La corta temporada del Ballet Bolshoi, como parte del Festival de Verano que el Lincoln Center celebra cada año, abarrotó el teatro Koch hasta los topes, en cada una de las funciones.
La fama que precede a los bailarines del Bolshoi ha sido bien adquirida a través de los años. En esta oportunidad especialmente, los cuerpos de los hombres parecen más estilizados que en el pasado; son de largas pierna y extensiones casi femeninas. Sin embargo, la fortaleza en ellos que pudiera ser catalogada de poderío, está presente en cada movimiento.
“Don Quijote”, la famosa obra de Don Miguel de Cervantes, ha dado la vuelta al mundo infinidad de veces, tanto como literatura clásica o como ballet. La compañía rusa trajo a escena la que lleva la coreografía de Marius Petipa, con algunas revisiones acreditadas a Alexander Gorsky y a Alexei Fadeyechev (en épocas diferentes). El vestuario original de la obra, que data de 1903, es de gran elegancia. Fue diseñado por Vasily Diyachkov, igual que los decorados de Sergei Barkhin, especialmente en el acto final, donde los adornos del techo recuerdan las mezquitas de Granada.
En el primer acto, los colores que imperan son brillantes, si bien de gran variedad, mientras en el último, las largas batas blancas del coro femenino, llevando mantillas blancas y peinetas españolas, son de un gusto exquisito.
El elenco de la noche llevaba a Kristina Kretova como la traviesa Kitri (alias Dulcinea, según el programa), haciendo pareja con el barbero Basilio, personaje a cargo de Mijail Lobukhin. Ambos derrocharon múltiples “pirouettes”, especialmente Kretova, igual que saltos enormes por parte de Lobukhin, por más que los balances increíblemente largos regalados por Kretova una y otra vez, fueron el plato fuerte de la noche.
El apuesto torero Espada, desempeñado con gran elegancia por Denis Rupkin, es un ejemplo de la nueva figura que el bailarín del Bolshoi presenta en la actualidad.
Este caballero errante llamado Don Quijote, interpretado por Alexei Loparevich, deambuló por la escena con su acólito Sancho Panza, Alexander Petukhov, haciendo paradas solamente, cuando encontraba a Dulcinea, su enamorada mental, en la traviesa Kitri.
En la escena del sueño del Don, donde aparecen las Driadas ataviadas con bellísimos tutús, se reafirma la magnífica calidad del Corps de Ballet y solistas del Ballet Bolshoi. Dan fe de ello la maravillosa Reina de las Driadas, Anna Nikulina. En esa escena, el hechicero Cupido, a cargo de Daria Khokhlova, tuvo a su carga una coreografía llena de graciosos pasos entrecortados que pudieran ser considerados un delicioso dulce para el espíritu.
Los dúos y tríos de danzas en la taberna, sitúan la acción al sur de España. La bella música de guitarra (a cargo de Nino Assatiani y Vera Borisenkova) que servía de acompañamiento al trío fue pura maravilla. La española, María Zarkhova, y la gitana, Anna Antropova, bailaron con gloriosa exquisitez.
Los aplausos finales dieron fe de la merecida acogida que el público neoyorquino tributó a la compañía, reconocida como una de las mejores del mundo. De esto no cabe duda alguna.
Una gran reseña y bellas fotos. Gracias Celida por mantenernos siempre bien informados.