Los bailarines del American Ballet Theatre (ABT) parecen más inspirados. Al menos esa fue la sensación experimentada en esta corta temporada de la compañía que dirige Kevin McKenzie.
EL único estreno, “The Tempest” (La Tempestad), original de Alexei Ratmansky, basado en la obra del mismo nombre de William Shakespere, tuvo lugar en el teatro David H. Koch del Lincoln Center, al que el ABT ha regresado después de 37 años de ausencia.
Ratmansky, artista en residencia del ABT es un coreógrafo mimado y muy celebrado por los críticos en general. No obstante, tiene sus éxitos, no hay duda, como también sus fracasos, estos últimos casi pasados por alto por quienes lo admiran.
“The Tempest” con música incidental de Jean Sibelius (Op. 109), y dramaturgia de Mark Lamos, a pesar de los varios cambios escénicos y el raro vestuario, obras de Santo Locuasto, puede ser considerado entre los menos exitosos. Para comenzar, es difícil conocer a los personajes de la obra, por los trajes con que aparecen en la escena, según el diseñador, y hay poca coreografía; solo tiene más oportunidad de bailar el personaje de Ariel, magníficamente interpretado por un miembro del coro que merece ya ser ascendido: Gabe Stone Shayer. Sus intervenciones, llenas de saltos magníficos y pasos cortantes, límpidos y ligeros, proponen delicias escénicas de gran validez.
El personaje de Miranda, a cargo de Yuriko Cajiya, suave y muy flexible, demuestra inocencia, como lo demanda su rol, junto al enamorado Ferdinand, de Jared Matthews. Esta pareja tuvo también oportunidad de realizar variaciones dignas de atención.
El resto del ballet lleva muchos personajes, casi todos vistiendo trajes raros, igual que llamativas pelucas, especialmente es el caso de Caliban, interpretado por James Whiteside, figura que tiene gran importancia en la historia, pero en este ballet no se le dio tanta, importancia a excepción de su enorme peluca que semejaba un león.
“Gong”, de Mark Morris, fue el segundo ballet de la tarde, sobre música típica javanesa (o de Bali) del compositor Colin McPhee. La coreografía incluye un pequeño coro, con cinco parejas principales, entre las que más se distingue la brillante Isabella Boylston, junto a Gray Davis, y la siempre musical y delicada Julie Kent, al lado de Craig Salstein. La ropa de Isaac Mizrahi es de singular belleza, especialmente en sus adornos dorados.
La experta dirección de la orquesta, a cargo de Charles Barker, incluyó además dos excelentes pianistas: Barbara Bilach y David Lamarche.
La obra que abrió el programa, “Bach Partita”, es una bella joya que data de 1983. Un diamante fulgurante, que debe aparecer más a menudo en la programación. Twyla Tharp, autora de la coreografía, demuestra en ella que no solo tiene buen gusto, sino que posee un amplio conocimiento de la danza académica, contrastando de esa manera con las atrevidas invenciones que aparecen en muchas de sus obras.
Con el acompañamiento de un solo de violín, por el extraordinario Charles Yang (Partita No. 2 en re menir de Bach), hay tres parejas solistas de bailarines principales de la compañía: Gillian Murphy y Marcelo Gomes; Polina Semionoc junto a James Whiteside, y Stella Abrera con Calvin Royal III, este último miembro del Corps de Ballet, mostró estar a la altura de los estupendos bailarines con quienes compartía la escena.
Hay solos, bailes en parejas y grupos, que compartern también las ocho parejas del coro, realizando variaciones del más estricto clasicismo, por más que hay veces que los pies de algunos no puntean intencionalmente, posición exigida por el capricho de la coreógrafa.
Entre las solistas, Murphy deslumbra por sus vueltas exactas y perfectas, que igual pueden terminar en arabesque en plié, o en más vueltas con las dos piernas enredadas, como si fueran una trenza. La presencia de Gomes es siempre dominante, y es, al igual, tan magnífico bailarín que compañero. Semionova expone siempre la magnificencia de la escuela Vaganova, donde fue entrenada, asímismo la solista Abrera, reclama una vez más para ella, por el excelente trabajo realizado en la difícil coreografía que la fue impuesta y lograda a la perfección, su derecho a ser elevada al rango de principal. Su compañero ese día, el novicio Royal III, también merece ascenso; sus vueltas impecables y el correcto apoyo que le dio a su pareja, dan fe de merecer ese premio.
Un programa variado y muy interesante, en el cual esta última pieza, hace que se coloque entre los mejores ofrecidos en l0s cortos diez días de esta temporada otoñal del ABT en el teatro Koch.