La más antigua compañía de danza contemporánea del archipiélago cubano, fundada por el maestro y premio nacional Ramiro Guerra (hoy en sus 90), como Danza Moderna de Cuba hace más de medio siglo, fue posteriormente rebautizada por una serie sucesiva de directores como Danza Contemporánea de Cuba. Actualmente bajo la égida del ex bailarín Miguel Iglesias, y para los festejos de sus 55 años, decidió organizar un programa con el estreno absoluto de “Drama, by Ibsen”, del coreógrafo y bailarín Luvyen Mederos, que incluyó la reposición de “Identidad –1″, de George Céspedes, y “Carmen”, del coreógrafo finlandés Kenneth Kvamstrom (versión de la ópera de Bizet con la música orquestada para ballet por el ruso Rodión Schedrín).
Teniendo en cuenta que Noruega está festejando a su icónico dramaturgo, la embajada de este país en La Habana decidió apoyar generosamente el proyecto presentado por el joven Mederos. Para esta obra de casi 50 minutos de duración eligió 20 bailarines de DCC, entre los más fogueados y con notable fuerza expresiva. Contó a su vez con una cantante noruega invitada, de vestal presencia y bien timbrada voz –ajustada a la ejecución de arriesgados vocalices–, Thea Hjelmeland, quien, por breves instantes ejecutó una guitarra electrónica junto al pequeño conjunto musical situado en los balcones laterales de la hermosa sala del capitalino Teatro Mella.
Intervenciones esenciales tuvieron, en esta producción minimalista y posmoderna (tal vez metaposmoderna en el género de la “non danse”), tanto la música como el diseño de luces, por el violista Luis Alberto Marino y Fernando Alonso, respectivamente, así como la participación de William Ruiz como asesor de la dramaturgia.
Esta última tuvo que lidiar con los conceptos expresados por Ibsen en su extensa literatura dramática, y engarzarlos con el discurso coreográfico y gestual propuesto por Mederos, según desvela el programa de mano: “puede ser: un paisaje posible de interacciones humanas, una acumulación de gestos generados desde muy diversos dispositivos (…) una secuencia de máquinas más o menos aleatorias, más o menos geometrizantes, más o menos virtuosas. Poesía bajo programa sin objetivo fijo. El placer de descubrir, de pronto, que has construido algo”. Y concluye con una “boutade”: todo lo demás, o, según Ibsen todo lo contrario.
Sin estas premisas, creo, era difícil para el público poco conocedor de la obra del noruego, apresar la verdadera enjundia de esta pieza, tal un “work in progress”, a pesar del eficaz y puntual de soporte sonoro y de la luz (si bien los recursos tecnológicos en esta sala son algo desventajosos).
Un dato importante para dar algunas pistas al espectador neófito, o no, fue la colocación en el proscenio antes de abrir cortinas de los diversos pares de zapatos que luego serían calzados y descalzados por cada uno de los bailarines en acción. Lo cual se alterna con momentos “allegro con fuoco” y los lentos de los “adagios” (instantes de cámara lenta), donde predomina la verticalidad sobre el terre á terre (durante la lectura de una carta por cada uno, y la invasión posterior de una serie de bolas verdes). Un punto de alta emotividad surgió al final con la lectura y la canción interpretada por Jenny Nocedo, contrastante con la frialdad otorgada por la nívea presencia de la invitada escandinava, enfundada en un vaporoso y original vestido blanco destinado a un baile aristocrático de la “belle époque”.
La primera parte del programa, la ocupó una obra coral de 30 minutos, “Identidad–1″, estrenada en Ginebra por el coreógrafo Céspedes, con música original de una dupla bien equipada de sus compatriotas Alexis de la O Joya y Edwin Casanova González. Ambos proporcionan el ímpetu necesario a los danzantes pera ejecutar movimientos coloidales y su gestualidad robótica, evitando el empleo del contact: hubo dúos de ambos sexos diseñando espirales coréuticas, grupos compactos de bailarines con ritmos de marchas militares, hasta culminar en su búsqueda de una cubanía ajena a todo pintoresquismo con una evocación de la rumba.
Tras una pausa, el ambiente se volvió lúdicro con la reposición de una pieza para siete hombres solos, algo majos en estilo, del coreógrafo finés, “Carmen”. Estos “machos” evolucionan con fluidez y dominio de sus músculos, sin perder el histrionismo al entregar imágenes clichés de las equívocas españoladas, donde aparecen toreros “afeminados” o toros “humanizados”, caricaturizando las acciones de un ruedo a ritmo de pasodobles. Como se diría en la lengua de Shakespeare, es un “crowd pleaser”, y la delirante respuesta del público lo confirmó.