Cuando Paloma Herrera anunció el año pasado que 2015 sería su último año como bailarina, quedó un profundo silencio contenido. Y de alguna manera, dio paso a pensar que se estaba extinguiendo una generación de bailarines que hicieron honor a la profesión y a la cultura del trabajo, más allá del arte y de los dones naturales.
A teatro lleno, Herrera dejó su último suspiro en el escenario del Metropolitan Opera House de Nueva York el 27 de mayo, y se fue, quizás, en el mejor momento de su carrera. También cerró su última temporada con el American Ballet Theatre (ABT), compañía donde creció y se formó como profesional desde los 15 años.
La audiencia, vio la última “Giselle” de Paloma Herrera, junto al italiano Roberto Bolle. Una “Giselle” que quedará en la retina, en el corazón y debajo de la piel de cada uno de los espectadores.
Así como en 2007 Bolle acompañó en su despedida del Metropolitan a Alessandra Ferri, y como hace pocas semanas fue partenaire de Aurelie Dupont en su adiós al Ballet de la Opera de París, esta vez, fue el elegido de Herrera.
Y si la “Giselle” del año anterior con Cory Stearns fue memorable, la “Giselle” con Bolle fue, sencillamente, gloriosa. De esas funciones que se convierten en algo inolvidable, y donde las emociones, también son inolvidables. Una bella y sutil mezcla de arte, perfección técnica y talento.
En su Giselle, Herrera supo encontrar la frescura de una campesina enamorada, y la locura más desoladora cuando advirtió, a través de Hilarion, el engaño de su amado. Terrenal, y etérea al convertirse en espíritu, la bailarina se sumergió dentro de su alma y desde allí dejó surgir a su Giselle.
El Albrecht de Bolle jugó como un adolescente en la primera parte hasta tomar conciencia del drama de la muerte de su amada. Y en la segunda, magnífico partenaire y hombre desesperado por la pérdida, cargó su culpa hasta la tumba de Giselle. Herrera y Bolle parecían respirar juntos en cada movimiento, en cada pasaje del pas de deux del acto blanco. Si hubiera una palabra que superara a “perfección”, ésa sería la que más se adaptaría a una descripción verbal.
Las imágenes que ambos bailarines lograron juntos, se quedarán en la memoria para siempre. Y más aún, los intensos y conmovedores sollozos de Bolle al caer desolado sobre las flores blancas que había depositado ante la tumba de su amada.
Bolle es uno de esos intérpretes que posee el porte justo para este personaje. Es un actor intenso, y un bailarín con estilo, líneas admirables, y técnica es impecable. Particularmente en aquella tarde, hizo un despliegue técnico asombroso con su serie de seis entrechats, que difícilmente haya superado algún otro bailarín.
Herrera deslizó con sutileza su delicada musicalidad, su cuidadoso trabajo de puntas con esos maravillosos pies, así como su indeleble port de bras. Su escena de la locura logró una intensidad veraz y arrolladora. Y sus variaciones, tanto en el primer acto como en el segundo, despertaron ovaciones sostenidas. Tierna y enamorada, Herrera, mostró, una vez más su impecable técnica, cuidada, depurada al máximo. Sólida, y casi transparente, en el acto blanco marcó sus perfectos equilibrios.
Bolle parece ser el elegido por las grandes bailarinas al retirarse. Hace algunas semanas acompañó a Aurelie Dupond en su despedida del Ballet de la Opera de Paris, y en 2007, lo hizo en el Met con la inolvidable Alessandra Ferri. Bailarín impecable, limpio, con un porte atractivo y una madurez actoral importante para este tipo de roles.
Ambos se robaron la escena con su magnetismo y su impecable trabajo. De haber bailado más tiempo juntos, se hubieran convertido en una de las inolvidables parejas de la historia de la danza. Y si existiera la pareja perfecta, ésta lo sería.
La versión del ABT, con puesta en escena del director de la compañía, Kevin McKenzie, permite un desarrollo especial de sus personajes secundarios, que no siempre aparece en otras versiones. Sin embargo, en aquella tarde, la intensidad de los protagonistas obnubiló el resto de una puesta equilibrada y bella.
Hilarion, encarado en esta oportunidad por Thomas Forster, al igual que en la función de 2014 con Herrera-Stearn, combina con acierto la actuación sin exageraciones y su calidad como bailarín.
No obstante, hubo otros bailarines que quisieron compartir esta última función de “Paloma”, como le gritaba, incansable, el público desde la platea. La argentina Luciana Paris, que a la noche hizo Moyna, en la función de despedida de Xiomara Reyes, fue Bathilde, la prometida de Albrecht que descubre, con indignación, la traición del conde con Giselle. Paris, además de ser una excelente bailarina –que merecería salir alguna vez de cuerpo de baile, ya que asume desde hace tiempo roles de solista–, también es una magnífica actriz. Y puso indignación y arrogancia a esta Bathilde, que generalmente, aparece desdibujada.
La indiscutible ballet mistress Susana Jones, también dio el presente en esta despedida como Berthe, la madre de Giselle. Al igual que Victor Barbee (Príncipe de Courland), director artístico asociado de la compañía y esposo de Julie Kent, otra de las tres grandes del ABT que se retira este año.
El cuerpo de baile hizo un bello acto blanco, especialmente en la escena en que las Willis se desplazan al unísono, en arabesque penche. Skyliar Brandt, una joven y delicada bailarina, protagonizó un interesante pas de deux en el pas de paisanos. No así Arron Scott, su compañero, que marcó ciertas desprolijidades en los cierres.
Cuando terminó la función, el teatro se vino abajo en aplausos, flores que volaban desde la platea al escenario, pétalos que caían desde el techo, mientras cada una de las bailarinas del cuerpo de baile llevaba una flor blanca a los pies de Herrera. Uno a uno, sus compañeros, sus partenaires de muchos años, su preparadora, Irina Kolpakova, Natalia Makarova, y su entrañable compañero de ruta, Ángel Corella, actual director del Pennsylvania Ballet, depositaron un enorme ramo de flores a los pies de la bailarina que, a esa altura, no podía contener su emoción. Y para el final, su madre, con un ramo de rosas blancas.
Detrás de la escena
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