En el 375 de Northampton, un pequeño pueblo de Inglaterra, la fábrica de calzado de caballeros Price & Sons está a punto de cerrar, devorada por las deudas y la modernidad. Luego de la muerte de su padre, Charlie Price trata de hacerse cargo de esa empresa familiar a la que nunca quiso pertenecer. No obstante, esos lazos afectivos y éticos, hacen que intente -más allá de sus posibilidades- salvar aquello que fue el sustento emocional y económico de su padre. Sumergido en la oscuridad, y dispuesto a cerrar para siempre el negocio, se cruza en su camino “esa” persona que, no solo será su salvación, sino que le permitirá mirar la vida desde otra óptica.
“Kinky Boots”, con dirección y coreografía de Jerry Mitchell (“Legally Blonde”, “Hairspray”), libro de Harvey Fierstein y canciones de Cyndi Lauper, subió al Opera House del Kennedy Center for the Performing Arts, y permanecerá en cartel hasta el 10 de junio. La obra, estrenada en Broadway, en 2014, ganadora de varios premios Tony y del Laurence Olivier 2016 como Mejor Musical en Londres, no es una simple fábula con moraleja, sino que apunta a cuestiones profundas que sugieren una mirada desprendida de crueldad y de prejuicios.
Las letras de las canciones de Lauper, emocionan, hacen reflexionar, hacen reír y hacen lloran, pero por sobre todo, incitan a pensar acerca de la vida, a través de una historia que parece lineal y hasta predecible. Sin embargo, aparece una diversidad de elementos aleccionadores en la trama y quedan como enseñanza para el alma.
Bajo la dirección acertada y dinámica de Mitchell, los actores, bailarines y cantantes, sin excepción, encuentran el tono justo para perfilar a cada uno de los personajes. Josh Tolle, encarna un convincente y encantador Charlie Price, empeñado en sacar adelante la fábrica de su padre, luchando con sus prejuicios, sus miedos y sus propias presiones. Su contrafigura, J. Harrison Ghee, protagonizó a Lola, el travesti que se cruza en el camino de Charlie, no solo para dar una vuelta de tuerca a esa desfalleciente fábrica de zapatos, sino que le abre la puerta hacia un mundo diferente en el que cada uno vale por lo que es en su verdadera esencia.
Magnífico, con una voz de amplio registro, y una ductilidad corporal espectacular, es capaz de subirse a altísimos tacos altos, bailar, cantar y emocionar hasta las lágrimas, especialmente en la escena en la que se reconcilia con un padre, que siempre lo rechazó por su condición homosexual. La fuerza de su interpretación, hace que Lola deje de lado los estereotipos y se convierta en un personaje inolvidable y entrañable.
Tiffany Engen, como Lauren, quien secretamente descubre su amor por Charlie, hace un despliegue estupendo de comicidad, flexibilidad corporal y maleabilidad interpretativa. Su personaje va ganando espacio desde el momento en el que se enfrenta a Charlie para sacarlo del letargo e incitarlo a correr riesgos.
A partir del encuentro con Lola, Charlie se anima a dejar de fabricar zapatos tradicionales para hombres, y se lanza al desafío de diseñar botas con taco “aguja”, para que Lola y su grupo de bailarines, también travestis, y cantantes de un cabaret, puedan usarlas en sus shows. Con la perspectiva de presentarlas en una feria en Milán, empiezan a trabajar juntos y recorren un periplo en el que ambos se complementan y evolucionan.
Con un vestuario deslumbrante de Gregg Barnes y una escenografía dinámica de David Rockwell, las botas de taco aguja, o “stiletos”, sólidas y fuertes, se convierten en las protagonistas de este musical. “El sexo está en los tacos”, dice Lola con desparpajo, mientras los empleados de la fábrica se animan al desafío.
La coreografía de Mitchell deja sin aliento, y sin respiro. Intensa y atractiva, se escapa a los clichés y adopta un lenguaje propio y origina en el que pone a todo el elenco en un verdadero “tour de force”. Cada uno de los elementos que componen este musical lo transforman en un espejo de la realidad, cargado de una pasión arrolladora y un despliegue de talento, ingenio y colorido que quedan guardados en el alma.