El miércoles 27 Washington fue un caos después de la tormenta de nieve que azotó la ciudad un par de días atrás, y paralizó actividades y tránsito. Y en medio de ese pandemónium: el estreno de “La bella durmiente” de Alexei Ratmansky en el Opera House del Kennedy Center. Muchos, llegaron después del primer intervalo para formar parte de esta nueva producción del American Ballet Theatre, dirigido por Kevin McKenzie.
Una puesta espectacular, magnificente, con un despliegue exuberante de lujo y oropeles que sitúa la pieza en el siglo XIV. La opulencia de la escenografía y del vestuario se traduce en pesados decorados, sedas, brocados, lamé, plumas, inmensos e incómodos sombreros y pelucas estilo Luis XV, producto de la realización de Richard Hudson, ganador de un premio Tony por la escenografía y vestuario en “The Lion King”. Basada en los decorados creados para la puesta de 1921 de Leon Bakst para Ballets Russes, la producción está despojada del clásico tutú, que cambió su aspecto en una suerte de falda tipo campana armada por varias capas de tela, pesada, pero bonita. El cuerpo de baile, ataviado con zapatos de tacón y colorido vestuario, en algunas secuencias.
La brillante iluminación de James F. Ingalls colabora en esta puesta pomposa en la que la gestualidad cumple un rol importante en la narración de la historia. Ratmansky se apoyó en las notaciones posteriores al estreno de 1890 en San Petersburgo, con música de Piotr I. Tchaikovsky, y recuperó esos elementos originales de la danza y la puesta. Muy pocas puntas, excepto en las variaciones de las hadas, las de las piedras preciosas y en las danzas de los protagonistas.
El príncipe Désiré, en el segundo acto, sólo se limita a hacer gestos y a servir de partenaire de Aurora en la escena de la aparición, y en el tercero, despliega una gran batería de complejos saltos. En ningún momento, durante el segundo acto, el rol masculino tiene alguna secuencia en la que el bailarín pueda lucirse en destreza y calidad.
En la noche del estreno, Isabella Boylston y Joseph Gorak fueron los protagonistas, mientras Marcelo Gomes, la malvada Carabosse. Quizás, una elección desafortunada para una noche de estreno, ya que quizás hubieran hecho falta bailarines con mayor presencia escénica para los roles principales. Gorak, fue un desangelado príncipe Desiré, y a Boylston, aún le falta un largo camino para hacer sentir su presencia en un rol principal y mostrar fluidez en su danza.
Durante la función del sábado 30 por la noche, Sarah Lane y Herman Cornejo se convirtieron en Aurora y Desiré, mientras que Nancy Raffa fue Carabosse, y Devon Teuscher, el Hada de las Lilas. Lane, si bien tiene cierto encanto y frescura, y es sólida como bailarina, aún le quedan por trabajar sus equilibrios (algo notorio en el famoso Adagio de la Rosa del primer acto), y ciertos aspectos actorales. Por fortuna estaba Cornejo como partenaire, un bailarín extraordinario que, aún en un costado del escenario y sin bailar, hace notar su presencia escénica. Brillante y perfecto en la variación del tercer acto, en la Boda. Con su magnífico estilo, sus saltos precisos y silenciosos como un terciopelo, Cornejo, al igual que Gomes, son casi una “especie” de bailarines que están en extinción. Ellos tienen esa conjunción que permite ver a un verdadero artista en el escenario, con una perfección que también ha caído en desuso.
De las bailarinas solistas que interpretaron a las hadas que llegan con sus regalos al bautismo de la recién nacida Aurora, Luciana Paris (el hada de la flor de trigo, o de la prosperidad), mostró esa refinada calidad como bailarina, y al mismo tiempo su maravilloso encanto y su intensidad en la interpretación. Para esta bailarina no hay papeles chicos o grandes. Tal como ocurrió en las funciones del 27 y 30 de enero, donde también se convirtió en una Condesa extremadamente comprometida con su personaje a la hora de intentar seducir al príncipe Desiré en el Acto II.
En la función del penúltimo día del mes, Stella Abrera y James Whiteside, estuvieron espléndidos en las variaciones de Pájaro Azul. Y Elina Miettinen hizo una encantadora y seductora gata blanca. El cuerpo de baile, aunque desparejo en algunas líneas, hizo un excelente trabajo. Y la puesta en sí, no dejó de deslumbrar. Pero habría que preguntarse hasta qué punto, logró conmover.