Con el sello indiscutible, con el encanto y la lógica que la convirtieron, años atrás, en una de las líderes de la danza contemporánea, Twyla Tharp y su troupe llegaron al escenario del Eisenhower Theater del Kennedy Center para celebrar 50 años con la danza. Su Twyla Tharp 50th Anniversary Tour que culmina en el Kennedy Center de DC este sábado 14, se convierte en una síntesis de un estilo y de una manera de pensar y sentir la danza.
Excelentes bailarines, capaces de transitar diferentes texturas, ritmos y estilos. Un sello que la coreógrafa lleva como su “marca registrada”. Luego de una breve presentación del grupo con una pieza dinámica y atractiva, “First Fanfare”, con música de John Zorn, surgió en la escena el primer estreno, “Preludes and Fugues”, con dieciséis preludios de J. S. Bach.
Con una suprema claridad coreográfica, cuya lógica y dinámica hablan de una gran maestra, la obra no deja resquicio sin cubrir. En Tharp no existen tiempos muertos o búsquedas sin sentido. Todo funciona como un reloj perfecto. Algo de lo que carecen los nuevos coreógrafos que se convierten en verdaderos diletantes de la danza y se sumergen en caminos que no llevan a ninguna parte.
Descubrir el humor sutil, la belleza, la dinámica, la energía, la mezcla de códigos en un mismo movimiento, y la teatralidad sobre lo abstracto, provoca un goce especial. El mismo que transmiten los intérpretes en cada una de las secuencias que, aunque exigidas y exigentes, provocan una explosión de danza.
Los cuatro bailarines históricos de esta troupe, quienes hace tiempo trabajan con Tharp e integraron la compañía formada en 1965 como Matthew Dibble, Rika Okamoto, John Selya y Ron Todorowski, muestran una clara comprensión del estilo. A ellos se sumaron fantásticos bailarines: Daniel Baker, Nicholas Coppula, Kaitlyn Gilliland, Ramona Kelley, Savannah Lowery, Eric Otto, Amy Ruggiero, Reed Tankersley y Eva Trapp.
Una sucesión de dúos, tríos y cuartetos y secuencias de conjuntos, hacen de “Preludes and Fugues” una obra “cargada de Tharp” que logra fundir el movimiento y la música con una especial perfección y atractivo. De esta forma se convierte en una suerte de síntesis de la danza moderna de los Estados Unidos.
Con un telón rojo y a contraluz, Tharp introdujo la “Second Fafare”, también con música de Zorn, e incluyó un viejo truco de teatro de sombras muy de moda en los ’70 en donde los bailarines adquieren diferentes dimensiones y trabajan en planos distintos.
“Yowzie”, en la seguda parte, trajo siete clásicos del jazz y el blues donde confluyen Jelly Roll Morton, Henry Butler, Wexley Wilson y Thomas “Fat” Waller. Una reminiscencia del hipismo de los ’70 con trajes psicodélicos de Santo Loquasto, que hace referencia a las libertades, a cuestiones de género, y por sobre todo, pone una mirada cargada de humor y desenfado. Aunque las secuencias y situaciones terminan haciéndose un tanto repetitivas.
Tharp es un hito indiscutible de la danza moderna en el mundo y vale la pena celebrar este medio siglo sin dejar de lado la calidad y la creatividad que tanto está faltando en esta era de efectos especiales y pirotecnia inconducente.