Fue con los Ballets Rusos de Serguéi Diáguilev que “Les Sylphides” de Mikhail Fokine tuvo su primera presentación en París en 1909, con los bailarines principales Tamara Karsavina, Vatslav Nijinski, Anna Pavlova y Alexandra Baldina, y decorados de Alexandre Benois. No obstante, su primer estreno fue en el Mariinsky de San Petersburgo en 1908, con Olga Preobrajenska, Pavlova, Karsavina y Nijinsky.
El American Ballet Theatre (ABT) estrenó “Les Sylphides” en 1940 en el Center Theatre en el Rockefeller Center, y formó parte de su repertorio de manera intermitente. Esta vez, en la función de apertura en el Opera House del Kennedy Center de DC, el martes 15 de abril, la función estuvo dedicada a uno de los grandes bailarines de la compañía, Ivan Nagy, principal desde 1968 a 1978.
Este ballet romántico por excelencia, sin trama, pone a un grupo de sílfides, o seres etéreos, bailando en un bosque donde el poeta o el joven tiene una ensoñación romántica. Joseph Gorak, encaró el protagónico junto a Stella Abrera, Sarah Lane y Hee Seo.
Ante una puesta bella y sugerente, el cuerpo de baile mostró la solidez de la compañía que dirige Kevin McKenzie, con prolijos desplazamientos y compacta conceptualidad. No obstante, quizá la elección del poeta no fue la más acertada. Gorak es aún demasiado joven para asumir un rol que parece liviano, pero no lo es. Con ciertas fallas en el estilo, y en los cierres, el bailarín no alcanzó a darle la presencia justa a ese poeta romántico.
Seo, hizo un trabajo cuidado, prolijo, y desplegó la calidad de sus puntas y sus delicados brazos. Abrera y Lane, mostraron solides técnica, si bien faltó cierto refinamiento en el estilo romántico tanto en la colocación de los brazos como en el movimiento.
Una interesante propuesta moderna y dinámica, resultó “Aftereffect” del brasileño Marcelo Gomes. Si bien su coreografía, con música de Piotr Illych Tchaikovsky, tiene ciertos lugares comunes, muestra un muy buen comienzo para un joven coreógrafo. Una obra con una estructura clara y atractiva.
Ocho bailarines que despliegan trabajos de conjunto, solos, y dúos, se desplazan en el escenario durante los 11 minutos que dura esta prometedora pieza. Gomes tendrá que encontrar su propio lenguaje para poder diferenciarse en un entorno donde la originalidad se ha perdido en vanas repeticiones de propuestas ya inventadas hace más de 50 años. Habrá que esperar y dejar que el duende de la creatividad lo asista en un camino con pocos talentos verdaderos.
William Shakespeare, Felix Mendelssohn y Sir. Frederick Ashton, son algo más que una buena combinación para la magia. Como un gran alquimista, Ashton mezcló su talento coreográfico y su imaginación, con una trama subyugante y una música que relata estados de ánimo, sensaciones, y dispara la imaginación.
“The Dream”, la última obra del primer programa mixto que presentó el ABT en DC, es el producto más acabado de este alquimista de la danza. McKenzie, sabio, supo elegir a los bailarines justos para convertir todo, en oro.
Basada en la trama de “Sueño de una noche de verano” (A Midsummer Night’s Dream), comedia romántica escrita por Shakespeare alrededor de 1595, “The Dream”, puesta en escena por el legendario Anthony Dowell y por Christopher Carr, reúne en el bosque, humanos, duendes y hadas para contar una bella historia de amor.
Puck, un espíritu travieso que sirve a Oberón, el rey de las hadas, y Titania, reina de las hadas y esposa de Oberón, se mezclan entre los mortales y generan las más increíbles confusiones. Marcelo Gomes como Oberón, preciso, magnificente, intrigante, es uno de esos bailarines tocados por la varita mágica. Capaz de combinar a la perfección la precisión técnica y la actuación, compuso un Oberón memorable. Junto a la delicada y etérea Julie Kent, como Titania, ambos hacen una buena dupla.
Herman Cornejo como Puck, se encuentra con un personaje que se apodera de él y lo convierte en el verdadero ser mágico de esta historia. Cornejo es un actor indiscutible. Pero más indiscutible aún es su talento como bailarín y como artista. Su Puck es absolutamente incomparable.
Saltos perfectos y silenciosos, como si la gravedad no existiera para él. Giros, que adquieren una velocidad impensable, a tiempo con la música, y una dinámica asombrosa, hacen que este rol le pertenezca por fuerza de talento. Cornejo capta la escena con su presencia y con esa inmensa capacidad de bailar “como los dioses”.
El cuerpo de baile, impecable, gracioso, simpático, compone esta bella trama, plena de picardía y romanticismo, que se queda en la memoria con sus colores pastel, con la oscuridad de la noche, su luna redonda y brillante, su misterio y su magnificencia.