En tan pocos ensayos juntos, esto fue meritoriamente un “tour de force”.
La gala
El desfile de célebres figuras lo abrió “La sílfide”(pas de deux), Bournonville/Schneitzhoeffer, interpretado por Misa Kuranaga con Rodrigo Almarales, dentro del refinamiento dictado por el estilo danés; luego, el archiconocido “Cisne negro”, Petipa/Tchaikovski, cargado de las pirotecnias soberbias de Iana Salenko y de Matthew Golding; el “Bells Pas de deux”, de Yuri Possokhov/Rachmaninoff (suite 2 para piano),mezcla de poesía, dinámica y ternura de movimientos en María Kochetkova y Carlo Di Lanno.
Un instante de gran estilismo y musicalidad resultó el pas de deux del tercer acto de “La bella durmiente”, por Semyon Chudin y Jurgita Dronina. Repitieron, más tarde, con la misma exquisitez y pasión romántica (sin histrionismos desbordados) en el pas de deux del segundo acto de “Giselle” ,Coralli/Perrot/Adam; Les Bourgeois, Cauwenbergh/Jacquel Brel, un solo deslumbrante de saltos y giros por el estelar Daniil Simkin; y De Lanno regresó para interpretar el estreno del solo “Painting Greys”, primera coreografía del joven bailarín del San Francisco Ballet, Myles Thatcher; y para cerrar la primera parte, llegó el pas de trois de “El corsario”, Petipa/Delibes, ejecutado con virtuosismo por Adiarys Almeida (estrella internacional de origen cubano) junto a los excelentes Golding y Michael Gatti.
La segunda parte comenzó, en busca de un crescendo en la temperatura de la sala, con la acrobática ejecución del pas de deux de “Las llamas d París”, donde Salenko tuvo como pareja a un carismático y atlético partenaire en un ahora robusto Ivan Vassiliev (recordamos brillante técnica y su esbeltez clásica hace 10 años, durante su primera visita a Cuba con Ossipova, en un Festival de Ballet). Misa Kuranaga retornó a escena, esta vez nos sorprendió gratamente con una notable interpretación del célebre solo de Fokine/Saint-Saens, “La muerte del cisne”, cercana si mi memoria no miente, al modelo poético acuñado por la icónica Dudinskaya. Los cubanos Almeida y Almarales unieron sus afinidades escolásticas y su dinámica latina, en una coreografía de este último denominada “Chor.No.2″, sobre música electrónica del grup HIFANA. La euforia del auditorio llegó a su clímax al finalizar la demostración de virtuosismo desplegada por los intérpretes del pas de deux del tercer acto de “Don Quijote”, los jóvenes María Kochetkova y Daniil Simkin. Finalmente, bajó el telón y un delirio sonoro irrumpió el silencio, ante el saludo de toda la “realeza”, después de una faena de alto vuelo.
El por qué de este show
Por Rodrigo Almarales, primer bailarín. Director artístico y general.
Mis más lejanos recuerdos de infancia están asociados a este teatro; cuando niño venía para ver bailar a mis padres. Esa fue la semilla en mi destino, cuyo proceso recorrió varios lugares hasta hacerme bailarín profesional.
Cuba y La Habana han sido lugares de referencia para la danza y el ballet mundiales y este teatro un templo sagrado para el arte. Esta pequeña isla ha entrado en el consenso universal del ballet.
He trabajado con figuras de alto rango en el ballet. He disfrutado al compartir la escena con ellos y al ver el deleite de los públicos en varios continentes.
¿Por qué no tributar a uno de mis más dulces recuerdos este placer de acoger en Cuba, a importantes artistas de la danza hoy en el mundo y que ellos reciban el aplauso de un público amable y conocido? (…) Estoy seguro de que el espectáculo y el amor que hemos puesto en él, hará felices a todos los espectadores; servirá para hacernos mejores personas y nos comprometerá más con la amistad que la danza puede hacer por los pueblos.