La figura de August Bournonville (1805-1879) constituye el pilar fundamental sobre el que descansa la fundación de la escuela danesa del ballet y el desarrollo de todo un estilo peculiar de danza. Dentro de su repertorio, “Napoli” (1842) emerge como una de sus obras maestras. Transcurridos 172 años desde su estreno, el título se encuentra plenamente consolidado en público danés que llenó el Teatro Real de Copenhague (Det Kongelige Teater), con un aforo de 1.400 butacas, para disfrutar de la obra versionada por Nikolaj Hübbe y Sorella Englund en 2009. La lectura del tándem Hübbe-Englund apunta diversas novedades como la traslación de la acción a la Italia de Fellini en los años 50, la adición de algunos personajes secundarios y, especialmente, un onírico segundo acto. El Real Ballet de Dinamarca (Den Kongelige Ballet) supo ofrecer las sutilezas del estilo Bournonville a una audiencia que aplaudió a rabiar a su compañía.
Un viaje a Italia está detrás de la creación de “Napoli”. Contagiado por el colorido y la alegría de vivir italianas, Bournonville ideó un ballet ambientado en Nápoles, a los pies de Vesubio. Se trataba de la historia de amor entre Teresina y Gennaro, quienes deben enfrentarse a la oposición materna, a los diversos pretendientes de la joven casadera y a una tempestad, para obtener su final feliz. La nueva versión de Hübbe-Englund mueve la acción de la Italia del siglo XIX a la de los años 50 de la pasada centuria, con el consiguiente cambio en cuanto a estética, vestuario y escenografía, en cuyo final campa una motocicleta Vespa. Lo que sigue siendo inmutable es un primer acto relativamente espeso, dada la pantomima con la que se intenta exponer la trama.
Realmente interesante y novedoso es el segundo acto, desarrollado en la Gruta Azul y que cuenta con música de la compositora contemporánea Louise Alenius. Salvando las distancias estilísticas, sería el equivalente a un acto blanco de cualesquiera de las grandes obras clásicas, sólo que su escenario es la mágica Gruta Azul con el rey Golfo a la cabeza y sus nereidas, lujosamente ataviadas con vestuarios de tonos azulados y plagados de brillantes cristales, bailando en derredor.
Sin embargo, el mejor exponente del estilo Bournonville se halla en el tercer acto: paso a seis, tarantela y boda de los protagonistas. La armonía es el atributo más destacable de esa elegante forma de bailar. Sea de la magnitud que sea el esfuerzo requerido, los bailarines han de ejecutar su danza con apariencia de no ser costoso bailar la compleja coreografía. A nivel técnico, requiere buena destreza en los saltos y un trabajo de pies muy minucioso, ya que el estilo Bournonville está plagado de entrechats y saltos variados, con lo que un bailarín con un excelente ballon será un buen candidato para esta escuela. Y todas estas cualidades han de ser aderezadas con una buena dosis de gracia natural. En este sentido, el máximo representante de la escuela/estilo de Bournonville es el Real Ballet de Dinamarca y gracias a su constante labor, cuida como un tesoro nacional el legado del artista danés.
“Napoli” contó con la entregada interpretación de los miembros de la compañía dirigida por Nikolaj Hübbe. El elenco masculino estuvo un poco por encima del femenino. Destacó Ulrik Birkkjaer (Gennaro), que demostró su excelencia en saltos. Como contrapunto, Amy Watson (Teresina) estuvo especialmente acertada en la encarnación de una nereida amnésica y lució en el tercer acto. Jonathan Chmelensky (Golfo) tuvo una actuación remarcable como antagonista de la trama, una versión acuática del villano Rothbart. En las filas del Real Ballet de Dinamarca, se encuentra a punto de cumplir sus diez años en Copenhague la bailarina catalana Alba Nadal. En el papel de Giovanina, amiga íntima de la protagonista, en el primer acto, en el de Argentina, en el segundo, o en las parejas del final, la intérprete de Manresa luce desparpajo mediterráneo en cada uno de los roles que le toca desempeñar. Y en el puente, se agolpan los disciplinados alumnos de la Escuela del Real Ballet de Dinamarca, que se sumaron a la alegría final.
Los cinco minutos de aplausos que propinó el público congregado en el Teatro Real de Copenhague consiguieron elevar dos veces el telón. Justa recompensa para el trabajo del Real Ballet de Dinamarca y para la puesta en escena de “Napoli”. Fue todo un derroche en lo visual con mezcla de escenografías tradicionales y proyecciones, en lo musical con la orquesta en directo, y en el colorido vestuario que abarcó el abanico que va desde la Italia de Fellini al reino de los mares de la Gruta Azul. Y, sobre todo, resulta un privilegio disfrutar del elegante estilo Bournonville, interpretado por la compañía depositaria de su legado. El final feliz de Teresina y Gennaro consiguió dibujar una sonrisa en los espectadores, quienes se pusieron en pie para gratificar al Real Ballet de Dinamarca con una merecida ovación.