Dijo el coreógrafo: “El migrante se queda sin un territorio propio, cargado de incertidumbre y el cuerpo se convierte en el único territorio que no se le puede quitar”
Espacio vacío. Cinco luces desde muy abajo apuntan al espectador. Sombras de cuerpos, confusos, que se mueven sin dirección definida. De a poco el ojo se acostumbra y descubre a esos otros que aparecen. Los migrantes. Ese otro diferente a uno. Ese otro que es más igual a uno de lo que se puede aceptar. Individuos que quieren integrarse al grupo. Formar parte del todo. Pero… El grupo los desconoce. No entiende su lenguaje. Sus reacciones no corresponden a lo esperado. Indiferencia de los otros.
“Antes de partir”, la nueva obra de Joel Inzunza, es una co-producción realizada en colaboración, entre el centro Cultural Matucana 100, donde se presenta hasta el 19 de junio, y el Parque Cultural de Valparaíso, en una Residencia entre las ciudades de Valparaíso y Santiago. La pieza lleva música original de Claudio Clavija, dirección estético integral de Ignacia Peralta, vestuario de Rodrigo Vidal, y cuenta con la colaboración artística de Elisa Díaz.
El coreógrafo juntó un exquisito grupo de intérpretes, y formó con ellos una compañía entrenada y dúctil. Lucen como si siempre hubieran trabajado juntos. Un tema actual, candente: el migrante. Ese refugiado económico, político o religioso. Ese ser humano que cuenta sólo con su cuerpo como capital vital. Ese cuerpo que se mueve para sobrevivir.
El ensamble, que también formó parte de la investigación, está integrado por: Pablo Barckhahn, Gema Contreras, Domingo Del Sante, Javiera González, Andrés Herrera, Damián Ketterer, Francisca Lillo, Cynthia Ocampos, Ignacia Peralta, Daniela Santibáñez, Gabriela Suazo, José Luís Urrea, Lateef Williams.
El grupo está formado por siete mujeres y seis hombres, pero su forma de moverse es similar, no hay diferencia. Todos son parte de la maquinaria que los somete, los determina. Se van encendiendo las luces en cinco columnas de abajo hacia arriba en tres niveles. Luces cenitales abarcan los cuatro lados del escenario.
El que llega quiere pertenecer, pero en su búsqueda, corre para atrás. Una metáfora de la prisa por querer llegar, pero ese lugar desde donde viene lo tiene amarrado, a su lengua, a su cultura, a su origen.
Los vestuarios grises, indefinidos, primero cubren las piernas. Luego las hace aparecer. Al final quedan todos con las piernas y el torso desnudo. Parejas que se juntan sin juntarse, que se deshacen al hacerse. Desesperanza, cansancio. Y no poder parar. No poder descansar. Un contacto no querido con el otro. Estertores y agonías sacuden sus pechos y recorren sus cuerpos.
Pasillos de luz como callejones de anhelos. Entran sigilosos caminando en cuatro patas como queriendo evadir barreras, pasar desapercibidos. Queda una pareja de pie, queda uno en el suelo los otros juntos miran. Vemos la reacción de los que están en grupo, de los que se quedan solos; de la inesperada solidaridad en una cadena humana; de ese estar solo y a la vez ser parte de un grupo desconocido.
Un trabajo serio, bien logrado y que nos hace desear que la compañía continúe junta. Estos integrantes bajo la dirección de Inzunza han demostrado que es posible tener otra compañía de danza contemporánea de alto nivel.