Cuentan que George Balanchine se inspiró para la creación de “Jewels” en la magnífica colección de gemas de la joyería Van Cleef & Arpels de Nueva York, donde un día, camino hacia el teatro, se paró para admirar las vitrinas en las que relucían esmeraldas, rubíes y diamantes. Inspirado en este despliegue exuberante, el coreógrafo creó “Jewels”, un ballet en tres actos que rompió la taquilla en 1967 cuando el New York City Ballet (NYCB) la estrenó por primera vez.
Esta pieza, una marca registrada del NYCB, dirigido por Peter Martins, aún hoy, sigue siendo una obra clave en el mundo del ballet. Presentada en el Opera House del Kennedy Center de DC desde el 1 al 6 de abril, con la Kennedy Center Opera House Orchestra, “Jewels” mostró una compañía con un cuerpo de baile sólido, prolijo y absolutamente ajustado al estilo Balanchine.
Para el primer acto, “Esmeralds”, Balanchine utilizó la música de Gabriel Fauré, “Pelléas et Mélisande” y “Shylock”, y allí rescata esencias del ballet romántico. El “Capricho para Piano y Orquesta” de Stravinski marca el estilo y la personalidad de “Rubies”. Glamour, sensualidad y una dinámica especial caracterizan este segundo movimiento que en la noche del estreno tuvo al español Gonzalo García en el rol principal masculino. García conoce este ballet como la palma de su mano y era uno de sus hits en sus épocas con el San Francisco Ballet. Su frescura y su fuerte dinámica física, lo destacan especialmente. Una dupla interesante hace con Megan Fairchild, una bailarina delicada y musical.
Con piernas sólidas y dinámicas, Teresa Reichlen atacó los solos de “Rubíes” con solidez técnica, buenas extensiones, pero sin el glamur y la seducción que la música de Igor Stravinsky sugiere en este movimiento tan intenso y sensual como el rojo de los rubíes.
El pianista Cameron Grant puso a esta segunda gema un atractivo particular con su toque sofisticado y aterciopelado.
Con “Diamantes”, creado para su gran musa Suzanne Farell, Balanchine se remonta al esplendor del clasicismo de la Escuela Imperial de ballet en Rusia. Con blancos tutús, el cuerpo de baile adquirió un rol protagónico, mientras la pareja central integrada por Maria Kowroski y Tyler Angle, no alcanzaron a plantarse como el centro absoluto de la escena. Kowrosky, un tanto imprecisa en algunos pasajes dejó de lado la grandilocuencia del estilo.
Variedad y mezcla
El segundo programa de la compañía dirigida por Peter Martins, integrado por “Year of the Rabbit”, de Justin Peck, “Soirée Musicale”, de Christopher Wheeldon y “Namouna, A Grand Divertissement”, de Alexei Ratmansky, mostró trabajos recientes de los coreógrafos realizados especialmente para el NYCB.
Las tres piezas compartieron una sucesión de “lugares comunes” desde lo coreográfico, maquilladas con diferentes puntos de vista, vestuario y conceptos.
Peck hizo en 2012 “Year of the Rabbit” cuando tenía 26 años, una obra interesante para ser de un joven coreógrafo. Siete movimientos en los que alterna dúos, tríos y solos, y en los que también integra a los bailarines del cuerpo de baile. Con un concepto abstracto, se suceden secuencias que, por momentos, son interesantes, juegan con las simetrías y las asimetrías, como si entretejieran una trama secreta.
“Soirée Musicale”, de Christopher Wheeldon, no deja de ser un divertimento con una estética atractiva en la que las parejas juegan y se multiplican en diferentes movimientos. Pas de deux ligeros se deslizan en la escena en la que las mujeres, vestidas con tutús románticos de colores muestran repetidas extensiones y desplazamientos de un lado hacia otro del escenario. Seis movimientos componen esta coreografía con música de Samuel Barber.
Para el final, “Namouna”, de Ratmansky. Inspirada en ballets franceses del siglo XIX, con un toque surrealista y sin una trama definida, la obra se convierte en una sucesión de escenas concatenadas donde el humor parece instalarse vagamente en cada secuencia.
“Namouna” es una larga serie de divertissements, una sucesión de interludios dentro de una historia que parece convertirse en un pastiche de la historia. Y sobre esa estructura, brilla, por sobre todo, el cuerpo de baile y los solistas.