Resulta difícil desprenderse de las innumerables Julietas que la argentina Paloma Herrera encarnó a lo largo de sus 25 años de carrera. También es difícil olvidar la pasión y la intensidad que Herrera siempre puso en este personaje delineado a la perfección por uno de los grandes popes del ballet del siglo XX, el incomparable Kenneth MacMillan. La misma pasión e intensidad que puso en esta Julieta creada por Maximiliano Guerra, actual director del Ballet Estable del Teatro Colón, y que marcó su despedida del Teatro Colón.
Esta versión de “Romeo y Julieta”, llegó para sustituir a “Onegin”, de John Cranko, obra con la que estaba prevista la despedida de Herrera. Pero cuestiones de contratos y derechos provocaron un cambio en la programación. No obstante, las funciones que comenzaron el 13 de octubre y cerraron el sábado 17, mantuvieron la sala llena de ávidos espectadores. Algo poco habitual en las funciones de ballet del Teatro Colón de estos últimos años.
Estrenada por Guerra en 2009 con el Ballet del Teatro Argentino de La Plata, la pieza basada en la obra de William Shakespeare sobre los amantes de Verona, pone una mirada liviana sobre la profundidad y la fuerza de una trama en la que el odio y el amor libran una batalla descarnada.
Por otra parte, en la coreografía de Guerra, cada uno de los personajes clave de esta obra, como Mercuccio, Benvolio y Teobaldo, al igual que Romeo y Julieta, no encuentran la teatralidad necesaria para narrar cada una de las secuencias de esta obra.
No obstante, en el caso de los protagonistas principales, tanto Herrera como Gonzalo García, su partenaire, lograron, con experiencia y profesionalismo, rescatar la esencia de los jóvenes amantes y pusieron el alma para salvar una coreografía poco clara en cuanto a la intencionalidad y al mensaje. Especialmente en la escena del balcón.
La composición que Herrera hizo de su Julieta fue sencillamente conmovedora. Encontró a esa adolescente ingenua, candorosa, fresca y apasionada que se encamina a ese trágico final. Con sutilezas, y su solidez de gran bailarina logró encontrar los matices para dibujar a la Julieta imaginada.
García, primer bailarín del New York City Ballet, y uno de los más talentosos y brillantes de la compañía que dirige Peter Martins, se adentró en su Romeo con una naturalidad asombrosa y creíble. Gracía, convocado una semana antes del estreno debido a una lesión del bailarín principal Juan Pablo Ledo -quien debía cumplir el rol de Romeo-, mostró, una vez más su calidad y su sólida formación. Una línea perfecta, velocidad, y una magnífica sensibilidad como intérprete.
García y Herrera, que ya habían compartido escenarios juntos, hacen una bella dupla en la que se ensamblan a la perfección y, en este caso, logran describir la pasión y el amor de los jóvenes amantes.
Las escenas colectivas, por momentos carentes de carácter e intensidad, se hicieron evidentes en los encuentros entre Montescos y Capuletos en la plaza del mercado de Verona y en la escena del baile. La secuencia narrativa se debilita por momentos, pierde fuerza y hasta claridad.
Mercuccio, interpretado por Nahuel Prozzi, no logró encontrar el toque justo que define al personaje. Sin duda denotó una falta importante de un preparador que supiera guiarlo y entrenarlo en los rasgos desenfadados del personaje. Norma Molina, como la nodriza, hizo un buen trabajo, al igual que Vagram Ambartsoumian como Teobaldo
El cuerpo de baile, también denota la falta de un preparador minucioso, y algunos de ellos mostraron unos cuantos quilos demás, más apropiados para un Sancho Panza que para una escena con danzas de carácter. Algo que el director de la compañía debería observar y tener en cuenta a la hora de seleccionar los bailarines.
Para el final, cuando la tragedia llega y Julieta encuentra a Romeo muerto en su tumba, Herrera logra uno de los momentos más intensos de esta puesta con la que selló su adiós al público de Buenos Aires. Por más de veinte minutos, aplausos, lágrimas, flores volando hacia el escenario. Cada uno de esos espectadores se llevó en el alma los últimos pasos de una de las grandes bailarinas de este siglo. Y se resistía a decir adiós.
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