Invitados para clausurar el XVI Festival de Teatro de La Habana –donde participaron 74 agrupaciones artísticas provenientes de 22 países, de ellas 35 nacionales–, llegaron los Ballets de Monte–Carlo con “Cenicienta”, coreografía de Jean–Christophe Maillot, su director desde 1993. La troupe llegó acompañada por su presidenta desde 1985, S.A.R la princesa Carolina de Mónaco y Hanovre, junto con su hijo Pierre Casiraghi y su esposa, la condesa Beatrice Borromeo. Al arribar al balcón presidencial la noche del debut, la primogénita de los Grimaldi –Raniero y Grace (Kelly)–, fue ovacionada espontáneamente por el público que colmaba la sala Avellaneda del Teatro Nacional de Cuba, antes de ocupar asiento a la derecha del Ministro cubano de cultura.
Las tres representaciones de esta innovadora, ecléctica y rompedora reformulación coreográfica de “Cenicienta” –siempre basada en el cuento original de los hermanos Grimm–, consiguieron la aprobación mayoritaria de los sectores menos tradicionalistas del público habanero amante del ballet. Era de suponer que un minoritario grupo del público más conservador reaccionara negativamente, como detractores de la versión monegasca. No obstante hubo unanimidad al apreciar la pieza y, en general, la impactante y refinada puesta en escena: los diseños minimalistas de escenografía y vestuario, el riguroso e inteligente trabajo de luces, así como la excelente grabación de la música original de Sergei Prokofiev.
Esta particular versión de “Cenicienta” por Maillot –subrayo ahora la usencia del artículo “la”–, está estructurada en prólogo, tres actos, un epílogo y nueve escenas. Fue estrenada en abril de 1999 en la Ópera de Monte–Carlo –condiciones técnicas y de facilidades para viaje tan largo y costoso desde el Principado de Mónaco, evitaron la elección del ballet “Romeo y Julieta”–, pero el ex bailarín francés y director creyó que era la producción más ajustada para esta primera presentación cubana: tan soñada y ahora realidad, dijo a la prensa.
El propio coreógrafo ha explicado que sus pretensiones primeras eran otorgarle a la danza “una realidad contemporánea, hacerla lo más humana posible”. Él está en las antípodas de lo creado al respecto por Walt Disney –“lo odio”, declaró–, y ha querido evitar, en este caso, las “caricaturas” de Disney.
Por supuesto, Maillot está en la búsqueda de la persona más pura del mundo, en medio de una sociedad más preocupada por la apariencia, es decir “en busca de lo imposible”. De ahí que la pieza comienza con un hermoso y dramático pas de deux por los padres de Cenicienta, mostrándonos sin eufemismos el drama de la muerte de la madre.
Además, veamos las peculiaridades desconcertantes introducidas de manera justificada en la dramaturgia –hay que decirlo, algo complicada que no aporta claridad a la narración–, como la presencia de la bailarina protagonista descalza (una exquisita y lírica Anja Ballesteros), con sus hermosos pies maquillados con polvo dorado, descartando la trillada argucia de la zapatilla de cristal.
Igualmente, nos presenta a un príncipe atípico, según los clisés de otras versiones, nada interesado en sus funciones reales. Aquí admiramos a un joven (notable Stephan Bourgond), díscolo y de juergas con sus amigotes, en escenas sugerentes de imaginarios erotismos propios de adolescentes en medios de alto nivel social.
Cual un sociólogo, Maillot se nos exhibe en su discurso ideo–estético, para enrumbar su escritura coreográfica, como intérprete de la sociedad europea contemporánea. Utiliza estos elementos como claves para demostrar que “este ballet es un espectáculo festivo, alegre, donde también se dicen cosas serias”. Sin duda que desconcertó a no pocos entre una audiencia conocedora de esta historia desde la niñez.
No obstante, es el personaje del padre, magníficamente caracterizado por el sólido actor-bailarín Álvaro Prieto durante la hora y 40 minutos de este tránsito por un universo mágico, debido a los diseños escenográficos – pantallas en practicables móviles–, creados por el afamado artista Ernest Pignon-Ernest.
En esta compañía no encontramos una distribución del elenco del cuerpo de baile como en otras compañías clásicas. Todos los más de 50 miembros, de 22 nacionalidades diferentes, deben interpretar cualquier papel. Ellos deben ser capaces de una buena ejecución técnica por su formación, pero prima en Maillot la expresividad dramática, antes que el virtuosismo técnico. Prefiere a los actores-bailarines que logren delinear las caracterizaciones de cada personaje, algo imprescindible en este tipo de piezas narrativas.
Sin estas cualidades no hubiera sido posible lograr un espectáculo donde se conjugan lo sicológico, lo onírico con las gestualidades posmodernas, tal es el caso con la maravillosa presencia de Mimoza Koike, al interpretar al Hada, como un factótum de esta evocadora “Cenicienta”.