La tradición navideña en el mundo del ballet tiene en “El Cascanueces” a su mejor exponente. Basada en el relato ‘El Cascanueces y el rey de los ratones’, escrito por Ernst Theodor Amadeus Hoffmann en 1819, esta obra se convirtió en ballet en 1892 gracias a Lev Ivanov y a la inmortal partitura de Piotr Ilich Tchaikovsky. La versión que sir Peter Wright creó para el Birmingham Royal Ballet en 1990 fue la escogida por el Australian Ballet para deleitar a los espectadores del Joan Sutherland Theatre, uno de los dos espacios escénicos de la Sydney Opera House. Con el patio de butacas al completo, con significativa presencia del público familiar, la compañía dirigida por David McAllister consiguió un sonoro éxito gracias una impecable labor en el apartado de danza y a una espectacular producción llena de magia navideña.
En los países anglosajones, “El Cascanueces” -“The Nutcracker” en inglés- está consolidada como la cita cultural imprescindible en Navidad. Muchos expertos apuntan a que fue George Balanchine quien convirtió este ballet de repertorio en el evento de estas fechas gracias a su versión de 1954 y a la consabida reposición anual, pese a que fuera el San Francisco Ballet la primera compañía estadounidense que representó la obra al completo una década antes. Por este apego del mundo anglosajón a la pieza de repertorio de Ivanov, no es de extrañar que el Australian Ballet pusiera la guinda navideña a su estancia en Sydney con la reposición del clásico.
Hasta la fecha, el octogenario sir Peter Wright ha realizado dos versiones sobre el original de Ivanov: la primera para el Royal Ballet de Londres en 1984 y seis años después, la segunda para el Birmingham Royal Ballet. La particularidad de esta última es que Clara es una joven estudiante de ballet de quince años, mientras su madre es una bailarina retirada. Dividida en dos actos y con dos horas de duración, la versión de Wright contiene toda la esencia de la magia del clásico de Ivanov, además de una excepcional puesta en escena de John F. Macfarlane.
Nochebuena, en el hogar de los Stahlbaum. Los señores de la casa ejercen de perfectos anfitriones de una fiesta, a la que acude como invitado Drosselmeyer, un enigmático personaje, mitad juguetero y mitad mago. El desdeñoso Fritz rompe el cascanueces que éste regala a su hermana. Reparado el juguete, Clara despierta por la noche y se encuentra inmersa en la lucha sin cuartel entre el Cascanueces y el rey de los ratos. Vencido el roedor, la segunda parte transcurre en el reino de los dulces. La protagonista se despertará después de haber vivido una gran aventura.
Revivir la magia en todo su esplendor requiere de una producción rica y minuciosa en todos sus detalles. Así fue este “Cascanueces” del Australian Ballet, en el que también intervinieron estudiantes de la escuela de la propia compañía. Los papeles protagonistas recayeron en Reiko Hombo, una excelente Clara, Ty Hing-Wall, un elegante Cascanueces/Príncipe, Rudy Hawkes, en la piel del enigmático Drosselmeyer y Lana Jones, como encantadora Reina de Azúcar. El reino de los dulces es la golosa tierra donde se desarrolla el segundo acto, un mero divertimento, en el que destacan las danzas de carácter: española, árabe, china, rusa y los mirlitones.
La fantasía está perfectamente alimentada con semejante puesta en escena en la que destaca especialmente escenografía y vestuario. Cómo no, la música en directo de la Australian Orchestra, bajo la batuta de Barry Wordsworth, sirvió para redondear aún más el clásico. No hay público más honesto que el infantil: si le gusta algo, aplaudirá a rabiar y si no, demostrará su descontento sin ambages. Muchos padres de familia con sus retoños poblaron el patio de butacas de la Sydney Opera House y los pequeños aplaudieron con entrega cada escena y, especialmente al final, donde concedieron como premio a la magnífica labor del Australian Ballet una importante y sonora ovación.