Carlos Acosta, el bailarín que hace soñar con el olimpo de la danza a cientos de estudiantes de ballet dentro y fuera de Cuba, confirmó su decisión de fundar una compañía en su país natal, y con tal fin, convoca a bailarines de formación profesional interesados en integrar el proyecto.
El futuro director realizará audiciones los próximos días 10 y 11 de agosto, en la Escuela Nacional de Ballet Fernando Alonso, localizada en la confluencia de las calles Prado y Trocadero, de La Habana, a las 14:30 p.m., hora local. La nueva compañía, adscrita al Centro de Danza de La Habana, ofrecerá contratos a 12 bailarines: seis hombres y seis mujeres, con capacidad de asumir las demandas de las técnicas de la danza clásica y la contemporánea. En correspondencia con estas pautas, las audiciones consistirán en clases de ambas modalidades para medir la habilidad de los artistas.
Acosta prepara en estos momentos su retiro como bailarín clásico del Royal Ballet y aspira a continuar una carrera en la línea contemporánea. Este año, el Círculo de Críticos de Gran Bretaña le concedió el Premio Nacional de Danza en reconocimiento a su trayectoria, y la crítica estadounidense aplaudió efusivamente su versión de “Don Quijote” para la compañía británica.
Tras disfrutar del éxito con una interpretación propia de Don Quijote, Acosta eligió retirarse del Royal con un obsequio coreográfico: una nueva versión de “Carmen”. La puesta deberá estar lista en septiembre de este año y marcará una transición profesional del artista, dispuesto a entregar su talento y energías a una compañía propia dentro de Cuba. Nadie pudo vaticinar que se convertiría en el único bailarín negro hasta el momento, capaz de llegar y mantenerse en la cúspide mundial del ballet.
Hace un año, el príncipe de Gales le confirió el título de Comandante del Imperio Británico, y durante la ceremonia en el palacio de Buckingham, alabó al cubano por haberse convertido en una inspiración para jóvenes humildes.
Un largo camino
El llamado “Superman Acosta” no tenía muchas ilusiones a los 17 años, cuando vivía en la modesta barriada de Los Pinos, en La Habana. Tras un comienzo difícil en el ballet, Carlos Junior –bajo la guía de la maestra Ramona de Saá (Cheri)– era, sin saberlo, uno de los mejores bailarines de la Escuela Nacional.
“Siempre viví sin esperar muchos resultados de la vida y me había adaptado a eso, como para evitar la desilusión. De repente, gané el Grand Prix de Lausanne (Suiza) y no podía creerlo”, comentó hace algún tiempo. La etapa inicial de estudios en la escuela elemental fue caótica, tuvo problemas de disciplina, pero la persistencia de su padre, Pedro Acosta, humilde camionero, para que el hijo estudiara una carrera, comenzó a dar frutos cuando el adolescente halló una conexión entre el virtuosismo del deporte y la práctica de la danza. Luego, se enamoró del arte.
Y llegaron los reconocimientos. “Trabajé muchísimo, quería ser muy bueno y me daba cuenta de que si trabajaba de verdad, podía cambiar mi futuro y el de mi familia. El ticket ganador era mi trabajo y entonces mientras mucha gente jugaba fútbol, yo estaba trabajando en un salón, haciendo doble tours para los dos lados. Ahora, la gente viene y dice: ¡mira esto y mira lo otro! Y si ustedes supieran el trabajo que hay detrás de todo eso y la dedicación. Incluso, me lastimé muchas veces por la obsesión de ser muy bueno, pero así es como se llega”, aseguró.
En 1991, el artista comenzó su carrera profesional en las filas del cuerpo de baile del Ballet Nacional de Cuba (BNC) cuando una propuesta como primer bailarín del English National Ballet (ENB) llegó a sus manos y no se lo pensó dos veces. Tenía 18 años y el mundo le empezaba a sonreír. Cuenta que llegó a Londres con su mochila y sus sueños, nada más. El inglés, apenas lo entendía. Hasta la falta de arroz con frijoles se le hizo difícil los primeros tiempos. El cubano se abrió a otros estilos de danza y escuelas. Pronto el Houston Ballet lo atrajo también en calidad de primera figura, la prensa norteamericana lo distinguió como una relevación mundial y lo nombró heredero de las máximas celebridades del ballet clásico: Nijinski, Nureyev y Barishnikov.
A fines del siglo XX, el Royal Ballet de Londres lo llamó, y desde entonces se convirtió en su casa. En Gran Bretaña, recibió el Premio Nacional de la crítica especializada y una nominación a los Laurence Olivier por su primera coreografía “Tocororo: Fábula cubana”. Estrella al fin, ha sido invitado de todos los grandes teatros del mundo y compañías como la Ópera de París, el Ballet Bolshoi y el American Ballet Theatre, entre muchas.
En Cuba, su pueblo lo vio bailar junto a la española Tamara Rojo, una de sus parejas habituales, y disfrutó de una química similar con la italiana Alexandra Ferri, otra grande con quien actuó en la clausura de un Festival minutos después de conocerla en vivo, sin un solo ensayo. Además, saboreó cada baile compartido con artistas locales como Lorna Feijóo, Alihaydée Carreño y Viengsay Valdés. Gran parte de la crítica considera a Acosta el mejor bailarín de su generación. Más allá de las tablas, cuenta con dos libros publicados y dos actuaciones en cine. Pese a su anunciado retiro, resulta previsible que no abandone la escena por completo, fiel al credo que durante una tarde calurosa, típica de La Habana, reveló: “el ballet no es una profesión, sino un estilo de vida”.