La bailarina y coreógrafa cubana Irene Rodríguez se arriesga a producir y dirigir artísticamente un original proyecto teatral donde conjuga armoniosamente las danzas ibéricas. Incluye los palos más conocidos del flamenco, con dos instituciones musicales: la Orquesta sinfónica nacional de Cuba, bajo la experta dirección del maestro Enrique Pérez Mesa, y el conjunto aflamencado que acompaña regularmente a su cuerpo de baile. Un meritorio cantaor (Samir Osorio) y excelentes guitarristas, todo sobre el vasto escenario del habanero Teatro Martí (tres funciones con llenos hasta el tope).
Esta complicidad artística desembocó en el espectáculo Sinfonía española de lo clásico al Flamenco, con casi todas las coreografía concebidas y bailadas por Irene Rodríguez, arropada casi siempre por su cuerpo de baile, donde recorre con gran carga emotiva las obras de conocidos compositores españoles, tales como Manuel de Falla, Sarasate, Albéniz, Chabrier, Amadeo Vives, entre otros.
Ella los “traduce” inteligentemente en danza genuina, sin temer a la introducción de elementos estilísticos de otros géneros, donde se admiran virtuosas entregas de zapateados, bulerías, farrucas, soléas por bulerias, zambras.
La puesta en escena se limita a lo esencial. Las plataformas donde se acomodan en distintos niveles los instrumentistas se ven engalanadas por una única cortina negra drapeada, con el interés de provocar una atmósfera de tablao monumental. Aquí, este conjunto de sólo dos años y medio de andadura profesional se muestra coherente, disciplinado, afiatado con plante y fuste en las filas masculinas y las femeninas de los siete bailaores, donde sobresale su primer bailarín Víctor Basilio Pérez. En sus intensos zapateados, taconeos, vueltas o piruetas de impecable remate, recibe las ovaciones del auditorio. Igual resultado, casi hasta el arrebato, tuvieron los bailables relevantes de Rodríguez en las obras de Manuel de Falla, la Danza Ritual del Fuego y las escenas de la Suite de “El sombrero de tres picos”, donde demostraron sus pasión y técnica brillante.
La segunda parte estuvo más enfocada hacia los palos del flamenco donde, tanto los solistas como el cuerpo de baile, hubo un desbordamiento emotivo que cautivó al público. Rodríguez, juvenil y espigada, con su presencia carismática se impone ante cualquier posible reproche, ya sea por sus port de bras, o por la colocación de unas lamparitas de cristal colgantes algo cutres e innecesarias, o las cargadas “balléticas” algo complicadas y riesgosas, que lindan en el efectismo, a veces injustificado.
La mayor parte de los títulos de esta segunda parte flamenca constituyó el plato fuerte del siguiente fin de semana ofrecido por Rodríguez y su compañía. Siempre a teatro lleno, en el más íntimo escenario del Teatro Martí, una joya decimónica de la capital cubana que cumple sus 130 años, espléndidamente recuperado por los especialistas de patrimonio de la Oficina del Historiador de la Ciudad, tras dos décadas de ingentes esfuerzos humanos, y también, en la búsqueda de recursos.