Stomp-Crítica

Stomp se presenta en el National Theatre con un show compuesto por ocho integrantes. Foto: Steve McNicholas. Gentileza Stomp.

Tal vez un callejón abandonado en donde se apilan tachos, señales de tránsito, columnas de metal o de madera, caños y otros elementos de desecho. Tal vez un set cinematográfico. Tal vez, el taller de un artista pop. Tal vez, Stomp.

De repente, entre esos objetos apilados, comienza una suerte de danza de escobillones que generan una acumulación de sonidos diversos, provocados por el roce de los cepillos en el piso polvoriento. De pronto, esos sonidos se convierten en música. Un crescendo de ritmos que se transforman en una explosión armónica, dinámica, intensa, con una energía contagiosa y deslumbrante.

Carros de supermercado, bidones de agua vacíos, cajas de cartón, forman parte del show de Stomp en gira. Foto: Steve McNichols. Gentileza Stomp.

En el escenario del National Theatre, Stomp irrumpió en su noche de estreno con un show que mantiene el sello indiscutible del grupo creado en Londres en 1991 por Luke Cresswell y Steve McNicholas. Y estará en cartel en Washington, DC, hasta el domingo 9 de febrero.

Desde aquellas primeras funciones de Stomp hace más de 20 años, el grupo, fue incorporando nuevos elementos a esta parafernalia de percusión urbana que es su marca registrada. Ahora, con compañías permanentes en tour por todo el mundo, una con sede en Londres y otra en el Orpheum Theatre de Nueva York, Stomp compone un show de una hora y media sin respiro.

Con una mayor interacción con el público, que en los primeros tiempos se vislumbraba levemente, y con nuevas series de elementos de percusión, Stomp es capaz de generar música con lo que esté a mano. Una caja de fósforos, pelotas de básquet, caños flexibles y acanalados como un acordeón, encendedores o gigantescos tachos de aceite, sirven como instrumentos.

La cuota de humor, infaltable, hoy más exacerbada que en los primeros shows, agrega ciertos bemoles que, por momentos, distraen y quiebran el hechizo. Hay un engolosinamiento excesivo en la caracterización de uno de los personajes que juega el rol del “tonto”, y por ende, el “marginado” del grupo.

Stomp combina Breakdance, el Hip-Hop, el Tap y otros códigos de la danza callejera, sintetizada en la cultura del Graffiti. Foto: Steve McNichols. Gentileza Stomp.

Escobas, tachos de basura, encendedores, palos de madera, latas de pintura, diarios, bolsas plásticas, cajas de plástico, bolsas de papel, llantas de tractores, caños de diferentes tamaño, bidones de agua, piletas de cocina de metal, ollas, tapas de metal, tachos de basura, de pintura, arena, van apareciendo uno tras otro en el escenario, marcando secuencias y texturas diferentes. Todo sirve para generar situaciones teatrales, coreografías desafiantes que se funden con el Breakdance, el Hip-Hop, el Tap y otros códigos de la danza callejera, sintetizada en la cultura del Graffiti.

Stomp tiene la habilidad de transformar cualquier elemento en música. Y el cuerpo, también. En las distintas secuencias que componen este espectáculo sin intervalo, los ocho integrantes del grupo de gira, muestran una diversidad de habilidades individuales. En cada uno de ellos se advierte una formación artística esencialmente diversa. Pero lo que sí tienen en común es: coordinación, velocidad, expresividad, plasticidad y un asombroso sentido del ritmo.

El show, estructurado al milímetro, tiene la particularidad de dejar que cada uno de los integrantes muestre su propia personalidad y que cada uno juegue dentro de la estructura. Un reloj perfecto en el que la improvisación cumple un rol, sin dejar nada librado al azar. Efectos de iluminación interesantes y acertados de la dupla McNicholas y Neil Tiplady sirven como elementos escenográficos que generan climas, situaciones, escenas. Y van delineando una dramaturgia secreta que conduce a un final circular que se empalma con el comienzo: un hombre con un escobillón.