En un lugar del Teatro de la Zarzuela, no ha mucho tiempo que vivía una ex estrella de la Ópera de París, seco de carnes, enjuto de rostro, gran luchador por la danza. Parafraseando muy libremente el comienzo de “El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha”, éste podría ser el inicio de una crónica acerca de la epopeya que ha supuesto para José Carlos Martínez poner en pie el espectáculo “Don Quijote”, primer ballet clásico de noche completa interpretado por la Compañía Nacional de Danza (CND) en dos décadas.
Cuando Martínez fue seleccionado para dirigir la formación nacional española, una línea básica de su plan era llegar al añorado ‘full length ballet’, en terminología anglosajona, lo que sería un ballet de noche completa. Cual Quijote luchando contra constantes molinos de viento, el otrora bailarín ha realizado una progresión hacia el clásico a través de la introducción de la icónica zapatilla de punta. Finalmente, y en la que es su quinta y última temporada por contrato –pendiente de posible renovación en fechas próximas-, el director ha puesto todas las cartas sobre la mesa con su versión de “Don Quijote”. Subyace la sensación de metáfora constante en la elección de este clásico, ya que son muchos los obstáculos que ha tenido que vencer el cartagenero para llevar a cabo dignamente su empeño.
Muchas circunstancias confluían a la hora de decantarse por esta obra: desde el cuarto centenario de la publicación de su segunda parte –donde se insertan los capítulos XX y XXI, dedicados a las bodas de Camacho-, hasta el carácter español por antonomasia del personaje protagonista: qué mejor para simbolizar la nueva etapa de la CND que una aventura quijotesca.
La versión de Martínez funde en un mismo crisol elementos de la escuela francesa con esa búsqueda de lo verdaderamente español, partiendo del original de Marius Petipa (1869) y de la versión ampliamente remozada de Alexander Gorsky (1900). Si algo había claro en la intención del coreógrafo era recuperar el acento español de la obra. Por eso, tanto el bolero como el fandango de las partes características de la obra recobran parte de su sabor genuino de la mano de Mayte Chico, bailarina y coreógrafa de dicho estilo. Junto a la potenciación de la autenticidad española, confluye en la versión de Martínez un gran poso de sus décadas en el Ballet de la Ópera de París. Su gusto por el refinamiento de la escuela gala se percibe en el dibujo del acto segundo, también llamado el sueño de Don Quijote.
Gozando de una importancia capital la puesta en escena de este primer ballet de noche completa de la CND en veinte años, Martínez no quiso dejar nada al azar y apostó por invitar a alguna de las grandes estrellas españolas que triunfan en el extranjero. En el debut y primeras funciones contó como protagonista con Joaquín de Luz, bailarín Principal del New York City Ballet, quien tuvo a Maria Kochetkova, Principal del San Francisco Ballet, para darle la réplica en un par de espectáculos. También acudieron a la llamada de Martínez otras figuras como Cristina Casa, Solista del Real Ballet de Flandes, quien encarnó a Quiteria en tres funciones, y en las últimas veladas, Elisa Badenes, Principal del Stuttgart Ballet.
Decía Ninette de Valois que lo importante era crear el cuerpo de baile porque las estrellas ya vendrían luego y, en todo caso, se podían contratar. Y el director de la CND aplicó con inteligencia este planteamiento. No obstante y ante la carencia de una escuela asociada a la compañía, cosa frecuente en otras formaciones de prestigio y calado internacional, el trabajo de generar y homogeneizar el cuerpo de baile se antoja una labor de largo recorrido. Paciencia: Roma no se construyó en un día.
La última función de 2015 fue protagonizada por Cristina Casa en la piel de Quiteria y Anthony Pina, en el rol de enamorado Basilio. Exultantemente feliz por bailar en su ciudad natal, Casa se mostró muy segura, poderosa y con un amplio dominio técnico. Añorando los aplausos del hogar, la bailarina madrileña desplegó un abanico de virtudes y destrezas técnicas en una Quiteria que combinó el descaro como actitud vital con el aplomo en su danza. En contraposición, el Basilio de Pina quedó empequeñecido por el empuje de Casa. El artista americano despuntó más en sus solos que en sus labores de partenaire. Apabullante resultó también la interpretación de Esteban Berlanga como Espada, quien mostró rotundidad en sus intervenciones.
Todos ellos discurrieron por el escenario del Teatro de la Zarzuela de Madrid durante los tres actos, con una duración de dos horas y media, en los que transcurrió la lectura de José Carlos Martínez del clásico de “Don Quijote”, en la que, por cierto, los singulares papeles de Quijote y Sancho Panza fueron encarnados respectivamente por Isaac Montllor y Jesús Florencio. Mientras que el padre de Quiteria fue corporeizado por José Antonio Beguiristain y el sacerdote por Carlos Faxas. Todas ellas, colaboraciones especiales.
Y para que un clásico adquiera carta de naturaleza como corresponde, qué menos que la música en directo y qué difícil resulta en ocasiones. La partitura de Ludwig Minkus fue interpretada por la Orquesta de la Comunidad Autónoma de Madrid, bajo la batuta de José María Moreno.
El arrollador éxito de este espectáculo. Se mide por el respaldo unánime del público, ya que todas sus funciones agotaron sus localidades –precisamente, la última velada contó en el patio de butacas con los reyes don Felipe y doña Letizia, sus hijas y la reina doña Sofía–, como por las largas ovaciones, computando ocho minutos con los que se saldó la última actuación de 2015.