Comenzamos nuestro comentario crítico de esta versión del conocido clásico “Don Quijote”, con fragmentos de las declaraciones del autor de la puesta en escena para el Ballet de Camagüey, el bailarín y coreógrafo cubano Gonzalo Galguera, por más de un lustro director artístico de la compañía alemana Ballet de Magdeburgo. Su visión nos ayudará a entender sus pretensiones primordiales para emprender este loable empeño de enriquecer el repertorio de esta agrupación regional. Acertado enfoque artístico de su directora general Regina Balaguer, con sede al oriente de la capital cubana.
El responsable de este particular montaje de uno de los importantes caballos de batalla de la danza académica decimonónica, advirtió en un portal online: “nadie espere otra versión de la coreografía tradicional”. Galguera es consciente del valor artístico que tiene la inclusión de esta obra en el catálogo de este conjunto de la oriental provincia cubana, “ella, dijo, ha marcado el desarrollo de muchas compañías”, que inmediatamente lo fundamenta: “una producción como “Don Q” es necesaria en el mundo del ballet. Hoy por hoy, la tendencia es a servirnos y consumir todo muy rápido.
Un ballet de largo aliento como este, nos recuerda que hay que tomarse el tiempo (necesario) para ver, para contar, para comunicar, porque el ballet es algo más que hacer una pirueta, o celebrar gestas circenses. Ballet es contar historias, darle a la forma un contenido, puesto que la esencia de las artes escénicas es comunicar”.
Su propia versión de este conocido título se ha visto enriquecida por varias versiones existentes, en las que bailó distintos papeles, entre ellas la puesta de Rudolf Nureyev o de Michael Denard, siempre consciente de que la “traducción” a su lenguaje debía hacerla con respeto, “evitando caer en el plagio”. No obstante, es evidente en el resultado aquí apreciado, que no pretendía hacer “algo original…solamente comunicar su mensaje al espectador”.
Como se sabe lo esencial, para Miguel de Cervantes, el autor de la novela homónima, su protagonista Don Quijote es un personaje alegórico de la locura “entrañable” del artista, es decir “un idealista, todo un enamorado de la utopía”.
Por lo tanto, Galguera otorga mucha importancia a la pantomima que debe interpretar cada uno de los bailarines al encarnar los personajes de los capítulos de la novela que aparecen en este ballet, tanto los protagonistas como los secundarios.
En este montaje observamos una nueva concepción dramatúrgica y coreográfica, si nos remitimos a la referencia más próxima, es decir la del Ballet Nacional de Cuba, o tal vez de las rusas que han desfilado por los escenarios cubanos.
En consecuencia, podemos señalar el tempo lento en general, y en particular más apreciable en el largo prólogo. Las complejidades coreográficas tienden a ser riesgosas, teniendo en cuenta que son asumidas por bailarines novatos, si bien poseen buena formación técnica y algunos un talento en ciernes.
La escenografía minimalista fue concebida para un escenario más pequeño que el habanero de la Sala Avellaneda del Teatro Nacional de Cuba, sin embargo es aceptable, los arreglos y orquestaciones musicales de la partitura de Minkus, son más rapsódicos y, en ciertos momentos, anticlimáticos. El vestuario, en cambio, no siempre es de buen gusto, en nuestra opinión.
Esta puesta en escena se salva en gran medida por la apasionada y sincera entrega de todo su elenco, por su energía y goce en el baile. Hubo buen desempeño en las caracterizaciones por parte de los solistas, aunque las desigualdades estaban a la orden del día en el cuerpo de baile. Merecen destaque especial las prestaciones de Rosa Armengol, Sarah Miranda, Laura Rodríguez, y entre los muchachos las de Isnel Ramos y Alain García. Unas muy brillantes promesas. Es una verdad de Perogrullo: no todo son giros múltiples, grandes saltos, interminables balances en los “solos” o “variaciones”, también cuenta, y mucho, el pulido en el trabajo de pareja. Seguramente los capaces ensayadores superarán estos detalles en futuras representaciones.