Como una concesión obligada por la solicitud explícita de los aficionados al ballet, si estamos en la temporada de la Navidad, las más importantes compañías de danza del mundo occidental reponen o estrenan sus versiones del célebre ballet “El cascanueces” (a partir de la coreografía original de Lev Ivanov-Marius Petipa, sobre la notable partitura de Piotr Ilich Tchaikovski).
Los cubanos no quisieron ser menos y decidieron reponer la integral de esta obra del gran repertorio clásico, merced a la versión coreográfica de la eximia “prima ballerina assoluta” Alicia Alonso, estrenada en noviembre de 1998. La Alonso se apoyó en los elementos coreográficos de la versión estrenada por el ruso Lev Ivanov en 1892 (que también entonces sufrió pequeños recortes), sobre el libreto original de Petipa, basado en la adaptación libre realizada por Alexandre Dumas del cuento “El cascanueces y el rey de los ratones”, de E.T. A. Hoffman.
Es ya historia que, Alicia Alonso, guarda religiosamente en su memoria prodigiosa las puestas en escena de la producción de Ivanov, donde ella intervino como intérprete, ya sea con el American Ballet Theatre o con los Ballets Rusos de Monte Carlo, que a su vez habían montado los maestros de la antigua “escuela rusa”, Nikolai Sergueiev (quien pudo pasar a Occidente con los carnets de anotaciones de Ivanov) y Alexandra Fedórova.
La repositora cubana, con la colaboración incondicional de sus asistentes, diseñadores (el italiano Hugo Fiorato, autor de los figurines) y el director musical, se inclinó a ofrecer una revisión “actualizada”, del primer acto (con sus dos escenas: la batalla con los ratones y los Copos de nieve) y el segundo acto, algo minimalista, pero manteniendo el orden narrativo de sus danzas foráneas, pero despojándolo de ciertas inclusiones hechas por otros repositores en el transcurso de los años.
En cambio, Alonso introduce un atractivo y acertado divertimento durante la escena de la fiesta navideña en el gran salón de la casona de la familia Stahlbaum, organizada por los padres de Clara. Aquí, de un teatrino o retablo aparecen tres bailarines-maniquíes con los trajes del trío (ménage á trois) de la historia de Petroushka, con su adorada chica-muñeca y El moro, su agresivo rival (vemos las referencias evidentes coreográficas a la conocida pieza de Fokine-Stravinsky). Sus intérpretes ofrecen una loable ejecución e interpretación, gratificada por la audiencia, como fue el caso con Serafín Castro, Lissi Báez y Omar Morales (el elenco de las dos noches que asistió este cronista).
En cuanto al Dr. Drosselmeyer, padrino de Clara que llega con los regalos para la grey infantil invitada, se convierte en un “mago” improvisado que saca de su capa “el cascanueces” de madera, y luego por “arte de magia” lo restaura a la vista de todos. Sin añadirle complejidades psicológicas, el primer bailarín de carácter Ernesto Díaz, nos lo entrega su caracterización de manera sincera y convincente. Por su parte, el Cascanueces-Príncipe de Miguel Anaya sorprendió por su ajustado estilismo y musicalidad en las variaciones, aunque requiere de un ulterior trabajo dramatúrgico para las futuras encarnaciones de este papel.
En esta oportunidad, hemos visto con agrado el surgimiento de nuevas promociones, pertenecientes aún de los diversos estamentos del cuerpo de baile, que han desvelado sus excelentes potencialidades técnicas y, en algunos, las interpretativas, en ambos sexos, si bien deben matizar más los perfiles de sus personajes, entre ellos, por solo mencionar algunos, Dairon Darias, Maikel Hernández, Dayesi Torriente, Jessie Domínguez, o Julio Blanes.
Por supuesto que el Grand Pas de Deux del segundo acto siempre requiere de bailarines de fuste y fogueo, primeros bailarines con técnica afiatada, con musicalidad y voluntad de estilo. En las dos ocasiones que asistí, las Hadas Garapiñadas nos regalaron con muy atinadas demostraciones, Anette Delgado, en primer lugar, y luego los debuts de Grettel Morejón y Amaya Rodríguez. Sus respectivos Caballeros, Víctor Estévez, Camilo Ramos y José Losada, hicieron una buena faena de “partnering”, aunque no estuvieron a la altura del virtuosismo de sus parejas femeninas. Tienen porte y elegancia, pero se necesita ese “algo más” que se consigue con la veteranía, la madurez que otorga el trabajo concienzudo de los matices, más allá de las pirotecnias para complacer a la fanaticada.
El cuerpo de baile nos pareció algo fatigado, aunque siempre profesional, los decorados de ambos actos, mas en demasía el segundo acto requiere de renovación. El bestiario, sin embargo, conserva el efectismo deseado por Fiorato, con la falta de lozanía, perdida por tanto trasiego en giras nacionales e internacionales.
La música fue la más perjudicada en su entrega. El director de orquesta, maestro Giovanni Duarte, hizo con su batuta el máximo posible por colaborar con los bailarines en el escenario, pero los atriles a su mando no siempre respondieron debidamente. La Orquesta sinfónica del Gran Teatro de La Habana ha sufrido la ausencia de sus veteranos músicos, y el ingreso de jóvenes graduados que no conocían esta nada fácil partitura contaron con muy pocos ensayos. Sin duda, las autoridades correspondientes harán lo posible por superar esta lamentable situación.
Otras versiones
Otras versiones de “El Cascanueces” subieron a los escenarios del mundo en estos últimos meses: diciembre y enero: en Nueva York, San Francisco, Washington DC, Londres y Monte Carlo.
Hubo estrenos y reposiciones, como la versión de Alexei Ratmansky para el American Ballet Theatre, el “Cascanueces” de Balanchine por el New York City Ballet, el del San Francisco Ballet por Helgi Tomasson, según la precedente de Lew Christensen. En Europa, se representaron la del Royal Ballet de Londres con el montaje de Peter Wright y los diseños de Julia Trevelyan Oman. En Mónaco, se produjo el estreno de la versión de Jean-Christophe Maillot, para celebrar sus dos décadas como director artístico de los Ballets de Monte-Carlo, concebido como un espectáculo navideño que revisa retrospectivamente su quehacer creativo en esta compañía.
Conocemos de otras versiones más heterodoxas, como la del afamado coreógrafo inglés Matthew Bourne, estrenada hace más de 20 años en el teatro londinense Sadler´s Wells; la de Nureyev para el Ballet de la Ópera de París, y en Estados Unidos, la del coreógrafo y bailarín Mark Morris, con el título de “The Hard Nut”, estrenada en 2010.
Según un colega de la prensa neoyorquina, él ha contabilizado unas 40 producciones de este ballet decimonónico, y señala que solamente dos siguen el orden narrativo original: la de Ratmansky y la de Morris, además que las versiones británicas y rusas (tampoco la de Alonso) no incluyen la escena con la “vulgar Mother Ginger”.