Un proyecto que hubiera podido ser sólo una utopía, que estuvo en gestación durante casi dos años, que partió de un encuentro entre el arquitecto brasileño Oscar Niemeyer y la bailaora María Pagés. Ellos sumaron los textos de los grandes: Charles Baudelaire, Pablo Neruda, Miguel de Cervantes, Antonio Machado y Mario Benedetti.
Arquitecto y bailaora encontraron puntos en común, pensaron en la transformación del mundo, y se fundieron en esta “Utopía”, que se estrenó por primera vez en 2011 en España, y que llegó como parte del Iberian Suite al Kennedy Center de DC el 11 y el 12 de marzo.
El espacio escénico se enmarca líneas curvas que flotan en el aire y adquieren diversa alturas. Estructuras delgadas y delicadas que van transformándose y que despegan la imaginación en un minimalismo austero y asombrosamente atractivo. Esas sinuosidades que bajan desde arriba del escenario y que despliegan diferentes alturas se asemejan a esa naturaleza ocurrente y armoniosa que se mezcla con los bailarines y con la vida misma.
María Pagés ha logrado formar un ensamble que respira sus coreografías como propias. Su cuidado en el uso de la iluminación, los tonos de las ropas que transitan entre los rojos y los ocres conforman una armonía especial. Isabel Rodríguez, María Vega, Eva varela, José Barrios, José antonio Jurado y Paco Berbel, integran este elenco ajustaqdo, preciso y vibrante.
Entre escenas de conjunto, el cante maravilloso de Ana Ramón y la atractiva coloratura de Juan de Mairena, también en cante, la música de Rubén Levaniegos y José “Fyty” Carrillo (guitarras), Fred Martins (voces, guitarra y cavaquinho), Sergio Menem (chelo), Chema Uriarte (percusión), “Utopía” deja de ser una utopía. Así se convierte en una realidad intrigante y reflexiva a través del flamenco. El grupo de bailarines mantienen una perfecta sincronía de conjunto y son una suma de individualidades de alto nivel técnico y artístico.
Pagés, con una figura imponente sobre el escenario, es dueña de un braceo especial, lleno de sutilezas y sugerencias. Especialmente en sus solos, en los que partiendo del centro se va transformando en una suerte de deidad.
Una danza ondulante como las líneas que integran la escenografía que evocan los diseños de Niemeyer. Sin alejarse del lenguaje del flamenco, Pagés explora códigos modernos y deja que la “naturaleza humana” deje fluir la creatividad, los sentimientos y los deseos.