Finalizada la ceremonia de entrega de los XXIV Premios Benois de la Danse y con apenas una breve pausa, comenzó en el Teatro Bolshoi de Moscú la tradicional gala de nominados. De entrada, puede resultar extraño que los participantes intervengan en el espectáculo con los galardones ya entregados. De esta manera, habrá quien esté eufórico por contar con un Benois –considerado el ‘Óscar’ del ballet- en su camerino y quien se haya quedado con las manos vacías. Dividida en dos partes y con una duración de tres horas, la gala de nominados desplegó un amplio abanico de posibilidades interpretativas sobre el escenario del mítico Bolshoi.
Como si el ballet quisiera volver sus orígenes cortesanos, un sexteto de bailarines del Mariinsky Ballet presentó un fragmento de “Divertissement of the King”, coreografía del nominado Maxim Petrov, sobre la música del compositor barroco francés Jean-Philippe Rameau. El contrapunto a los modos y maneras versallescas, llegó de la mano del dúo de “Carmen”, obra creada para la Compañía Nacional de Danza, por Johan Inger, premiado como mejor coreógrafo. Acostumbrado a propuestas más clásicas, quizás el público se sorprendió por este fragmento interpretado con solvencia por Emilía Gisladöttir y Daan Vervoort (CND). La escena “Tears” de la obra “Emperor Yu Li”, con coreografía del nominado Zhang Yunfeng y bailado por Hu Yuting y Sun Ke (Beijing Dance Academy), se alargó en exceso, para dar pie al dúo de “Cinderella”, creado por el nominado Mauro Bigonzetti, e interpretado por Virna Toppi y Christian Fagetti (La Scala de Milán). Al volver el clásico a escena con un paso a dos de “Giselle”, protagonizado por la nominada Rebecca Bianchi y su partenaire Claudio Cocino (Ballet de la Ópera de Roma), los espectadores demostraron su preferencia por ese estilo, ratificada con el “Tchaikovsky. Pas de deux”, bailado por Emily Slawski y Dmitry Zagrebine (Real Ballet de Suecia).
La primera parte se clausuró de manera impactante por la flamante Benois de la Danse a la ‘Mejor Bailarina’, Alicia Amatriain (Stuttgart Ballet), quien junto a su partenaire Jason Reilly, pusieron el corazón en un puño al espectador por su soberbia interpretación de la durísima escena de la violación a Blanche DuBois, extraída de “Un tranvía llamado deseo”, coreografía del también galardonado John Neumeier. Dramatismo puro en el punto de inflexión de la obra que, sin embargo, tiene difícil acomodo en una gala, aunque la petición de la organización era interpretar la obra por la cual el candidato estaba nominado.
Si la primera parte había mostrado su apuesta por la danza más actual, el segundo acto se inclinó por dar preferencia al clásico. Así, Hannah O’Neill (Ballet de la Ópera de París) – ‘Mejor Bailarina’, ex aequo con Amatriain- inauguró esta parte con un paso a dos de la obra de repertorio “Esmeralda”, contando con Hugo Marchand como pareja. Continuó la pieza “L’Arlésienne” de Roland Petit, dúo de gran belleza de los nominados Bianchi y Alessandro Riga (CND), que dio paso a “What love tells me”, en claro homenaje a John Neumeier –reconocimiento a toda su trayectoria-, e interpretada por los aclamados bailarines Silvia Azzoni y Alexandre Riabko (Ballet de Hamburgo).
Con la ventaja de actuar en casa, Olga Marchenkova y Artemy Belyakov (Bolshoi Ballet) presentaron un fragmento de “Hero of our time”, de Yuri Possokhov , premiado como ‘Mejor Coreógrafo’, ex aequo con Inger. El tramo final de este acto volvió a recurrir a piezas de repertorio bien conocidas por los espectadores moscovitas como “Schéhérazade”, de Michel Fokine, obra gracias a la que Kimin Kim (Mariinsky Ballet) recibió el premio como ‘Mejor Bailarín’ y de la que bailó un extracto con Nadejda Batoeva; un paso a dos de “Romeo y Julieta”, de sir Kenneth MacMillan, interpretado con exquisitez por Lauren Cuthbertson y Edward Watson (The Royal Ballet); y “Sylvia”, en la versión de sir Frederick Ashton, bailada con una técnica impecable por la figura emergente Oxana Skorik y Philipp Stepin (Mariinsky Ballet).
En general, el público ruso tiene fama de conocedor del ballet. Por sus aplausos, la sensación que transmite es que aprecia y se deleita con el ballet clásico, pero no llega a conectar en exceso con las piezas contemporáneas. Además, al parecer, la tradición es que, en las galas, una voz en off anuncia los créditos de cada pieza, lo que resulta chocante para el espectador foráneo y, de alguna manera, interrumpe la fluidez de un espectáculo ya excesivo en su metraje. Si la velada se inició a las 19.00 hora local con la ceremonia de entrega de los XXIV Premios Benois de la Danse, finalizó cuando el reloj marcaba las 23.00 horas. En una gala tan extensa, quizás sería interesante un ojo externo a la hora de conformar la combinación de piezas del programa, que dicho sea de paso, podía haber tenido más ritmo. Probablemente sea una cuestión de diferente percepción del concepto de espectáculo. Consideraciones aparte, la gala de nominados fue una kilométrica y aplaudida muestra de tres horas y es que la fama del Bolshoi requiere de exhibiciones mastodónticas para mayor gloria de las leyendas que han bailado sobre sus tablas.
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