En esta época del año los cuentos de Navidad están a la orden del día, y muy pocos escapan de los lugares comunes que apuntan a la redención, a la necesidad de recapacitar sobre las relaciones personales y los verdaderos valores.
“Elf, the Musical”, que permanecerá en cartel hasta el 5 de enero en el Opera House del Kennedy Center de Washington DC, hace sus guiños a niños y adultos, y apunta a esta reflexión.
Una puesta con buen ritmo narrativo, en la que sus coreografías son tan diversas como dinámicas. Atractiva mezcla de danza jazz, tap y contemporáneo, diseñada magníficamente por Connor Gallagher, donde se funden pasajes teatrales y musicales con canciones cuyas letras, en cierta forma, hacen referencia a la reflexión sobre las prioridades en la vida.
Durante dos horas y media, actores, bailarines y cantantes hacen un despliegue de destreza y talento. El espectáculo, con canciones de Matthew Sklar (música) y Chad Beguelin (letras), tiene libreto de Thomas Meehan. Y el elenco lleva como protagonista a Will Blum en el rol de Buddy, Larry Cahn como Walter, su padre y Lindsay Nicole Chambers en el papel de Jovie.
“Elf, the Musical”, tiene sus antecedentes en la película dirigida por Jon Favreau, estrenada en 2003 con un éxito rotundo de taquilla, basada en el guión de David Berenbaum, y protagonizada por Will Ferrell.
La historia de este musical comienza cuando Buddy, el personaje central, descubre que no es un elfo y que su padre es un humano que vive en la ciudad de Nueva York. Así emprende su viaje en busca de su historia y de su familia.
No obstante, la puesta del musical sólo menciona el comienzo del relato que define la trama posterior. Y para los que no vieron la película, no queda demasiado claro que Papá Noel había llegado un 24 de diciembre a Nueva York, y en una de sus paradas, un bebé se metió en su bolsa de regalos y viaja de polizón al Polo Norte. Así, a pesar de su tamaño, los elfos lo criaron como propio.
La dirección de Sam Scalamoni pone a este musical como un divertimento de Navidad en el que los momentos que podrían considerarse como definitorios por la transformación de la conducta de los personajes, se presentan con cierta superficialidad y carentes de emoción. La escenografía de Christine Peters, y el vestuario de Gregg Barnes, son coloridos, vistosos y absolutamente navideños.
Sin duda, lo que gana la partida en este musical es la calidad de los intérpretes que hacen un despliegue de profesionalismo indiscutible, y las coreografías, cuya intensidad, conmueven y hacen saltar de la platea.
Aunque la moraleja de esta fábula resulte, quizás, pasada de moda, induce igualmente a la reflexión, no sólo sobre los valores perdidos sino sobre las prioridades y elecciones de vida. En el final, el padre de Buddy, toma conciencia de la importancia de los afectos familiares, y deja de lado un trabajo absorbente y rutinario, para recuperar a su familia perdida, y los verdaderos valores de la Navidad. En este caso, representados por Santa Claus y su mensaje de amor.